lunes, 7 de agosto de 2017

Probando clásicos de siempre: Chateau Montchenot 1971 y Chateau Vieux 1964

Cuando decimos que algo tiene estilo, queremos significar que tiene personalidad, que es único. En el caso del vino, los factores que pueden generar perfiles distintivos y reconocibles son muchos, desde el terruño hasta la crianza. Pero existe en nuestro país un caso verdaderamente especial, cuyo carácter singular está dado no sólo por los elementos citados, sino además (y fundamentalmente) por la historia. Hablamos de un establecimiento paradigmático del otrora llamado estilo clásico argentino, es decir, de Bodegas López. Cualquier consumidor argentino con cierta experiencia ha probado alguna vez al menos una etiqueta de esa línea tan tradicional encarnada por cuatro marcas de contraseña: López (ex Selección López), Rincón Famoso, Chateau Vieux y Montchenot (ex Chateau Montchenot). Quien escribe estas líneas lo ha hecho infinidad de veces, pero aprovecha la ocasión y el espacio para plasmar los resultados de una cata muy  significativa para nuestros intereses, protagonizada por dos joyas bien añejas de la casa en cuestión: un Chateau Vieux 1964 y un Chateau Montchenot 1971.


La saga vitivinícola de la familia López se inició en 1898, cuando el joven inmigrante andaluz José López Rivas encaró junto a sus hermanos un emprendimiento para el cultivo de la vid y la elaboración de vinos en el distrito mendocino que aún hoy cobija la planta principal de la firma, en General Gutiérrez, departamento de Maipú. Merced al esfuerzo y la visión de progreso tan típica de la época, la empresa no tardó en despegar a partir de la marca El Vasquito, un vino originalmente fraccionado en barriles y muy popular en los grandes centros de consumo. Posicionado pronto como un nombre confiable, el éxito de López se fue consolidando. Muchos de los siguientes productos ya no existen, pero vale la pena recordar que Quincuyo, Tucapel, Llao Llao, Huetel y Solera Dulce fueron algunos de los tintos, blancos, licorosos y quinados que deleitaron a miles de compatriotas durante largos decenios. Otros rótulos, en cambio, perduraron hasta convertirse en esos clásicos referidos al principio. Hoy nos ocuparemos de dos en particular, haciendo especial hincapié en que uno de ellos, Chateau Vieux, es el vino argentino que más tiempo ha permanecido en el mercado con una misma marca comercial y una etiqueta estéticamente similar (lógicos retoques mediante), hecho por la misma bodega familiar, dentro de un estilo que no ha sufrido grandes modificaciones, todo ello sin ningún tipo de interrupción desde 1934 (año de su lanzamiento) hasta nuestros días.


Las botellas en manos de Consumos del Ayer habían perdido todo rótulo identificativo, aunque conservaban las cápsulas propias de las respectivas líneas y períodos. Igualmente no tuvimos dudas sobre autenticidad, ya que su procedencia no era otra que un obsequio de la misma bodega en oportunidad de visitas realizadas hace bastante tiempo, más exactamente durante el año 2000. Allí, dentro de sus cavas mendocinas, López atesora todavía algunas joyas perfectamente ordenadas en receptáculos señalados con las añadas correspondientes, que tienen como prototipo más viejo al notable Chateau Vieux 1938 (imagen de la etiqueta al comienzo de esta entrada). Aunque hablamos de hace diecisiete años, recuerdo muy bien que una vez llegado a mi domicilio procedí a marcar los venerables especímenes con etiquetas caseras impresas en mi vieja Olivetti Lettera 22. ¿Qué fue lo que me llevó a abrirlas tanto tiempo después? Lo de siempre: una comida con amigos conocedores y conocidos de este blog: Jorge Martínez, Antonio Fernández (cocinero), Carlos González, Enrique Devito, Alejo Berraz, Guillermo Murias y José Luis Belluscio. Para acompañar los portentos disfrutamos un menú de aires  marinos y ciertos toques terrestres: cebiche, paella, los excelentes quesos de Cabaña Piedras Blancas y abundancia de blancos, tintos y licorosos, nacionales e importados.


A pesar de algunos quiebres, los corchos pudieron ser extraídos sin mayores consecuencias. Servidos y aireados en las mismas copas, cada uno de estos añejos paradigmas enológicos mostró su personalidad no obstante el medio siglo transcurrido, en promedio. El Chateau Montchenot  1971 (corte de Cabernet Sauvignon, Malbec y Merlot, con diez años de guarda antes de salir a la venta) era lo que se dice terciopelo puro, dueño de un color obviamente amarronado con tonos pálidos. Su aroma conglomeraba el conjunto de notas de cuero, café y especias que caracteriza a su escudería, pero llevado a los extremos. Muy sorprendente resultó el Chateau Vieux 1964 (corte de Cabernet Sauvignon, Malbec, Merlot y Pinot Noir, con ocho años de guarda antes de su salida al mercado), claramente más oscuro y de aroma  marcado. Parece notable, pero en cierta forma conservaba mejor su vitalidad, tenía más cuerpo y mostraba una paleta aromática y gustativa de mayor expresión y profundidad, siempre dentro de los valores que distinguen a los buenos vinos tintos largamente añejados en madera y botella. Desde luego que no había allí nada de lo que se da en llamar “fruta”, pero sí (sólo en estos magníficos casos) logramos percibir una elegancia incomparable, sin resabios perniciosos de ningún tipo: ni olor a humedad, ni acidez negativa, ni nada de lo que suele encontrarse en  vinos tintos con muchos menos años de vida.


Y eso de la vida es la conclusión, en definitiva. Para quienes saben apreciarlos y gustan del estilo, estos tintos representan  la historia viva del vino argentino. Una historia que, en el caso de López, cuanta con casi ciento veinte años de éxito.