miércoles, 28 de octubre de 2015

Sanguinetti, Pelliza, Otero, Rolleri, León, Roman y Stolbizer: los siete viñateros de la Reina del Plata 4

La primera conclusión lógica luego de las tres entradas precedentes es que los siete viticultores afincados en la Ciudad de Buenos Aires por la década de 1890 no eran improvisados. Varias señales  permiten advertir el factor conocimiento en sus labores viñateras,  quizás adquirido en los respectivos países europeos de origen. Los síntomas son claros: plantaciones de extensión  respetable  (considerando el lugar y la época), metódicos sistemas de cultivo, labores agrícolas de base científica y, por sobre todo, una unánime intención de producir más  allá  del  círculo  íntimo  o  las necesidades de subsistencia (1). Dicho de otro modo, estas personas,  que conocían bien su trabajo,  tenían  viñedos porque era una actividad rentable, ni más ni menos. Sin embargo, tal certeza  no hace más que suscitar una segunda generación de interrogantes, empezando por el destino final de las cosechas. En este sentido ya tenemos algunos datos: tres de los censados declaran que es para vino y otro manifiesta un mix de uva de mesa y uva para vinificar. No hay respuestas en los tres casos restantes, aunque bien podemos suponer que no estaban  muy lejos de las alternativas antedichas.


La opción uva de mesa carece de aspectos enigmáticos, dado que sus posibles fines sólo pueden ser (aparte de algún consumo propio) la venta a los mercados de la ciudad, a  las  fruterías de la zona, a los fruteros ambulantes o a los vecinos más cercanos. La opción vino, en cambio, abre todo una abanico de posibilidades. A modo de ejemplo, ¿dónde se elaboraban los caldos? ¿En las mismas propiedades? ¿Había entonces siete bodegas, además de siete viñedos, en la ciudad de Buenos Aires al filo del  novecientos? Los documentos históricos nos dicen que sólo Santiago Rolleri contaba con un establecimiento oficialmente erigido a  tal  efecto    (el  único registrado en el Boletín Industrial del mismo censo)  y no hay motivo alguno para dudar de esa información. Por lo tanto, valoro a la que sigue como probabilidad  más sensata: las uvas declaradas “para vino” eran mayormente (2) vendidas a otros inmigrantes que lo elaboraban en sus propias casas, pero que no tenían tiempo, espacio físico ni capacidad económica para llevar adelante un cultivo tan aplicado como el de la vid. De hecho, y sin detenernos a revisar la abrumadora evidencia histórica al respecto, todavía hoy existen aficionados que vinifican artesanalmente  en pleno  Buenos Aires con  materia  prima originaria de Cuyo.  La lógica de 1895 es obvia:  ¿para qué traer los frutos desde tan lejos habiendo disponibilidad en los suburbios más inmediatos?


No olvidamos investigar un tópico bosquejado tangencialmente durante las tres entradas anteriores. Si sopesamos que para 1905 todos estos emprendimientos ya no  existían,  parece lógico preguntarse los motivos de su desaparición. Comenzaremos  por  desechar  un  par  de razones aparentemente verosímiles, que son la economía y el  clima. Varios  datos  plasmados  en  el  mismo  censo descartan la primera de estas hipótesis, en especial el valor que los quinteros porteños declaran recibir por kilo de uva, coincidente  con  todos  los  testimonios  de  la  época  en cualquier parte del país (3). Además, vemos algunos viñedos implantados en forma demasiado reciente al momento de la estadística (entre 1890 y 1892), lo cual le quita todavía más sentido a la explicación del “negocio frustrado”. Las fichas del boletín también ofrecen suficientes elementos como para descartar el factor climático. Queda claro que los viñedos de Buenos Aires padecían las principales enfermedades características de zonas húmedas, pero en las respuestas relativas al punto no se advierten impedimentos o falta de capacidad para remediarlas. Los costos aplicados a ello eran altos, sin dudas, pero se veían compensados por la eliminación total de fletes en una ubicación geográfica prácticamente lindante con del mayor centro de consumo. Y si lo dicho no resulta persuasivo, tengamos en cuenta una última cosa: varias comarcas vitivinícolas cercanas a la Capital Federal, como Quilmes, Avellaneda o Escobar, lograron perdurar al menos cuatro décadas más bajo similares contingencias climáticas, habiendo experimentado el mismo contexto económico y sufriendo idéntica competencia de Mendoza y San Juan.


En  definitiva,  ¿qué fue lo que acabó con las vides porteñas?  Quizás los lectores lo estén intuyendo desde hace tiempo, pero vale la pena una explicación final. El motivo que hizo desaparecer no solamente a los viñedos,  sino a todas las producciones agrícolas establecidas en territorio capitalino federal a fines del siglo XIX,  fue el avance de la urbanización.   En las imágenes del plano topográfico de 1895 subidas durante las entradas anteriores se aprecian  los vestigios de lo que podríamos llamar    presión inmobiliaria: calles proyectadas sobre viejas quintas, divisiones que auguran barrios incipientes, nuevos ferrocarriles que se abren paso entre las antiguas propiedades. En otras palabras,  era  el progreso  que llegaba para cambiar las cosas en la principal metrópolis de una Argentina cuya población crecía a tasas jamás vistas, antes o después. Aquellos viñateros deben haber notado con rapidez lo inevitable del fenómeno,    que además les ofrecía una oportunidad única para hacer el negocio de sus vidas. En efecto, donando al municipio las franjas correspondientes a calles y aceras podían mantener para sí el resto, es decir, toda la superficie construible de las nuevas manzanas. Luego, mediante loteos bien promocionados, lograban una revalorización de sus propiedades infinitamente superior a las expectativas más optimistas en cualquier actividad productiva convencional.


Poco a poco, el empedrado, la baldosa y el ladrillo cubrieron la tierra, las plantas y los arroyos. Y también  cultivos que hoy nos parecen casi inconcebibles,  como aquellos que supieron establecer, cuidar y cosechar los siete viñateros de la Reina del Plata.

Notas:

(1) Por  las  dimensiones  reducidas,  el único caso que puede prestarse a dudas es Stolbizer, aunque las cifras resultantes  de su hipotética productividad ahuyentan cualquier idea de una viña destinada exclusivamente al  autoabastecimiento. Calculando unos magros 3.000 pies por hectárea y 2 kilos de uva por planta (que no era mucho en ese entonces) sus 0,4 has podían producir anualmente 2.400 kilos de uva fresca o 1.600 litros de vino, cifras por demás excesivas para el consumo doméstico.


(2) Digo mayormente porque no descarto en absoluto la elaboración propia en el mismo lugar de los viñedos, aunque todo indica que solamente Rolleri lo hacía de una manera regular y a escala comercial.
(3) Entre 20 y 30 centavos.

sábado, 24 de octubre de 2015

Sanguinetti, Pelliza, Otero, Rolleri, León, Roman y Stolbizer: los siete viñateros de la Reina del Plata 3

José Sanguinetti es uno de los vecinos de la antigua Buenos Aires cuyo  nombre  resulta  fácil  de  ubicar en  la  historia ciudadana. Junto a Tomás Lambruschini fue pionero del barrio de  Coghlan  y sólo ellos vivían en las cercanías cuando la Compañía de Ferrocarriles Pobladores comenzó a tender los rieles que cruzaron por allí en 1891.  Ambos desarrollaban el quehacer de “quinteros” del rubro frutas y hortalizas, pero la aparición del primero en el boletín vitícola del   censo  1895 sugiere que las uvas se contaban entre sus productos favoritos de acuerdo con la superficie abocada al cultivo:  un paño de 6 sobre el total de 16,5 hectáreas,  es  decir, poco más de la tercera parte. Sustentan esa hipótesis otros indicios, como la antigüedad de una viña bien consolidada (15 años), la conducción y poda sistematizados, la composición  múltiple del encepado y el uso 100% enológico declarado ante  los censistas. Pero, ¿qué vinos, hechos dónde y para quién ? Todo a su tiempo, que ya llegaremos a eso.


También fue sencillo hallarlo en el Plano Topográfico trazado el mismo año,  tal  cual  podemos  apreciar  en  la  imagen anterior. Su propiedad (contorneada en rojo) se distingue claramente por las generosas dimensiones y por el curioso formato de paralelogramo “doblado” a la izquierda.  Marqué varios hitos cercanos bien reconocibles en nuestros días. Los números  1  y 2 corresponden a la estación Coghlan  y  al Parque Saavedra, respectivamente. A mitad de camino entre ambos se ve una diagonal que reza “Camino a las Lomas de San Isidro” y no es otra cosa que la actual Avenida Ricardo Balbín, ex Del Tejar. Las inscripciones amarillas marcan las trazas de la avenida Congreso y de la calle Manuela Pedraza, límites sur  y  norte del establecimiento.  Cierta  flecha  naranja  y  roja  señala  una intersección muy cercana al vértice inferior del solar: Congreso y Melián.  Por  último, queda claro que los rieles antes mencionados  (actual  ramal  Mitre  del  ferrocarril homónimo) atravesaban el plantío Sanguinetti de lado a lado en el sector torcido del paralelogramo.


Lamentablemente no tuvimos la misma fortuna cartográfica con los otros dos viñateros afincados en la sección 23, aunque hubiera sido muy interesante. Ambos cuentan con algunos datos significativos: el cultivo  de  las  acreditadas  variedades  vinícolas italianas Barbera y Nebbiolo provenientes de Entre Ríos, en el caso de Lorenzo Pelliza,  y un viñedo cronológicamente bien arraigado (12 años), en el de Otero.  Si  bien  no  resulta  muy  referencial  para nuestras  intenciones  investigativas,  al  menos ubicamos a Pelliza dentro del censo de población , registrado como agricultor  italiano de 54 años junto su esposa Sofía  (también italiana, de 39) y su abundante descendencia nacida en nuestro país: Pascual (22), Teresa (21), Emilia  (15), José (13), María (11), Ricardo (6) y Adela (3).    Todos están  apuntados conjuntamente en la sección 23, lo cual parece indicar que habitaban en la quinta misma. Como dato adicional, Pelliza es el único que manifiesta un empleo mutipropósito para su producción: uva de mesa y vinos. La lógica dicta que las criollas servían para lo primero y las europeas para lo segundo, pero sólo estoy conjeturando.


No nos vamos a extender  mucho sobre Rolleri por haber sido material de dos entradas subidas durante el año 2013. Todo lo que se desprende de los datos aportados por el censo confirma lo  dicho  en  esa oportunidad. No hay que ser un experto para darse cuenta de que su establecimiento era el más grande, el más antiguo y el más versado en cuestiones de uvas y vinos, además del único dotado de bodega vinificadora formalmente establecida.  Luego, no hubo problemas para encontrar las parcelas del joven  viñedo  de  uvas criollas  perteneciente  al español Agustín Leon, dispuesto como una figura “alargada” que corre entre las arterias Helguera, Cuenca y Campana por el llano que hoy se llama Villa Santa Rita, al norte del viejo municipio de Flores (1) (2).  En la primera entrada de la serie volcamos la imagen del mapa antiguo, cuya correspondencia del siglo XXI es la que está al costado de este párrafo. Pero quiero llamar la atención sobre algo bien visible en el plano histórico: las calles dibujadas sobre los terrenos de León y de otros vecinos presagian una inminente partición en manzanas y, con toda seguridad, el posterior loteo de la propiedad. Volveremos sobre este punto fundamental en la entrada que viene.


También por Flores se encontraba el modesto fundo del francés Inver Roman con  púberes cepas europeas   y americanas de tres años plantadas a razón de 6.000 por hectárea, bajo una curiosa orientación de las hileras que no es definida de norte a sur ni de este a oeste, sino “de todos lados”. En Floresta, finalmente, vemos al austríaco Fortunato Stolbizer junto a su minúscula plantación de 0,4 hectáreas de uva chinche, ya en el límite entre la superficie de los viñedos relevantes y aquellas anecdóticas parras hogareñas que dominaban los patios y fondos de la época. Ya sabemos con mayor o menor grado de certeza quiénes eran, qué hacían y dónde estaban aquerenciados estos impensados viticultores porteños de origen extranjero, pero quedan por descifrar muchas cuestiones, verbigracia: ¿era redituable el negocio? En el caso de los productores que declararon usar la uva para vinos, ¿dónde estaban las bodegas elaboradoras?    Y, sobre todo, nos resta determinar los motivos que llevaron a la desaparición de estos emprendimientos agrícolas, porque ninguno subsistió más allá de los primeros años del siguiente siglo. Las respuestas y las conclusiones, en la cuarta y última entrada.


                                                             CONTINUARÁ…

Notas:

(1) Digo llano porque así lo declara el interesado, y así es todavía hoy. Tal cual hice muchas veces en el caso de Rolleri (a pie y en auto), recientemente  salí  a  deambular por las zonas que otrora cobijaban  a  los  viñedos  cuya  ubicación  pude  establecer fehacientemente, o sea, Sanguinetti y León. Desde el punto de vista topográfico, el primero habla de un  campo quebrado  observable perfectamente en nuestros días (urbanización mediante) gracias a las permanentes  y  pronunciadas subidas y bajadas que hay en el sector delimitado por Melián, Manuela Pedraza, las vías del FC Mitre y la avenida Congreso. En oposición, la caminata de Villa del Parque a Flores pasando por Villa Santa Rita me mostró una llanura casi perfecta, muy levemente inclinada en el sentido N-S hacia Juan B Justo (antiguo Arroyo Maldonado) y con suavísimas lomas E-O desde Nazca hasta Concordia.
(2) Aunque el barrio fue designado oficialmente Villa Santa Rita en 1972 como homenaje a la parroquia de la calle Camarones construida en 1949, el rótulo religioso del vecindario ya se lee en el mapa de 1895.  Sin dudas, León se inspiró en ello para bautizar su finca.


martes, 20 de octubre de 2015

Sanguinetti, Pelliza, Otero, Rolleri, León, Roman y Stolbizer: los siete viñateros de la Reina del Plata 2

¿Qué tan  importantes y bien llevados eran los cultivos de vid existentes en la Buenos Aires finisecular del siglo XIX?  ¿Se trataba de simples producciones caseras o perseguían una finalidad  comercial?   ¿Se vislumbra en ellos algún tipo de conocimiento agronómico?   ¿Quiénes eran sus dueños  y dónde estaban situados? Por suerte, el diseño del formulario correspondiente  a  viñedos  del  Censo  1895  resulta   más completo que todos sus semejantes impresos para los distintos boletines  especiales.    Las  39  preguntas  requeridas  son específicas y contundentes,  al punto de brindar una buena idea general sobre el entorno agrotécnico de las propiedades. Hablando del pequeño grupo de viticultores porteños,   no todas las preguntas fueron contestadas en la totalidad de los casos, pero las respuestas obtenidas resultan bastante útiles y dibujan un panorama  razonablemente satisfactorio. En esta segunda entrada de la serie nos limitaremos a presentar la información más trascendente para poner el foco analítico en las dos últimas.


Manteniendo el orden jurisdiccional explicado la vez pasada,  aquí van los puntos centrales de los siete viñedos. Tres están implantados en las sección 23, uno en la 24, dos en la 25 y uno en la 26.

JOSE SANGUINETTI  - Sección 23 - Censado el 10/5/1895
Nacionalidad del propietario: italiana
Superficie: 16,5 ha total - 6 ha de viñedos
Año de implantación: 1879 y 1880 (15 años)
Topografía y suelo: campo quebrado, arcilloso.
Conducción y densidad: espaldero de E a O, poda dos nudos, 5.000 pies por ha.
Variedades: europeas, americanas y criollas.
Pestes: peronóspora, combatida con sulfato de cobre y cal.
Producción y uso última cosecha: 35.000 kg, para vino.

LORENZO PELLIZA - Sección 23 - Censado el 20/4/1895
Nacionalidad del propietario: italiana
Superficie: s/d
Año de implantación: 1890 (5 años)
Topografía y suelo: pendiente, arcilloso y humífero.
Conducción y densidad: copa de N a S, poda corta, s/d.
Variedades: europeas (Barbera y Nebbiolo) y criollas. Origen Entre Ríos.
Producción y uso última cosecha: s/d, para mesa y vinos.


OTERO - Sección 23 - Censado el 20/4/1895
Nacionalidad del propietario: italiana
Superficie: 8 ha total - 2 ha de viñedos
Año de implantación: 1883 (12 años)
Topografía y suelo: campo quebrado, s/d.
Conducción y densidad: espaldero de E a O, poda corta, 3.000 pies por ha.
Variedades: europeas y criollas.
Producción y uso última cosecha; 17.000 kg, s/d.

SANTIAGO ROLLERI - Sección 24 - Censado el 18/5/1895
Nacionalidad del propietario: italiana
Superficie: 16 cuadras total - 12 cuadras de viñedos.
Año de implantación: 1862 (33 años)
Topografía y suelo: pendiente, humífero.
Conducción y densidad: espalderos y parrales de N a S,  poda corta y larga,  3.300 pies por ha.
Variedades: europeas. Origen Italia.
Pestes: oidio desde 1865, combatido con azufre. Peronóspora desde 1889, combatida con sulfato de cobre y cal.
Producción y uso última cosecha: 90.000 kg, para vino.

VIÑEDO SANTA RITA, de AGUSTÍN LEÓN - Sección 25 - Censado el 9/5/1895
Nacionalidad del propietario: española
Superficie: 7 ha total - todo viñedos.
Año de implantación: 1892 (3 años)
Topografía y suelo: llano, humífero.
Conducción y densidad: s/d, 7.000 pies por cuadra cuadrada.
Variedades: criollas.
Producción y uso última cosecha: s/d, para vino.


LAS TRES BANDERAS, de INVER ROMAN - Sección 25 - Censado el 8/5/1895
Nacionalidad del propietario: francesa
Superficie: 2 ha total – todo viñedos
Año de implantación: 1892 (3 años)
Topografía y suelo: llano, humífero.
Conducción y densidad: copa “de todos lados”, poda larga, 6.000 pies por ha.
Variedades: europeas y americanas.
Producción y uso última cosecha: s/d, s/d

FORTUNATO STOLBIZER - Sección 26 - Censado el ?/?/1895
Nacionalidad del propietario: austríaca
Superficie: 8.000 m2 total (0,8 ha) – 4.000 m2 de viñedos (0,4 ha)
Año de implantación: s/d
Topografía y suelo: llano, humífero.
Conducción y densidad: de N a S, s/d
Variedades: americanas.
Producción y uso última cosecha: s/d, s/d


Aunque no queremos adelantarnos al momento de sacar conclusiones (eso llegará muy pronto), los datos precedentes despejan muchas de las dudas que seguramente “picaban” a nuestros lectores luego de la primera entrada.   Por  ejemplo, ya  tenemos  superficies de cultivo cuya envergadura está claramente por encima del  “parral casero” para uso doméstico, así como un destino mayormente vinícola  de las  cosechas.   En los dos únicos casos donde aparecen referencias sobre enfermedades que afectan a las plantaciones (Sanguinetti y Rolleri) se perciben los típicos problemas de regiones húmedas, y también sus típicas soluciones:  azufre  y  caldo  bordelés (sulfato de cobre con cal), utilizadas tanto hoy como hace ciento veinte años. Pero mejor nos extenderemos sobre todo ello en la próximas entradas, dentro de pocos días..

                                                        CONTINUARÁ…

Notas:

(1) Lo siguientes son algunos de los términos que pueden resultar poco comprensibles para los legos en temas de viticultura:
- Conducción: es la manera en que las vides son plantadas y trabajadas de acuerdo a estructuras y esquemas geométricos preestablecidos. Explicados muy básicamente, los que se mencionan  son espaldero (hileras de alambres con vides), parral (techo de alambres con vides) y copa (vides sin alambres). Las tres fotos de la siguiente imagen son bien esclarecedoras. De izquierda a derecha, espaldero, parral y copa.


- Suelos:  los hay de muchos tipos, pero es más que obvia la descripción que hacen todos los viñateros sobre los pisos de la región: arcillosos y humíferos (humus), es decir gruesos, pesados, oscuros y ricos en materia orgánica.
- Variedades:  tipos de vides con características propias.   Las europeas son las que conocemos como productoras de vinos finos, en especial aquellas originarias de Francia, Italia y España. Las americanas aluden a cierta familia autóctona de este continente, cuya forma más común en Argentina  se conoce popularmente como “uva chinche”. Las criollas pertenecen a un grupo muy antiguo llegado de Europa en los tiempos de las primeras conquistas, mezclado aleatoriamente a través de los siglos en una especie de “mestizaje” vegetal.   Actualmente se considera sólo a las primeras como portadoras de calidad enológica.

viernes, 16 de octubre de 2015

Sanguinetti, Pelliza, Otero, Rolleri, León, Roman y Stolbizer: los siete viñateros de la Reina del Plata 1

El Segundo Censo Nacional de la República Argentina, realizado en 1895 (el primero fue en 1869), tuvo alcances superadores del mero análisis poblacional, ya que incluyó una profusa cobertura económica mediante los llamados “boletines” de comercio, industria, agricultura  y  ganadería. También se hicieron boletines especiales sobre ciertas actividades concretas y un Censo Fluvial donde quedaron asentados todos los navíos amarrados en cada puerto argentino al momento de la compulsa. Para nuestra fortuna, los viñedos también aparecen en boletines independientes que actualmente atesora y custodia, junto al resto, el Archivo General de la Nación. En oportunidad de encontrarme recabando información para nuestro otro blog Tras las huellas del toscano me vi súbitamente sorprendido por el hallazgo imprevisto de siete viñedos establecidos dentro del territorio de la Capital Federal.


Ya en ese momento sabía bastante sobre uno de ellos (el de Santiago Rolleri, que fue presentado aquí hace un par de años) (1) y sospechaba que había otros, pero ahora tenía delante  de  mí una  data  histórica  complementaria   y confirmatoria de primer orden, pormenorizada, precisa  e incontrovertible. No lo pensé dos veces y volví al AGN con el sólo propósito de apuntar dicha información testimonial para volcarla  en  este  espacio  de   una manera  que  no  tiene antecedentes en Consumos del Ayer: mediante una serie de cuatro entradas consecutivas que serán subidas una  detrás de la otra en un lapso de tiempo relativamente corto.  En  la presente haremos un prolegómeno general de presentación, en la segunda y tercera volcaremos la información propiamente dicha  y  las evidencias accesorias que pudimos encontrar por otros medios, y en la última vamos a analizar todo lo apuntado a fin ubicarlo en el contexto temporal de finales del siglo XIX,  tratando  de responder algunas preguntas sobre cuándo, cómo y por qué desaparecieron estos emprendimientos vitícolas porteños.


Una  aclaración  necesaria  en  virtud  de  las  próximas elucubraciones es la ubicación geográfica de lo que se daba en llamar “secciones”. En el caso de la Ciudad de Buenos Aires, los censos del siglo XIX siguieron un patrón de jurisdicciones coincidentes con las seccionales de policía, es decir, con la demarcación correspondiente a cada comisaría de la época. Desde luego, los viñedos censados se ubican en zonas que por aquel tiempo aún presentaban un panorama oscilante entre suburbano y semi rural, cuyo paralelo de nuestros días no se encuentra antes de 60 kilómetros a partir del centro de la ciudad. Pero los barrios “viñateros” de 1895 resultan sin duda asombrosos para nuestra lógica urbana actual, toda vez que ha desaparecido de ellos cualquier rastro vegetal con excepción del arbolado y el escaso césped en aceras, plazas, parques y algún que otro pulmón de manzana particularmente frondoso. ¿De qué barrios hablamos? Veamos lo concerniente a las secciones censales que nos interesan:

Sección 23: barrios de Belgrano, Colegiales, Núñez, Saavedra y Coghlan.
Sección 24: barrio de Caballito.
Sección 25: barrios de Flores, Villa Santa Rita y Villa General Mitre.
Sección 26: barrio de Floresta


Posteriormente logramos localizar con mayor certidumbre a ciertos productores recurriendo a antiguos documentos cartográficos. De los siete, situamos a tres de con absoluta certeza en un mapa de ese mismo año: Santiago Rolleri en Caballito (que ya lo teníamos), José Sanguinetti en Coghlan y Agustín León en Villa Santa Rita.  Un poco más genérica es nuestra noción en los cuatro casos restantes: Otero y Pelliza en puntos indeterminados de la sección 23, Inver Roman en alguna parte de Flores y Fortunato Stolbizer en un incierto lugar de Floresta. Ya avanzaremos sobre eso y sobre los cultivos de cada uno, las características de los terrenos, las variedades que producían, las pestes que los azotaban , los métodos utilizados para combatirlas,  el uso que le daban a la uva,  e  incluso algunos apuntes interesantes de fuentes complementarias relativas a sus grupos familiares. Todo eso en las próximas tres entradas, realmente muy pronto.


                                                         CONTINUARÁ…                   

Notas:

(1) Varios otros datos se suman a lo que sabíamos sobre Santiago Rolleri.   Además  de lo que veremos pronto sobre su viñedo, dimos con la ficha de la bodega en el Boletín Industrial. Entre otras curiosidades,  mientras la viña aparece a nombre del patriarca (italiano), la bodega figura como propiedad de sus hijos Santiago y Vicente (argentinos), tal cual lo sugería la información que volcamos en las entradas del 19/5/2013 y 26/7/2013.


También logramos localizar el establecimiento en la sección correspondiente del censo de población, donde podemos apreciar a Vicente Rolleri junto a otro joven miembro de la familia y varias personas que sin duda fueron registradas en sus lugares de trabajo: operarios italianos, un tonelero español, un foguista (quizás para atención de calderas), una mucama y un cocinero. En las páginas siguientes aparecen más personas como “agricultores”, tal vez el personal que trabajaba en el viñedo, pero la falta de precisión sobre dónde termina el informe de  un domicilio y comienza el de otro nos impide tener más seguridades al respecto.


sábado, 3 de octubre de 2015

El secreto de Misia Paca

El término lingüístico misia o misiá define un trato de cortesía o respeto que se aplica a las mujeres de cierta edad, equivalente a los más conocidos señora o doña. Hacia finales del siglo XIX el vocablo de marras estaba extendido indistintamente en ámbitos rurales, pueblerinos y urbanos. Numerosas obras literarias de la época dan fe de ello, como la que vamos a reseñar hoy volviendo nuestra atención hacia el inefable Fray Mocho,  el costumbrista argentino que supo generar con la pluma auténticas litografías sobre usos, costumbres y personas de su tiempo. Muestra cabal de ese estilo criollista y conversado es Cuadros de la Ciudad, una selección de treinta y cuatro cuentos cortos enfocados en las contradicciones sociales porteñas a mediados de la década de 1880.


Según el relato de nuestro interés, titulado La economía es la madre de la riqueza, durante algún momento de aquel período hicieron su aparición en las calles y plazas de Buenos Aires los pasteles de una tal Misia Paca,  los que,  “vendidos a precios increíbles por su baratura y rellenados con generosa liberalidad, desalojaron a sus rivales en el comercio menudo y mataron toda competencia,   produciendo una crisis espantosa en la antes boyante (1) industria pastelera.” Por supuesto, semejante éxito despertó de inmediato una ola de envidias y recelos entre sus competidoras  desplazadas, quienes  se  abocaron  a  buscar desesperadamente  el  secreto  profesional  de  la  victoriosa oponente.  Los comentarios al respecto distaban mucho de ser piadosos. “¡Si nunca hizo ni tortas fritas!”, decía una, mientras otra aseguraba: “dejen que venga la semana santa…¡el pescado no tiene más que un precio!” Pero la semana santa llegó y Misia Paca vendió sus pasteles con el suceso de siempre,  baratos  y  tan  bien rellenos que su jugo “chorreaba por los enemigos”, como decía la clientela.


En un arrebato supremo de resentimiento y animosidad, las comadres llegaron a propalar que los pasteles de Misia Paca se hacían con carnes de origen oscuro, ya no de mula o de caballo, sino con algo mucho menos inocuo.  Hasta se habló de “varios ingleses sin familia que habían desaparecido”, así como de un carrero de la aduana atorado con un huesito de tamaño y proporciones claramente antropomorfas. Entretanto, Misia Paca estaba radiante.    Desde su nueva posición de triunfo, sentenciaba:  “se han fundido porque son haraganas y ambiciosas, y quieren ganar platales… Que trabajen y se contenten con poco, como yo, y ya verán”. El reinado de la susodicha se extendía por toda la ciudad,  llegando sus pasteles a todos los estómagos, “pues no quedó negro vendedor que quisiera otra factura que no fuera aquella sin rival”. Ya no había competencia: descartada la insidiosa calumnia de la carne de inglés y la malévola especie de que tales pasteles eran aptos sólo  para  las  personas  sin estómago,  se  acallaron  las  protestas  y  los  labios enmudecieron. Misia Paca fue aclamada y su nombre inscripto en la lista de oro de las grandes damas caritativas de la ciudad.  Hasta su esposo,  que era un triste capitán, ascendió en el ejército para llegar a jefe de batallón.


Pero sucedió que una noche, habiendo reunión en una obra caritativa presidida por la exultante Misia Paca, se atendía el pedido de una pobre mujer cargada de hijos, viuda reciente de un viejo soldado. La benefactora se dirigía a la infortunada  con una cierta superioridad aduladora. Y allí, en presencia de numeroso testigos, se dio el siguiente diálogo:

- Bueno, usted es pobre porque quiere… Trabaje y economice. ¡La economía es la madre de todas las riquezas!
- Sí, señora.
- Yo también soy esposa de soldado y ya ve, hasta donde he llegado haciendo pasteles.
- Pero para eso ya estoy vieja y llena de hijos…
- ¿Eso qué importa? No sea haragana.
- Si no es por haraganería… sino porque no voy a hallar ninguno de tropa que me quiera  pa’ casarme.
- ¿Acaso yo le aconsejo eso?
- No, pero si no me caso con un oficial que me mande las economías del batallón… la leña, la carne, la grasa, la harina…que son tan caras, ¿cómo voy a fabricar pasteles tan baratos, señora?




















En palabras del autor, el argumento fue tan contundente y explicaba de manera tan sencilla como inesperada el secreto profesional de Misia Paca, que acabó su reinado, basado solamente en la economía… del cuerpo que mandaba su esposo y que resultaba ser la madre de la riqueza, como ella pregonaba.

Notas: 

(1) Boyante: próspero, feliz.