sábado, 27 de junio de 2015

Una parodia sobre la cata de vinos y un legendario destilado nacional en la televisión de los años sesenta

El Tío Pimienta fue un personaje encarnado por el recordado actor argentino Luis Sandrini durante la década de 1960, que dio lugar a toda una serie de versiones y secuelas en teatro, cine y televisión. La idea central  del personaje consistía en un tío solterón que debe hacerse cargo de la familia de su hermano mientras éste emprende largos viajes en compañía de una amante.  Llamado oficialmente Peregrino  Ferrari,    el tío  de  referencia  pasaba  por  todas las  alternativas  propias  del  padre  sustituto, especialmente aquellas relacionadas con el recelo y la desconfianza hacia los jóvenes pretendientes de sus sobrinas. Precisamente, hoy nos vamos a enfocar en dos valiosas secuencias relativas a ese “celo” cuasi paternal, que pertenecen a la versión televisiva realizada  en  1964.  Además de los puntos específicos de nuestro interés,   su  repaso permite regocijarse con la actuación  de tres figuras míticas del humor nacional: el mismo Sandrini, Pepe Biondi y Carlitos Balá (1).


La primera escena que nos convoca presenta a la mayor de las sobrinas (Diana Maggi) en el acto de recibir a su novio Ciriaco (Pepe Biondi). En pleno momento de flirteos y arrumacos, los tórtolos son sorprendidos por el tío Pimienta que sale de la cocina, donde se encuentra preparando un pollo al barro. Luego de las incomodidades del caso, el tío invita a Ciriaco a sentarse para probar “un vino que tiene treinta años durmiendo en la botella”. Las cualidades del caldo son ensalzadas por don Peregrino a las voces de “es un néctar” y “para probar, nada más”. Instantes después,  la sobrina  deja sobre la mesa el envase, ya con el sacacorchos inserto, y dos vasos. La conversación entre Ciriaco y el tío se extiende en base a permanentes comentarios irónicos de este último dirigidos a la vestimenta del primero.


Mientras siguen las chanzas al respecto, Sandrini abre la botella. El acto se ve coronado con el típico sonido del descorche, mientras su abridor asegura “en el ruido del corcho, no más, sabe la vejez que tiene”. Don Peregrino sigue haciendo  gala de su sapiencia mediante el viejo recurso -absolutamente falso, pero muy propio del folclore vínico en aquellos tiempos- de oler el tapón, mientras exclama extasiado “la calidad, la calidad…”. Acto seguido extiende el tirabuzón al novio de su sobrina y lo invita diciendo “huela”, tal vez esperando alguno de esos adjetivos grandilocuentes  y estereotipados. Pero Biondi, luego de olfatear con atención, hace una pausa, mira a la cámara y afirma sin dudar: “corcho”.


Luego de tan sublime instante,  la secuencia continúa con el mismo tenor,   entre chacotas  y comentarios pseudoenológicos.  El detalle humorístico reside en que Biondi va solicitando y consumiendo un vaso tras otro hasta vaciar por completo la botella del añejo néctar.  Sin embargo, a juicio de quien suscribe, el remate del corcho delineado anteriormente representa el punto máximo, el momento más logrado, entrañable e invalorable de todo el cuadro.


Más adelante nos topamos con otra secuencia que integran el protagonista y el más joven de los noviecitos, personificado esta vez por el actual prócer del humor argentino Carlos Balá. Recién arribado al domicilio familiar, el aterrado muchacho debe soportar  la hostilidad del Tío Pimienta, consistente en desaprobar cada uno de sus actos.  En cierto momento lo convida con una copa de coñac, pero cuando el mozalbete de marras tiene la osadía de ingerir su contenido resulta insólita y duramente recriminado. Sandrini le retira la copa (aunque poco queda de ella) y vuelca su contenido en la botella.


Si bien ya se puede adivinar la marca en las imágenes previas a la llegada de Balá  (el producto había sido servido unos segundos antes),  es en este momento cuando su identidad queda bien al descubierto. Se trata de uno de los émulos argentinos del célebre destilado francés, quizás el que alcanzó  mayor éxito y difusión comercial  en  nuestro país  a  lo  largo  de  su  historia alcoholera: Otard Dupuy – Reserva San Juan (2), marca que aún existe acreditando ocho décadas en el mercado. No hace falta ser un experto para tener esa seguridad, sobre todo si se recurre a una buena imagen de su etiqueta más común por aquellos años. Todos  los elementos coinciden, pero nos detenemos en dos que resultan  incontrovertibles: la banda roja  sobre la parte superior (levemente más oscura en el blanco y negro) y el “agujero” con forma de cucarda que señalamos en la imagen que sigue. Esta última marca coincidía con un relieve en el vidrio de la botella,  por  lo  que (creemos)  el etiquetado debía hacerse sí o sí de manera manual.


Una escena olvidada de la TV argentina de los años sesenta junto a tres queribles figuras de leyenda del humor nacional, con vinos y destilados de por medio. ¿Qué más podemos pedir?

Notas:

(1) Dentro del numeroso elenco del programa (un especial hecho por única vez) aparecen otras reconocidas figuras de la época como Palito Ortega, Ubaldo Martínez y Juan Carlos Thorry, por mencionar algunas.
(2) Otard-Dupuy fue una vieja marca de la Masion Otard, de Francia, que tuvo su época de esplendor entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX. Durante muchos años fue un artículo importado bastante famoso en la Argentina, pero su alto consumo  llevó a la casa matriz a emprender la producción vernácula en los albores de la década de 1930. En 1933 comenzaron los ensayos en el establecimiento Santa Victoria, de la provincia de San Juan (perteneciente a Cinzano), y hacia 1935 se inició la venta en todo el ámbito de la república. Una publicidad datada el 21 de diciembre de 1960,  bajo el encabezamiento  de  ¿Cómo  se hace  un  verdadero  Coñac?,  dice  lo  siguiente:   el  vino blanco cuidadosamente elaborado con uvas blancas seleccionadas se destila en alambiques tipo Charentais utilizando el tradicional método de destilación en dos etapas. Luego este coñac se añeja durante largos años en cascos de roble importados de Francia de 500 litros de capacidad como máximo. A través del mismo mensaje podemos conocer la diferenciación  nominal para sus dos productos emblemáticos: el Coñac Otard-Dupuy Añejo (3 años) y el Coñac Otard-Dupuy Extrañejo Reserva San Juan (6 años).


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