domingo, 15 de noviembre de 2015

Remembranzas de la ribera en las memorias de un porteño memorioso

Atilio Alberto Nardelli nació por el año 1914 en un viejo caserón ubicado en Hernandarias y Australia, muy cerca del límite entre los barrio porteños de La Boca  y  Barracas.  En tales comarcas urbanas transcurrió la mayor parte de su vida, lo que le permitió plasmar una serie de recuerdos en un libro publicado en 1991 con el título  Memorias  de  un porteño memorioso. Lo bueno del volumen es que no sólo recoge las experiencias personales del autor, sino que también detalla con bastante minuciosidad numerosas estampas relacionadas con todo lo que nos interesa en este blog.  Así,  desde los viejos comercios del comer y el beber hasta las costumbres gastronómicas de antaño, van pasando imágenes de un tiempo en que la zona se encontraba en su apogeo, tanto por la estereotipada faceta fabril y portuaria como por el no menos dinámico entorno residencial. De hecho,  los dos vecindarios mencionados se contaban entre los más poblados de la ciudad a comienzos del siglo XX.


Ya en las primeras páginas se advierten algunos párrafos que invitan al ensueño, como el que se refiere a las viviendas de la época, “cuyos patios se cubrían con frondosos parrales y las viejas higueras daban frutos apetecibles…” Luego continúa: “las veces que debíamos asistir en tiempos de verano, sus propietarios, además de convidarnos con la consabida cerveza fría, nos obsequiaban sendos racimos de uvas que tan bien nos hacían en esas tardecitas estivales, prodigándonos  frescura  y placer.”   No menos evocadoras son las siluetas relativas a viejos “marchantes” que voceaban sus mercaderías mientras recorrían las calles populosas. Entre estos últimos, recuerda a diferentes italianos que plañían cosa tales como “la ricutella frisca”(ricota), “ceitu, linda oliva” (aceitunas), “pacarito pa’ polenta”(gorriones y torcazas) y “u pesce e Mare Plata” (pescado de Mar del Plata) por citar aquellos de fonética más pintoresca. Sin embargo, estos vendedores andariegos no siempre despertaban la confianza vecinal, dado que también se cita a una antigua matrona que murmuraba lo siguiente sobre el speech del pescadero, utilizando el mismo argot de ascendencia peninsular: “la ha visto cu lo occhio Mare Plata”


Tampoco faltan los negocios barriales en el recuerdo de Nardelli.  Sobre  la  esquina  de  Olavarría  y Almirante Almirante Brown se ubicaba la antigua Mantequería Roma, de Debenedetti Hermanos, y junto a sus puertas era frecuente ver instalados a los vendedores de garbanzos tostados con sal, así como la clásica locomotora de los maníes calentitos que servían para matizar las destempladas tardes de invierno. En el restaurante de don Francisco Raggi (Pedro de Mendoza 1915)  se  despachaba  la verdadera buseca a la genovesa, generalmente acompañada por un vino tinto de producción propia. A ellos se sumaban un sencillo boliche con profusión de vino, sandwiches y partidas de truco, mus o brisca, llamado Quinta e Mare (Gaboto y Suárez), así como el verdadero y original Tuñin de La Boca (Almirante Brown a pasos de Olavarría), tal vez uno de los primeros elaboradores de pizza, fainá y fugaza en la zona. También la vieja panadería de Corleto (Olavarría 246), frente al viejo mercado Solís, creadora de la clásica rosca trenza, y el inveterado negocio de Olcese (1), en el que podían obtenerse legumbres, alpiste, gofio, frutos secos, lupines, maíz pisingallo, harina de mandioca, chuño, cebada, girasol, tapioca, yerba mate (en bolsas de 60 kilos), vainas secas de ají picante, harina de maíz, frutas secas y todo tipo de especias.


La heladería El Aeroplano (Almirante Brown y Brandsen) fabricaba el verdadero gelato al uso napolitano, con frutas frescas seleccionadas por su propia dueña, oriunda de la zona de Salerno, que fue además una de las primeras en incorporar la variedad pistacho que tantos amores u odios genera hasta nuestros días. En el restaurante El Nota, su dueño Rafael poseía un hornito para la elaboración de la sfogliatella  y de un exquisito pan casero, todo lo cual se añadía a excelentes pizzas  y  una antología de pastas caseras.  El barrio llego incluso a generar reconocidas marcas propias,  como la galleta marinera  Cuelli  Tempi nacida en un local de Pedro de Mendoza entre Necochea   y Brin, al igual que el aceite de oliva Marinero,  de José Piccardo y Cía.  (Magallanes  al 1000), tan apreciado por sus virtudes intrínsecas como por la pulcritud y buena atención que se prodigaba  a los clientes que hasta allí se acercaban a comprar utilizando sus propios envases vacíos, ya que atendía el despacho a la modalidad suelto. Al decir del autor, en los comercios gastronómicos de la zona era popular el vino Vanguardia servido en jarras directamente desde las bordalesas (2),  y  las paredes  de  los almacenes mostraban publicidades de Aperitivo Kalisay, Té Tigre, Amaro Monte Cudine, yerba mate El Tumbador y cigarrillos Condal, entre otras.


Muchas son las estampas para destacar, pero finalizamos con una que rememora otra vez las antiguas casas con sus fondos,  en  este  caso  de  manera  específica  y  bien particular: la de la familia Prada, en la calle Australia 1235, cuyos titulares Regina y Emilio vinificaban artesanalmente el fruto de su enorme parra , que luego colocaban en barriles y más tarde en botellas. Con ellos se aseguraban, además del consumo diario, la copita de convite para las visitas…


Notas:

(1) Todos los nombres, apellidos y apodos citados son típicamente piamonteses y ligures, tal cual la composición poblacional boquense desde 1870 hasta la mitad del siglo XX.
(2) Por su riqueza expresiva, la siguiente foto ha sido reproducida por este blog en al menos dos ocasiones. El susodicho rótulo (ampliado en un recuadro)  puede apreciarse perfectamente impreso en las etiquetas circulares de los cascos, lo que le da aún mayor valor testimonial a las añoranzas de Nardelli, toda vez que  la marca parece haber sido propia de los típicos bolichones de antaño. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario