Las fuentes que surten de material al investigador del pasado nacional son muchas,
pero el componente bibliográfico es el más importante a la hora de ofrecer
elementos históricos documentados. En esa línea, la Guía descriptiva de los principales Establecimientos Industriales de la
República Argentina es un verdadero manantial de datos para este blog,
aunque revisar sus páginas implique movilizarse frecuentemente hasta las salas
de lectura de la Biblioteca Nacional. Y si bien hemos tocado tangencialmente la
industria de los alimentos envasados, nunca pusimos el foco sobre uno de los numerosos productores de comestibles que desarrollaban sus actividades dentro del activo
panorama fabril de la época. Así, llama la atención la completa reseña
efectuada en la edición 1895 acerca de la Fábrica
de Comestibles de Clutterbuck y Cía., con planta domiciliada sobre la
Avenida Centro América (actual Pueyrredón) a la altura del 1150, esto es, entre
Paraguay y Mansilla. El encabezamiento del informe asegura que se trata de una simple
fábrica de conservas, pero veremos que su realidad iba más allá de ese rótulo e
incluía la preparación y el fraccionamiento de harinas, especias e infusiones,
entre otras actividades relacionadas al gremio.
Luego de un rápido resumen sobre el entonces breve pasado de la firma
(fundada cinco años antes), el texto resalta el rápido incremento en las ventas
de encurtidos (de 5.000 a 100.000 frascos), haciendo hincapié en las verduras,
“que alcanzan una cifra enorme”. Para acreditar lo antedicho, los cronistas aseveran que “cuando visitamos la fábrica constatamos más de 500 bordelesas
compradas en el país con vegetales conservados en vinagre que pasan a tarros de
vidrio a medida que las necesidades del consumo lo demandan”. Como un indicio
del nivel cualitativo alcanzado por la empresa, en el artículo se manifiesta
sin titubeos que, haciendo honor a las prácticas británicas más arraigadas (1), la planta “no entrega los encurtidos al
consumo sino pasados tres años de su preparación” (2) A continuación, los
enviados de la guía apuntan lo siguiente: “en la preparación de estos productos
se emplea vinagre de primera calidad, por ser el que influye de manera eficaz
en la conservación y el buen gusto de los vegetales, que son cebollitas, chauchas, coliflores, pepinos y pimientos salpimentados con granos de pimienta
y trozos de cumbarí, el viperra de los vascos (3), que tan
agradable gusto da a este excitante (sic)”.
Un párrafo aparte está consagrado a la salsa inglesa o worcestershire , de la que se preparaban y vendían 50.000 frascos
en el año de edición del trabajo. “La marca Mellior,
tan apreciada por los inteligentes, no tiene nada que envidiarle a las más
renombradas de Gran Bretaña”, sentencian los autores, y continúan: “muchas
familias inglesas tuvieron que suprimir por la carestía ciertas salsas de sus
mesas, pero hoy toman la Mellior, por
igualar y beneficiar en bajo precio a las que de Inglaterra nos llegaban”. En
el caso de los dulces se revela la dedicación y el esmero del propietario, dado
que “Mr. Clutterbuck separa las frutas una por una, (…) procurando que conserven su fragancia y aroma particular, no almibarándolas mucho para que no resulten empalagosas”. La
mención de variedades frutícolas involucradas en esa elaboración abarca
frutillas, ciruelas, manzanas, higos, damascos, duraznos, limones, naranjas,
tomates, cerezas y membrillos.
Pero no solamente conservas, dulces y salsa inglesa eran las especialidades
del lugar, sino también el té “de las mejores casas de Asia”, así como
alcaparras, que “envasadas con toda perfección, compiten con las oriundas de
Francia”. La lista de productos continúa y acusa cebada inglesa, mostazas tipo
francés e inglés, harina de guisantes, pimienta negra y blanca, harina de
avena, tapioca y pasas de Corinto. “Los encurtidos Mixed y Pickles, pickles en mostaza, cebollitas, etc., son
envasados en frascos cuadrados, redondos y hexagonales, existiendo de estos últimos
diversos tamaños”, subraya el relato de la visita. Sin dudas se trataba de una
fábrica prestigiosa y consolidada en el creciente mercado que aquel tiempo, no
obstante sus pocos años de vida. Y ello es muy lógico si consideramos la
variedad de colectividades europeas septentrionales (muy afectas a ese tipo de
alimentos) que se iban extendiendo por el país. Los encurtidos y dulces de
Clutterbuck seguramente contaban con una clientela fiel entre las familias
alemanas, inglesas, irlandesas y francesas afincadas en Buenos Aires y demás
ciudades argentinas.
Hacia el final, como resulta casi previsible, los cronistas rematan el
texto con un sincero elogio comparativo de ultramar hacia la empresa y sus
productos: “estos datos comprueban que en conservas y vegetales al ácido y el
almíbar, la casa Clutterbuck y Cía. es completa y se halla a la altura de las
buenas del extranjero”.
Notas:
(1) Aunque el artículo no lo dice textualmente, por diversos indicios de su
lectura resulta palpable que el señor Clutterbuck era nativo de las islas
británicas.
(2) No podemos menos que preguntarnos: ¿qué pensarían hoy las autoridades
bromatológicas al respecto?
(3) Ajíes picantes.
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