Cuando decimos que algo tiene estilo, queremos significar
que tiene personalidad, que es único. En el caso del vino, los factores que
pueden generar perfiles distintivos y reconocibles son muchos, desde el terruño
hasta la crianza. Pero existe en nuestro país un caso verdaderamente especial,
cuyo carácter singular está dado no sólo por los elementos citados, sino además
(y fundamentalmente) por la historia. Hablamos de un establecimiento
paradigmático del otrora llamado estilo
clásico argentino, es decir, de Bodegas López. Cualquier consumidor
argentino con cierta experiencia ha probado alguna vez al menos una etiqueta de
esa línea tan tradicional encarnada por cuatro marcas de contraseña: López (ex Selección López), Rincón
Famoso, Chateau Vieux y Montchenot (ex
Chateau Montchenot). Quien escribe
estas líneas lo ha hecho infinidad de veces, pero aprovecha la ocasión y el
espacio para plasmar los resultados de una cata muy significativa para nuestros intereses,
protagonizada por dos joyas bien añejas de la casa en cuestión: un Chateau Vieux 1964 y un Chateau Montchenot 1971.
La saga vitivinícola de la familia López se inició en 1898,
cuando el joven inmigrante andaluz José López Rivas encaró junto a sus hermanos
un emprendimiento para el cultivo de la vid y la elaboración de vinos en el distrito
mendocino que aún hoy cobija la planta principal de la firma, en General
Gutiérrez, departamento de Maipú. Merced al esfuerzo y la visión de progreso
tan típica de la época, la empresa no tardó en despegar a partir de la marca El Vasquito, un vino originalmente
fraccionado en barriles y muy popular en los grandes centros de consumo.
Posicionado pronto como un nombre confiable, el éxito de López se fue consolidando. Muchos de los siguientes productos ya no existen, pero vale la pena
recordar que Quincuyo, Tucapel,
Llao Llao, Huetel y Solera Dulce
fueron algunos de los tintos, blancos, licorosos y quinados que deleitaron a miles
de compatriotas durante largos decenios. Otros rótulos, en cambio, perduraron
hasta convertirse en esos clásicos referidos al principio. Hoy nos ocuparemos
de dos en particular, haciendo especial hincapié en que uno de ellos, Chateau Vieux, es el vino argentino que
más tiempo ha permanecido en el mercado con una misma marca comercial y una
etiqueta estéticamente similar (lógicos retoques mediante), hecho por la misma
bodega familiar, dentro de un estilo que no ha sufrido grandes modificaciones, todo
ello sin ningún tipo de interrupción desde 1934 (año de su lanzamiento) hasta
nuestros días.
Las botellas en manos de Consumos
del Ayer habían perdido todo rótulo identificativo, aunque conservaban las
cápsulas propias de las respectivas líneas y períodos. Igualmente no tuvimos
dudas sobre autenticidad, ya que su procedencia no era otra que un obsequio de
la misma bodega en oportunidad de visitas realizadas hace bastante tiempo, más
exactamente durante el año 2000. Allí, dentro de sus cavas mendocinas, López
atesora todavía algunas joyas perfectamente ordenadas en receptáculos señalados
con las añadas correspondientes, que tienen como prototipo más viejo al notable Chateau Vieux 1938 (imagen de la etiqueta
al comienzo de esta entrada). Aunque hablamos de hace diecisiete años, recuerdo
muy bien que una vez llegado a mi domicilio procedí a marcar los venerables especímenes
con etiquetas caseras impresas en mi vieja Olivetti
Lettera 22. ¿Qué fue lo que me llevó a abrirlas tanto tiempo después? Lo de
siempre: una comida con amigos conocedores y conocidos de este blog: Jorge
Martínez, Antonio Fernández (cocinero), Carlos González, Enrique Devito, Alejo
Berraz, Guillermo Murias y José Luis Belluscio. Para acompañar los portentos
disfrutamos un menú de aires marinos y
ciertos toques terrestres: cebiche, paella, los excelentes quesos de Cabaña Piedras Blancas y abundancia de
blancos, tintos y licorosos, nacionales e importados.
A pesar de algunos quiebres, los corchos pudieron ser
extraídos sin mayores consecuencias. Servidos y aireados en las mismas copas,
cada uno de estos añejos paradigmas enológicos mostró su personalidad no
obstante el medio siglo transcurrido, en
promedio. El Chateau Montchenot 1971 (corte de Cabernet Sauvignon, Malbec
y Merlot, con diez años de guarda antes de salir a la venta) era lo que se dice
terciopelo puro, dueño de un color
obviamente amarronado con tonos pálidos. Su aroma conglomeraba el conjunto de
notas de cuero, café y especias que caracteriza a su escudería, pero llevado a
los extremos. Muy sorprendente resultó el Chateau
Vieux 1964 (corte de Cabernet Sauvignon, Malbec, Merlot y Pinot Noir, con
ocho años de guarda antes de su salida al mercado), claramente más oscuro y de
aroma marcado. Parece notable, pero en
cierta forma conservaba mejor su vitalidad, tenía más cuerpo y mostraba una
paleta aromática y gustativa de mayor expresión y profundidad, siempre dentro
de los valores que distinguen a los buenos vinos tintos largamente añejados en
madera y botella. Desde luego que no había allí nada de lo que se da en llamar “fruta”,
pero sí (sólo en estos magníficos casos) logramos percibir una elegancia incomparable, sin
resabios perniciosos de ningún tipo: ni olor a humedad, ni acidez negativa, ni
nada de lo que suele encontrarse en vinos
tintos con muchos menos años de vida.
Y eso de la vida es la conclusión, en definitiva. Para
quienes saben apreciarlos y gustan del estilo, estos tintos representan la historia viva del vino argentino. Una
historia que, en el caso de López, cuanta con casi ciento veinte años de éxito.