viernes, 27 de noviembre de 2015

El puro correntino, un consumo patrio desde los tiempos de la independencia

Además de ser una de las producciones más importantes a nivel provincial, el tabaco de Corrientes cuenta  con antecedentes históricos que se remontan a los primeros tiempos de nuestra patria. En Buenos Aires, desde 70 años atrás, José Antonio Wilde lo menciona en dos oportunidades dentro de una misma frase. Refiriéndose al consumo tabacalero en la época inmediatamente posterior a la independencia,  dice  lo  siguiente:  “aunque  se vendían cigarrillos hamburgueses, de Virginia, paraguayos, correntinos y aun algunos habanos, el que más se consumía era el cigarro de hoja que podría llamarse del país, fabricado con tabaco del Paraguay,  de Corrientes,  de Tucumán  y,  algunas  veces, aunque muy raras, del cultivado en esta provincia” (por Buenos Aires). Al respecto del estado mesopotámico,  las estadísticas, referencias  y   rastros  documentales  de  las décadas posteriores son contundentes por partida doble, ya que  señalan la importancia del cultivo de esa materia prima en forma análoga a la de su  manufactura.


No es demasiado complicado encontrar estadísticas que avalen lo  dicho  con  anterioridad  durante  los  tiempos federales  y la década posterior a la batalla de Caseros, cuando Buenos Aires era una entidad política y económica independiente.   Precisamente por esta última razón,  los productos que llegaban a su territorio desde el resto de las provincias eran considerados importaciones y así quedaban registrados en los cómputos correspondientes. Podríamos señalar bastante data al respecto, pero nos limitaremos a las cifras más pretéritas que hemos podido localizar, nada menos que del año 1838,   cuando el  Registro Oficial del Gobierno de Buenos Aires dejó asentado el ingreso (1) de 67.000 cigarros correntinos.    El valor del testimonio estriba no sólo en su antigüedad,  sino también en la denominación inequívoca del ítem. Por lo visto, “cigarros correntinos” definía un producto tan específico como “cigarros paraguayos” o “cigarros habanos”.  Y no obstante la creciente competencia que se iba a dar en los decenios siguientes merced al arribo de puros extranjeros de nuevos orígenes,   la  industria  tabacalera  correntina continuó creciendo. Según cifras citadas por Dimas Helguera en La producción argentina en 1892, ese año Corrientes acreditaba el cultivo de 40 millones de plantas de tabaco, seguida por Tucumán, con 30 millones, y la aún incipiente Misiones, con 5 millones.


Valorando semejantes antecedentes, no iba a pasar mucho tiempo para que realizáramos la degustación de ejemplares emparentados con un consumo que tuvo enorme popularidad  y  que todavía subsiste como parte de una típica industria regional. Para ello nos remitimos a dos prototipos provenientes de Goya,  el departamento  de  capital  homónima recostada sobre el río Paraná,   al sudoeste de la provincia. La fortuna nos hizo conseguir productos de similar ascendencia geográfica pero distinta elaboración: por un lado, los puros Mi País, marca bastante asequible en comercios del ramo, y por otro unos cigarros absolutamente anónimos, adquiridos por cierto amigo en la ciudad de Goya al modo del puesto callejero. Eso nos permite vislumbrar un panorama cronológicamente bien amplio, ya que tenemos un arquetipo de la industria tabacalera provincial en su funcionamiento moderno, formal y bien constituido, así como un ejemplo vivo de la actividad según la vieja usanza de la manufactura artesanal a escala familiar.

















Las diferencias entre los modelos comienzan en el aspecto visual. Mientras los Mi País se ven cilíndricos y rectos,  sus coterráneos sin marca comercial muestran un formato irregular someramente semejante a lo que técnicamente se denomina doble figurado o perfecto,  es  decir,  abultado en el medio  y angosto en las puntas. En cambio,  no  se  verifican  grandes desigualdades en el color de las capas,   bastante  claras  o “pálidas” en  ambos  casos,  con leves  reminiscencias  del colorado en Mi País (2).  Conforme a su prolijo armado,  este último pasó sin problemas por el encendido mostrando siempre una ceniza firme y compacta. Sus aromas y sabores se sitúan dentro de valores medios a suaves con cierto toque de dulzor apenas perceptible. Los artesanales no se quedaron atrás en cuanto a las bondades de su  manufactura,  con  encendido  y  desarrollo de la ceniza irreprochables,  aunque mostraron un sabor más seco  -pero  menos  marcado-   sin dejar de ser agradables. Después  de  un  rato  (10 a 15 minutos),   los dos empezaron a sugerir algo más de profundidad sápida y aromática, con sutiles dejos de cuero y puntos tostados. De todos modos, si los confrontamos con otros tabacos de consumo histórico en la Argentina, como los de Paraguay,  Cuba  o  Italia,   podemos afirmar que se trata de productos decididamente inscriptos en el segmento de lo “suave”.


Catamos así unos puros correctos, de porte gustativo simple, abordables en cualquier momento del día.  En  cierta  forma,  su perfil recuerda al buen tabaco criollo que se utilizaba en el cigarrillo negro de antaño.   Tal vez por eso han sido fumados a  lo  largo de 200  años,   igual que lo hicimos nosotros en honor a sus millones de consumidores pasados y actuales, los mismos que disfrutaron ,  disfrutan  y  seguirán disfrutando del cigarro correntino en campos, pueblos y ciudades de nuestro país.

Notas:

(1) Físicamente hablando,  suponemos que se trata de la suma de entradas según  el método más práctico de la época:   la vía fluvial directa  Corrientes - Buenos Aires.  En ese entonces,   las comodidades portuarias de esta última urbe se limitaba al incómodo desembarco en el pando  y barroso Río de La Plata, incluyendo la obligada transferencia de pasajeros y mercaderías a botes o carretas para llegar a la costa. En su defecto, el puerto natural más cercano era la Boca del Riachuelo, aunque también tenía sus dificultades de calado y falta de infraestructura elemental.


En el caso específico de Goya (enclave tradicional de las fábricas de cigarros), también cuenta con su puerto desde comienzos del siglo XIX. La siguiente foto pertenece a la década de 1950 y fue obtenida del interesante sitio www.histarmar.com.ar


(2) Existen algunos nombres más o menos aceptados para definir la intensidad cromática del tabaco que se utiliza en las capas de los puros.


domingo, 15 de noviembre de 2015

Remembranzas de la ribera en las memorias de un porteño memorioso

Atilio Alberto Nardelli nació por el año 1914 en un viejo caserón ubicado en Hernandarias y Australia, muy cerca del límite entre los barrio porteños de La Boca  y  Barracas.  En tales comarcas urbanas transcurrió la mayor parte de su vida, lo que le permitió plasmar una serie de recuerdos en un libro publicado en 1991 con el título  Memorias  de  un porteño memorioso. Lo bueno del volumen es que no sólo recoge las experiencias personales del autor, sino que también detalla con bastante minuciosidad numerosas estampas relacionadas con todo lo que nos interesa en este blog.  Así,  desde los viejos comercios del comer y el beber hasta las costumbres gastronómicas de antaño, van pasando imágenes de un tiempo en que la zona se encontraba en su apogeo, tanto por la estereotipada faceta fabril y portuaria como por el no menos dinámico entorno residencial. De hecho,  los dos vecindarios mencionados se contaban entre los más poblados de la ciudad a comienzos del siglo XX.


Ya en las primeras páginas se advierten algunos párrafos que invitan al ensueño, como el que se refiere a las viviendas de la época, “cuyos patios se cubrían con frondosos parrales y las viejas higueras daban frutos apetecibles…” Luego continúa: “las veces que debíamos asistir en tiempos de verano, sus propietarios, además de convidarnos con la consabida cerveza fría, nos obsequiaban sendos racimos de uvas que tan bien nos hacían en esas tardecitas estivales, prodigándonos  frescura  y placer.”   No menos evocadoras son las siluetas relativas a viejos “marchantes” que voceaban sus mercaderías mientras recorrían las calles populosas. Entre estos últimos, recuerda a diferentes italianos que plañían cosa tales como “la ricutella frisca”(ricota), “ceitu, linda oliva” (aceitunas), “pacarito pa’ polenta”(gorriones y torcazas) y “u pesce e Mare Plata” (pescado de Mar del Plata) por citar aquellos de fonética más pintoresca. Sin embargo, estos vendedores andariegos no siempre despertaban la confianza vecinal, dado que también se cita a una antigua matrona que murmuraba lo siguiente sobre el speech del pescadero, utilizando el mismo argot de ascendencia peninsular: “la ha visto cu lo occhio Mare Plata”


Tampoco faltan los negocios barriales en el recuerdo de Nardelli.  Sobre  la  esquina  de  Olavarría  y Almirante Almirante Brown se ubicaba la antigua Mantequería Roma, de Debenedetti Hermanos, y junto a sus puertas era frecuente ver instalados a los vendedores de garbanzos tostados con sal, así como la clásica locomotora de los maníes calentitos que servían para matizar las destempladas tardes de invierno. En el restaurante de don Francisco Raggi (Pedro de Mendoza 1915)  se  despachaba  la verdadera buseca a la genovesa, generalmente acompañada por un vino tinto de producción propia. A ellos se sumaban un sencillo boliche con profusión de vino, sandwiches y partidas de truco, mus o brisca, llamado Quinta e Mare (Gaboto y Suárez), así como el verdadero y original Tuñin de La Boca (Almirante Brown a pasos de Olavarría), tal vez uno de los primeros elaboradores de pizza, fainá y fugaza en la zona. También la vieja panadería de Corleto (Olavarría 246), frente al viejo mercado Solís, creadora de la clásica rosca trenza, y el inveterado negocio de Olcese (1), en el que podían obtenerse legumbres, alpiste, gofio, frutos secos, lupines, maíz pisingallo, harina de mandioca, chuño, cebada, girasol, tapioca, yerba mate (en bolsas de 60 kilos), vainas secas de ají picante, harina de maíz, frutas secas y todo tipo de especias.


La heladería El Aeroplano (Almirante Brown y Brandsen) fabricaba el verdadero gelato al uso napolitano, con frutas frescas seleccionadas por su propia dueña, oriunda de la zona de Salerno, que fue además una de las primeras en incorporar la variedad pistacho que tantos amores u odios genera hasta nuestros días. En el restaurante El Nota, su dueño Rafael poseía un hornito para la elaboración de la sfogliatella  y de un exquisito pan casero, todo lo cual se añadía a excelentes pizzas  y  una antología de pastas caseras.  El barrio llego incluso a generar reconocidas marcas propias,  como la galleta marinera  Cuelli  Tempi nacida en un local de Pedro de Mendoza entre Necochea   y Brin, al igual que el aceite de oliva Marinero,  de José Piccardo y Cía.  (Magallanes  al 1000), tan apreciado por sus virtudes intrínsecas como por la pulcritud y buena atención que se prodigaba  a los clientes que hasta allí se acercaban a comprar utilizando sus propios envases vacíos, ya que atendía el despacho a la modalidad suelto. Al decir del autor, en los comercios gastronómicos de la zona era popular el vino Vanguardia servido en jarras directamente desde las bordalesas (2),  y  las paredes  de  los almacenes mostraban publicidades de Aperitivo Kalisay, Té Tigre, Amaro Monte Cudine, yerba mate El Tumbador y cigarrillos Condal, entre otras.


Muchas son las estampas para destacar, pero finalizamos con una que rememora otra vez las antiguas casas con sus fondos,  en  este  caso  de  manera  específica  y  bien particular: la de la familia Prada, en la calle Australia 1235, cuyos titulares Regina y Emilio vinificaban artesanalmente el fruto de su enorme parra , que luego colocaban en barriles y más tarde en botellas. Con ellos se aseguraban, además del consumo diario, la copita de convite para las visitas…


Notas:

(1) Todos los nombres, apellidos y apodos citados son típicamente piamonteses y ligures, tal cual la composición poblacional boquense desde 1870 hasta la mitad del siglo XX.
(2) Por su riqueza expresiva, la siguiente foto ha sido reproducida por este blog en al menos dos ocasiones. El susodicho rótulo (ampliado en un recuadro)  puede apreciarse perfectamente impreso en las etiquetas circulares de los cascos, lo que le da aún mayor valor testimonial a las añoranzas de Nardelli, toda vez que  la marca parece haber sido propia de los típicos bolichones de antaño.