miércoles, 22 de julio de 2015

Los chocolates, caramelos, confites y dulces de la "Usina Godet" en 1895

Como tantos otros emprendedores de su generación, Alfonso  Godet  nunca  debe  haber  imaginado  la envergadura que llegaría a alcanzar su modesto local algunos años después de comenzar a practicar el trabajo de confitero en su patria adoptiva. Pero así era la América con la que tanto habían soñado los inmigrantes europeos del siglo XIX, esa misma que ofrecía ilimitadas expectativas de progreso y en la que todo estaba por hacerse.  Según  la  historiografía accesible en la web, sus artes de frutas, azúcares y cacaos se iniciaron allá por 1864. Basándonos en las informaciones fidedignas que preferimos invocar en este  blog  (como el Registro de Patentes de Buenos Aires),  para  1870  el  citado especialista en los oficios dulceros ya se encontraba instalado dentro de su pequeño comercio de confitería sito en Cangallo 256, según la vieja numeración, es decir, muy cerca del cruce con la que hoy denominamos Avenida 9 de Julio.  Deducimos  lo  de “modesto” sin tener imágenes de aquel reducto por la sencilla razón de que el valor $500 correspondía a locales medianos y pequeños. Un taller fabril o depósito no muy grande pagaba al menos $1.000, una fábrica con todas las letras entre $2.000 y $3.000, y un establecimiento verdaderamente mayúsculo alcanzaba los $ 5.000.


Todo indica que en algún momento del decenio de 1880, Don Alfonso logró encarnar el resultado de sus esfuerzos mediante la adquisición de un gran planta enclavada en Piedad 2554 (actual numeración de Bartolomé Mitre),   donde  la  manufactura  pudo desarrollar el potencial que ameritaba la demanda creciente con la gracia de Al Sol de Oro. No obstante, por razones que desconocemos, el iniciador de la saga vendió todo el negocio algún tiempo después al señor A. Guillot, incluyendo el inmueble, las maquinarias y las marcas por él creadas hasta entonces. En manos de este nuevo dueño encontramos la firma hacia 1895 y en su descripción queremos enfocarnos, dado que implica una envergadura de producción realmente significativa para la época. Bajo el progresista nombre de “Usina Godet”, una importante guía industrial del período asegura que el edificio consta de cuatro pisos bien construidos y dispuestos, cada uno consagrado a tareas y productos determinados con un grado de especificidad sorprendente por su competencia técnica, y que seguramente envidiarían muchos establecimientos actuales que trabajan según los estándares de las normas ISO.


Así, en el primer piso se encontraban dispuestas la fábrica de frutas secas y caramelos, la fábrica de chocolates, la fábrica de pastillas y caramelos de goma y la fábrica de confites. En la primera se situaban 12 máquinas de moldear y un número suficiente de secaderos, mientras que en la tercera existían artefactos dispuestos para “diluir la goma” y otros en los que se verifica la mezcla con el azúcar. En el sector del chocolate -sin dudas, la especialidad de la casa- había seis molinos mecánicos donde se preparaban  los cacaos  y  los  azúcares  hasta convertirlos en pasta, así como cilindros para darle la consistencia necesaria. Finalmente, los productos chocolateros eran terminados en una cámara tórrida a 45° de temperatura. Básicamente, los pisos superiores eran dedicados a depósito y estacionamiento hasta la salida a la venta, pero con una rigurosa separación por tipos y calidades, al punto de contar con una sección menta enfocada exclusivamente en esa clase de manufacturas. Completaban la Usina Godet oficinas de despacho al público, secciones de embalaje, depósitos adyacentes sobre la calle Ecuador, una importante caldera de 80 caballos de fuerza y un tendido Decauville (1) para el movimiento de las existencias. En total trabajaban 190 operarios.


Ahora bien, ¿Qué tan importante era la gama de artículos  elaborados  en  esas  majestuosas instalaciones? Veamos: la nómina habla, para empezar, de los chocolates papel bronce, papel dorado, verde faja naranja, amarillo faja verde, parisien, trocadero, en caja superior, en pastillas ordinarias, con grajea, extra fina en cartuchos, tabletas con cromos, grandes, croquettes, desayunos, cigarros, cigarrillos, converture y bombones cremas. Sigue luego un repertorio de ítems que incluye textualmente caramelos, cascarilla, confites, dulces, fondants, grajea, goma, manteca, negritos, pescados, pralinas, turrón y yemas, cada uno con su propia gama de etiquetas y subproductos, cuya variedad puede apreciarse ampliando la imagen original del texto presentada a continuación.


No debe sorprender entonces que la marca Godet haya sido un sinónimo de chocolate durante las décadas siguientes. A partir de 1898 la casa pasó a manos de Daniel Bassi y así se mantuvo por muchos años, pero su vigencia marcaria continúa en el siglo XXI, desde luego, en manos de otras empresas y bien lejos de aquella “usina” del Once, en el viejo barrio porteño de Balvanera. Sin embargo, lo expuesto sirve para tener otra buena idea sobre la dinámica industria alimenticia que forjaba la grandeza del país en el tiempo de nuestros bisabuelos. No es la primera referencia sobre ello que presentamos aquí, ni será la última.

Notas: 

(1) En honor al nombre de su inventor y patentador francés, se denomina Decauville a cualquier tendido de rieles cuya trocha sea inferior a las medidas ferroviarias habituales, en especial cuando se trata de montajes con carácter industrial, comercial o agrícola. Para fines del siglo XIX y principios del XX era un sistema muy frecuente en el movimiento de mercaderías dentro de las instalaciones fabriles, los depósitos, las minas e incluso los campos, sobre todo en el tiempo del cereal embolsado. El término se extiende más allá del método de tracción empleado, ya que existieron formaciones Decauville movidas con locomotoras a vapor o diésel, con zorras a bomba o simplemente por medio de vagonetas empujadas manualmente. Los pocos trenes de este tipo que funcionan hoy se destinan a mover pasajeros en parques, museos y demás centros de atracción turística.


sábado, 11 de julio de 2015

Café al Cognac, ese licor tan apreciado por el gusto argentino de antaño

Tan abundante y variado ha sido el consumo de bebidas en el pasado de nuestro país que su sola historia sería suficiente para llenar con creces el contenido de este blog,  además de requerir un trabajo de investigación a tiempo completo. Con los matices correspondientes a los distintos períodos y coyunturas históricas, semejante compendio es realmente difícil de abarcar en todos sus detalles.  Sin  embargo,  una  mirada  algo  más genérica nos permite tener una idea bastante aproximada sobre los productos favoritos de nuestros antepasados connacionales. Y entre ellos, sin dudas, se encontraban los licores en su más amplia acepción: dulces o secos, cremosos o fluidos, caseros o industriales, nacionales  o  importados,  moderadamente alcohólicos o generosamente espirituosos. Como lo señalan las estadísticas asequibles a partir de la década de 1850, el renglón de referencia tuvo siempre un destacado papel entre los embarques de ultramar que arribaban a nuestros puertos bajo una gran diversidad de envases contendores en los modos fraccionado o a granel, desde las botellas hasta los recipientes de roble, pasando por las damajuanas.


Ya hacia fines del siglo XIX comienza a percibirse una fuerte competencia  entre  la  importación  y  los  incipientes elaboradores locales, cuyo punto culminante llegaría en la segunda mitad de la centuria siguiente. En efecto, después de la  Segunda Guerra Mundial,  el negocio importador de bebidas se redujo a una mínima expresión, por no decir que desapareció.   Fue en esa misma época que la industria criolla tuvo su gran oportunidad, lo que desembocó en una avalancha de nuevas marcas de  destilados  y   licores extendida   durante los   siguientes   treinta   años  (1). Precisamente a ese período está referida esta entrada, poniendo el ojo en dos especímenes de un tipo de licor muy apreciado por los argentinos del ayer:  el café al cognac.  Casi todas las generaciones actuales que rondan el medio siglo (como mínimo) recuerdan perfectamente la profusa publicidad al respecto que existía en los medios gráficos, radiales y televisivos durante los pasados años cincuenta, sesenta   y   setenta,  con un par de marcas realmente emblemáticas, como las que nos ocupan hoy (2).


Elegimos dos botellas cerradas correspondientes a esa época de esplendor licorista nacional, una de las cuales está muy concretamente datada en el año 1980 (lo dice la etiqueta), mientras que la otra puede situarse con bastante aproximación hacia 1970. Ambos elixires fueron degustados en compañía del conocido grupo de amigos que comparte nuestro interés, tantas veces mencionado,  en este caso como corolario de una buena cena en el populoso  y eficiente restaurante céntrico porteño Angostura (Reconquista y Lavalle) de Carlos Villa. Sin más prolegómenos, vayamos a la data completa de los mismos, con toda la información de sus rótulos (textual), sus rasgos visibles y sus comentarios organolépticos.

Tres Plumas - Licor Crema de Café al Coñac
Elaborador: Dellepiane S.A.
Ubicación: Ruta 8 Km 17,800. San Martín, PBA.
Alcohol: 27,5°
Contenido de coñac: 1%
Año: 1980
Cierre: tapa rosca
Merma de líquido: nula
Rico, sumamente limpio, sin defectos ni tonos avejentados en aroma y sabor. Hace honor al estereoptipo de “crema” por su textura marcadamente dulce,  untuosa,  dotada  de  cierto  matiz que recuerda al café torrado con azúcar.    No  obstante  esa característica gustativa levemente remilgada, tratándose de un licor dulce posee un buen equilibrio y no deja de sorprender su integridad luego de treinta y cinco años de vida en su envase de vidrio. Puede calificarse sin problemas como un excelente licor añejo.

Dufaur – Licor Fino de Café al Cognac
Elaborador: Dufaur & Cía. S.A.I. y C.
Ubicación: Bucarelli 2696. Capital Federal.
Alcohol: 29,5°
Contenido de cognac: 3%
Año: circa 1970
Cierre: corcho y cápsula de plomo
Merma de líquido: leve
Servido en segundo término, fue una sorpresa para todos los presentes. Lejos del tono denso y opulento de su compañero, mostraba menos color, menos cuerpo y una estructura más fluida, pero con una fineza y elegancia que (me atrevo a señalar) ya casi no existe entre los licores vernáculos.  Estilizado,  profundo, perfectamente balanceado, con un alcohol presente pero nada predominante y un tono de café moderado y a la vez distinguido. Para  catalogarlo,  lo mejor es apuntar a un "destilado dulce de café".



















De  esa  manera  concluimos  otra  degustación  de  viejas  bebidas  patrias,  donde comprobamos por enésima vez la nobleza y el buen sentido que acompañaba a dicho sector de la industria local en los tiempos idos.   Esto lo hemos postulado antes  y   lo seguiremos postulando hasta el cansancio, tanto más porque cada ocasión lo confirma y en cada caso contamos con la presencia de personas que conocen a fondo el negocio de marras y el trasfondo técnico del asunto. Tanto así como para someterse a los rigores de una cata histórica analítica luego de una comida excelentemente regada…


Notas:

(1) Algo sobre el mismo tema apuntamos en la entrada del 25/5/2014 “Venerable licores argentinos”, donde realizamos una cata de ejemplares fechados entre 1950 y 1970.
(2) No es difícil ubicar antiguas alusiones publicitarias a las dos marcas en cuestión, puesto que se trata de nombres otrora muy famosos. Dufaur fue un importador de renombre a partir del decenio de 1930 y para fines de la década de 1950 comenzó a elaborar localmente toda su gama de destilados y licores.  Dellepiane  es  aún  más conocida y todavía se encuentra plenamente vigente. A mediados de los años setenta, su planta de San Martín era ensalzada publicitariamente como ejemplo de calidad a gran escala, tal como puede apreciarse en el aviso junto al segundo párrafo de esta entrada.


martes, 7 de julio de 2015

Antología de entradas: las estampas del comercio antiguo

Otra vez, para presentar una nueva entrada de esta serie de antologías,  elegimos la cómoda  y  efectiva opción de remitirnos a la primera oportunidad  en que encaramos el tema. Hablamos del 24 de enero de 2012, cuando decíamos lo  siguiente:  “el  análisis  de  los consumos pretéritos abarca muchos aspectos, desde los productos en sí mismos hasta la gente que hacía uso de ellos,  pasando por las industrias que los generaban  y los comercios que los expendían.  Este  último  caso representa un mundo aparte, dado que cada actividad contaba con establecimientos cuyas características eran propias y bien diferenciadas del resto de los rubros (…) Por ese motivo abrimos una serie de entradas sobre las estampas de los viejos comercios argentinos (y especialmente porteños), en las que vamos a intentar la recreación de los atributos, los ambientes y los entornos históricos que enmarcaron a esos recordados –y recordables- sitios del quehacer cotidiano nacional”. No hay mucho más para señalar, excepto que dicho ciclo temático abarcó diez entradas durante tres años completos, desde el citado enero de 2012 hasta diciembre de 2014.


Así pasó por nuestras reseñas un grupo de locales nutrido y variado:  cervecerías, lecherías, cigarrerías, confiterías, mercados,  almacenes,  fondas,  cafés,  cafés   con entretenimientos  adyacentes  (billar, bochas, frontón, reñidero) y ferias callejeras ambulantes. Algunos de estos modelos de las actividades mercantiles de antaño todavía subsisten,  aunque fuertemente cambiados  y  venidos a menos. Otros desaparecieron por completo, mientras que un par ha vivido un inesperado resurgimiento de acuerdo con diferentes circunstancias coyunturales. Las cervecerías, por ejemplo, han resucitado gracias a la moda de las llamadas cervezas artesanales. Las confiterías, en cambio, cuentan con algunos baluartes convertidos hoy en lugares notables de la ciudad, lo que fortalece su permanencia en el tiempo y su éxito comercial manteniendo intacto buena parte del entorno arquitectónico original.


Pasemos sin más a la lista ordenada por aparición cronológica, con los debidos enlaces para aquellos curiosos que deseen  descubrirlas o repasarlas:

Las cervecerías
Durante la segunda mitad del siglo XIX, la cerveza vivió un verdadero auge en el consumo de los argentinos.   Tal vez como resabio de aquella gloria,  las cervecerías que proliferaron desde comienzos del siglo XX permanecen en la memoria con sus platos y su ambientación alusivos a la cultura germánica. http://goo.gl/MkhS1y
Las lecherías
Recordadas aún por muchos habitantes de las grandes ciudades patrias, las lecherías fueron refugios de carácter muy especial donde no sólo se podía disfrutar la gama completa de los líquidos lácteos (leche fresca, crema, yogur, etcétera), sino también un completo  servicio de cafetería, chocolatería y heladería. http://goo.gl/D9HvjM
Las cigarrerías
El tabaco es una de las primeras manufacturas que tuvo el territorio del Virreinato del Río de la Plata, toda vez que sus productos se complementaban con los prestigiosos artículos de ultramar. Durante más de ciento cincuenta años, las cigarrerías fueron  locales dedicados plenamente a las especialidades tabacaleras. http://goo.gl/xGX6q1
Las confiterías
Hoy solemos asociar el término confitería con la fabricación panadera especializada en dulces y confituras. Pero en otros tiempos, las confiterías eran locales de servicio gastronómico ubicadas en una jerarquía superior al resto de sus congéneres. Las recordamos a través de algunos emblemáticos ejemplos porteños. http://goo.gl/OZ4nwV
Los mercados
En forma casi paralela a la formación de las principales ciudades del país, los mercados concentradores con despacho al público se fueron formando en los llamados “huecos” existentes entre las trazas urbanas. A través de su larga historia como modelos de la actividad mercantil, algunos alcanzaron una fama perdurable. http://goo.gl/2lfbOU




















Los almacenes
¿Quién no recuerda los almacenes de barrio emplazados en toda ciudad o pueblo hasta no hace mucho tiempo? Por supuesto, se trata de una estampa imborrable asociada con las imágenes positivas de la antigua vida de vecindad. Grandes o pequeños, más o menos surtidos, son reductos que hicieron a la historia nacional. http://goo.gl/R0FMlB
Las fondas
Si bien nadie reconoce actualmente las diferencias, hace mucho tiempo había una clara distinción entre el bodegón, la cantina, el boliche y la fonda. Esta última representaba el escaño más bajo de calidad y extracto social, pero la rescatamos como humilde representante de todas sus análogas en los tiempos idos. http://goo.gl/hHVCCN
Los cafés
Modificados, innovados y claramente “tuneados” para adaptarse a los requerimientos de la modernidad, los cafés constituyen quizás el úncio de los bastiones gastronómicos históricos que ha logrado sobrevivir hasta nuestros días. No obstante, le dedicamos algunas líneas a su estampa en los días del ayer. http://goo.gl/lOSySc
Los cafés con billar, bochas, frontón o reñidero
El éxito de un emprendimiento asociado a la gastronomía no siempre estuvo atado a la calidad, el precio o las bondades de su oferta comestible y bebestible. Hace mucho tiempo (realmente mucho), hubo sitios que se destacaban por sus “divertimentos aledaños”, desde los juegos de salón hasta los de patio. http://goo.gl/SQv7dv
Las ferias
La última de las entradas relativas a las estampas del comercio antiguo estuvo enfocada en las ferias callejeras que tanto proliferaban por los barrios de las pretéritas metrópolis argentinas. Bastante similares a los mercados (con los cuales tenían elementos en común), poseyeron, sin embargo, su propia personalidad. http://goo.gl/pY7qDS


Así concluimos la resumida glosa que nos ha convocado en esta ocasión,   cuyo propósito es simplemente acercar a los nuevos lectores del blog la posibilidad de ubicar determinadas entradas unidas por un eje temático común. Y a los lectores veteranos, la de revivir algún texto que oportunamente haya sido de su interés.