miércoles, 18 de febrero de 2015

Andanzas de Generoso Mosca, el incorregible falsificador de etiquetas

Durante las últimas décadas del siglo XIX la industria argentina vivió inmersa en una especie de caos legal, errático entre la Ley Nacional de Marcas  de 1876  y  el  completo  desconcierto al  respecto  -a  veces involuntario y otras veces premeditado- que dominaba a los principales protagonistas del sector. El marcado déficit de controles gubernamentales no hacía más que aumentar considerablemente la gravedad del problema y, de hecho, no existía una autoridad de aplicación abocada a regular la genuinidad de los procesos productivos ni su posterior formalización en el mercado comercial. Así, por ejemplo, el debido y puntilloso registro de la patente de un invento o de cierta marca  no garantizaba en absoluto su exclusividad puesto que,  en la práctica, cualquier hijo de vecino podía utilizarla en beneficio propio.  Dicha situación comenzó a cambiar recién hacia comienzos del siglo XX mediante diversas modificaciones y mejoras realizadas en aquella primitiva norma, que rápidamente propiciaron un marco jurídico mucho más claro y preciso.  No es de extrañar,  entonces,  la avalancha de juicios realizados en los años posteriores al novecientos, muchos de ellos referidos a las cuestiones puntuales que nos interesan en este blog.


Dentro de la antigua literatura técnica del tema aparecida en nuestro país resulta interesante revisar algunos trabajos como Sentencias sobre marcas de fábrica y patentes de invención, publicado por la Librería de Mayo en 1905. El volumen contiene una selección de fallos del doctor  Francisco  B.  Astigueta,  un especialista  que sentó jurisprudencia en la materia.   Y  entre ellos no  faltan  algunos relativos  a  la  próspera  tarea  de  los elaboradores de bebidas, de los cuales seleccionamos un grupo hermanado por el mismo elemento común: la falsificación y el plagio de etiquetas.  El  primer personaje  involucrado  en semejantes maniobras es un tal Generoso Mosca,  a quien escogimos como referencia para el título de la entrada no sólo por su curioso y llamativo nombre, sino por lo prolífico de su accionar (1). Es así que la lista de querellantes en su contra  incluye a Francisco Cordero, Gerónimo Bonomi, Otard Dupuy, La Gran  Destilería Buenos Aires (Cusenier), J. H. Secrestat y Branca Hermanos. Esas personas y empresas, como productores o importadores,  representaban buena parte del núcleo vinícola y licorista de la época, responsable de algunos de los artículos bebestibles más populares y exitosos.   Siguiendo el mismo orden en que citamos sus nombres, hablamos nada más y nada menos que de Vino Cordero, Amaro Monte Cúdine, Cognac Otard Dupuy, Ajenjo Cusenier, Bitter Secrestat y Fernet Branca.


Todo indica que el pillo de Mosca había armado un taller especializado en etiquetas pertenecientes a variedad de vinos, aperitivos y licores, con el agravante de que no tenía ningún reparo en despachar cantidades ingentes de rótulos impresos a imagen y semejanza de las marcas más rutilantes.   Según entendemos,  él mismo se ocupaba de  “diseñar “ algunos modelos,    mientras que otros eran adquiridos a espurios litografistas colegas, cuyos nombres también aparecen en el fallo: E. Ramírez, Santiago de Leido y Virginio Albanesio (2) Lo bueno del caso es que nuestro villano eligió como estrategia de defensa (fallida,  por lo visto)  no negar en absoluto la autoría de los hechos que se le  imputaban, sino aducir que desconocía su ilicitud. Pero ello no le fue muy útil, ya que el juez entendió que no podía desconocer el carácter indebido de lo que hacía. Partes del texto lo señalan claramente: “que las excusas que uniformemente ha presentado el querellado en su descargo no son admisibles”  dice una, y otra dictamina que “no ha podido ignorar que esas etiquetas, que  sirven para designar la clase y procedencia de un artículo determinado,  no pueden expenderse libremente sin estar adheridas a los envases a los que se destinan, y que careciendo él de la autorización o representación necesarias, le estaba prohibida su venta.”  Como cierre asegura: “contribuye a corroborar esta afirmación y a destruir la excusa de ignorancia que presenta el querellado, el contenido del documento (…) de fecha anterior a la demanda, en el que Mosca se reconoce autor de una falsificación…”, lo cual evidencia además que el granuja de marras tenía antecedentes documentados al respecto. Como resultado, Generoso Mosca fue condenado a pagar una multa de 500 pesos o, en su defecto, a pasar un año en la cárcel.


Aunque el caso de Mosca es el más notorio por la cantidad e importancia de las marcas adulteradas, no es el único. También podemos señalar el de Cayetano Mammolino, querellado por Branca Hermanos a causa de su fernet, así como por J y F Martell, creadores del prestigioso cognac homónimo, y por Delor y Cía., fabricantes del famoso Aperital.   Los puntos centrales de esta causa se asemejan a bastante a los de la anterior, tanto como la culpabilidad del acusado y la idéntica sentencia: 500 pesos o prisión de un año. Muy llamativa resulta asimismo la aparición sistemática de los productos de Branca en diferentes fallos, indicativa de su renombre  y  de los peligros que esa misma popularidad representaba en un sector plagado de fabricantes clandestinos de vinos, elaboradores improvisados de licores y falsificadores consuetudinarios de etiquetas, todos ellos perfectamente bien dispuestos a asociarse con el propósito final de comercializar brebajes temibles  (a veces al límite de la toxicidad), cuyos rótulos famosos podían engañar al consumidor incauto o al menos pudiente (3). Tal es un caso en el que Branca Hermanos querella a los señores Verocai y Chissoti por una casi grotesca simulación de su etiqueta. No hace falta extenderse demasiado en la cuestión, dado que podemos mostrar los dos ejemplares en conflicto: el verdadero Fernet Branca y el Fernet Verocai.  Como podemos observar,  este último llegaba al extremo de señalar que era  “idéntico al de la casa Fernet Branca de Milán”,  amén de exhibir una silueta visual y textual prácticamente gemela en cuanto a diseño, leyendas y color.


No es la primera vez en que nos detenemos a analizar las grandezas y las miserias de la industria de bebidas a fines del XIX y principios del XX. Ni será la última, porque es uno de los momentos históricamente más cautivantes de nuestro pasado, en pleno proceso de transformaciones sociales, económicas y tecnológicas.


Notas:

(1) Por si alguien tiene interés, el siguiente es el link directo al caso Mosca, aunque desde  allí  se  puede  acceder  a  cualquier  parte  del   trabajo  completo: https://archive.org/stream/sentenciassobre00astigoog#page/n36/mode/2up/search/mosca
(2) En la entrada del 3/12/2012 revisamos un caso similar referido a cigarros toscanos. En esa ocasión también se menciona la libertad y el desenfado con que se movían los imprenteros y litografistas a la hora de fabricar por encargo todo tipo de etiquetas comerciales.
(3) Además del vacío legal y la falta de fiscalización, quienes producían y negociaban esos productos se valían de ciertas realidades propias de la época: la gran cantidad de analfabetos propensos a ser engañados por la similitud de dibujos, letras y colores, y el consumo creciente entre los sectores de la clase obrera,  a  los  que  les  atraía sobremanera el precio de “ganga” que exhibían las diferentes bebidas cuando eran apócrifas.

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