viernes, 26 de julio de 2013

Don Santiago Rolleri, los viñedos de Caballito y el vino "Locomotora" 2

Sabemos que al filo del cambio de siglo XIX al XX existía en Caballito Norte una bodega con viñedos propios que cubrían aproximadamente catorce manzanas. Sabemos también que el negocio de su propietario, Don Santiago Rolleri, iba mucho más allá de la simple elaboración e incluía la distribución de vinos cuyanos y la importación de productos europeos. El susodicho personaje era, además, un actor de preponderancia en la comercialización de los mercados más destacados de la época: el Mercado de Abasto (del que fue fundador) y el Mercado del Plata. Semejante “combo” de actividades le permitía un amplio margen de acción en su establecimiento y no hay dudas de que la mayor parte de las ventas vínicas declaradas por su empresa (que alcanzaban los 4.000.000 de litros anuales, frente a una vinificación con uva propia de apenas 170.000 litros) estaba compuesta por cortes entre vinos propios, vinos nacionales de otros orígenes y vinos importados. De ese modo, Rolleri tenía un papel destacado en el dinámico y variopinto comercio de bebidas de su tiempo, además de contar con la popular marca “Locomotora”, como hemos visto en la primera entrada de este tema subida el 19 de Mayo pasado.


En esa oportunidad nos preguntamos si quedarían vestigios físicos visibles de todo aquello, y anticipamos algo sobre una propiedad religiosa que ya aparecía en el mapa topográfico de 1895: el Convento de las Hermanas del Buen Pastor. Pero antes de llegar a eso, recordemos que la finca en cuestión tenía tres de sus límites marcados por sendas calles que aún perduran: Díaz Vélez y Gaona al norte, Martín de Gainza al oeste e Hidalgo al este. En el borde sur, en cambio, las arterias viales aún no habían sido abiertas, y cuando así lo hicieron (en 1905) fue de manera transversal a la antigua frontera del viñedo. Normalmente, los loteos se realizaban  mensurando y dividiendo terrenos en forma de cuadrículas y rectángulos acordes al trazado municipal, que corregían cualquier desviación anterior, dando lugar a la actual y algo aburrida geometría típica de las manzanas porteñas. En otras palabras: las divisiones de las viejas quintas desaparecían por completo. Pero hete aquí que, para nuestra fortuna, las propiedades eclesiásticas nunca eran tocadas, por lo que conservaban el formato original sin modificaciones. Mi modesto instinto de investigador aficionado me llevó de inmediato a la manzana en la que aún continúa emplazado aquel viejo convento, aunque ya no como tal, sino como Parroquia, Colegio y Casa de Retiros Espirituales del Buen Pastor.


Tamañas sospechas se confirmaron  mientras caminaba por la calle Méndez de Andes, punto por el que se dirigía la frontera sur de la viña en su camino desde  (según la configuración actual)  Martín de Gainza y Felipe Vallese hasta Aranguren e Hidalgo, cortando cuatro manzanas en forma diagonal, como se distingue en el mapa anterior a este párrafo (la parte bordeada en rojo corresponde al convento). Precisamente, en la cuadra de Méndez de Andes al 600 es donde la chacra vitícola limitaba con el monasterio de marras, cuyas edificaciones más longevas datan de 1894. Fue así que pude ver a simple vista  lo que intuía de antemano: una  pared que llega desde la mitad de la manzana hasta la vereda de modo insólitamente oblicuo, como testimonio bien claro de que su disposición es anterior a los loteos efectuados en los primeros años del siglo XX. Nadie en su sano juicio dividía los terrenos con extrañas diagonales que terminaban generando triángulos molestos y de poca utilidad, a no ser que tratara de propiedades preexistentes con derechos muy difíciles de cuestionar o de adquirir mediante negociaciones, como los que tiene, precisamente, la Iglesia Católica.


Una búsqueda posterior en las excelentes imágenes satelitales de Google Map corroboró mis conclusiones de campo con precisión todavía mayor. Las fotos de arriba y abajo  no dejan dudas, ya que hablan por sí solas. En la más alejada marqué en amarillo la dirección de la calle y en verde la orientación discordante que exhibe la pared posterior del convento, que no es otra cosa que la vieja línea divisoria entre éste y el viñedo de Rolleri.


Veamos ahora una foto satelital de mayor altura junto con el mapa de 1895, como para aclarar el asunto por completo. En el vértice superior derecho de la imagen moderna se aprecia un pedacito referencial del Parque Centenario, distante pocas cuadras del lugar de nuestro interés. También, comparando ambos mapas, se percibe sin inconvenientes la avenida Honorio Pueyrredón de nuestros días como notable cicatriz de la antigua vía de ferrocarril que corría por allí en 1895. Está visto y comprobado: la ciudad de Buenos Aires (como tantos otros lugares de nuestro bello país) esconde algunos secretos del pasado que están allí, a la vista de todos, esperando ser descubiertos.


Para terminar, ¿cómo se vería el viñedo de Don Santiago Rolleri recortado contra la pared posterior del convento a fines del siglo XIX? Pues bien: no tenemos imágenes de ello, pero me permití realizar una recreación libre a partir de cierta foto que tomé en el lugar, y que luego modifiqué con mis toscos y primitivos conocimientos sobre edición digital  para acercarla a un hipotético panorama de antaño. Así finalizamos el repaso de tan curiosa historia vitivinícola porteña, con sendas postales de aquel lugar que supo ser límite entre viña y templo en versiones de hoy y de ayer, es decir, 2013 y 1895. Esta última, desde luego, meramente imaginaria.


jueves, 18 de julio de 2013

Un revelador libro ferroviario de stock de 1898 11

Hay muchas maneras de apreciar el enorme abismo cultural que nos separa de los comportamientos sociales aceptados hace un siglo. Fumar en lugares que hoy nos parecen absolutamente insólitos para ello,  por ejemplo,  es una de las conductas que permiten valorar esa distancia.  Sin embargo, en 1898, a bordo de un tren, no tenía nada de extraño gozar sin complejos de los más potentes cigarros puros asequibles en el mercado tabacalero de la época.  Así, con el objeto de satisfacer a sus pasajeros,  las empresas ferroviarias se esforzaban para ofrecer la mayor  variedad de opciones en sus confiterías y sus coches comedores. En ese sentido, los cigarros puros no se diferenciaban de las bebidas o los alimentos, ya que la consigna empresaria era dotar a sus servicios de la mejor categoría disponible, además de tener opciones para todos los bolsillos. Y si bien es cierto que el tren era el rey entre los modos de viajar a fines del siglo XIX,  no lo es menos que las comodidades resultaban muy diferentes según la jerarquía del pasaje abonado. Pero lo real es que un desayuno, un almuerzo o una cena de viajero solía estar acompañado por la reconfortante fumada con alguna de las  variadísimas  alternativas  del  entonces multiforme universo de los productos del tabaco. Ricos y pobres fumaban por igual, y todos podían conseguir algo acorde a sus posibilidades.


En la entrada anterior de esta serie señalamos la presencia de 31 marcas de cigarrillos en el stock del Ferrocarril Sud, y el número no se queda muy atrás a la hora de listar lo propio en materia de cigarros: 22 rótulos  (+  1  de  tabaco  para  pipa),  desde  las renombradas vitolas habaneras hasta los modelos más  simples  y  económicos  producidos por  la industria nacional. Como ya hemos señalado en numerosas ocasiones,  los productos solían  ser asentados  por  la  simple  mención  de  sus  tipos genéricos y sólo a veces por sus marcas completas. De un modo u otro, el siguiente es el catálogo en cuestión con las denominaciones textuales utilizadas por los empleados del FCS y los debidos valores en pesos por unidad:

Damitas                                               0,10
Brisagos                                              0,10
Toscanos                                            0,10     
Cavour                                                0,10
Jolanthe                                              0,15
Bahía Bouquet                                    0,20
Juncales Chicos                                  0,20
Juncales Grandes (Santos)                0,30  (1)
Jazmines                                             0,35
Conchas Upmann                               0,50
Reinitas Upmann                                0,50
Operas                                               0,50
Platinos                                              0,60   
Bock                                                   0,70
Flor de Murias                                    0,80
Upmann Petit Bouquet                       0,90
Hoyo de Monterrey N°1                     0,90
Hoyo de Monterrey N° 3                    1,00
Reina Victoria                                    1,20
Bouquet La Meridiana                       1,20  (2)
Upmann Excepcionales                     1,30
Aguilas Imperiales                             1,70
Tabaco Pioneer (lata)                       2,90 (3)  


Sumando todas las unidades en el período Abril 1898 a Julio 1899 se desprende que las apetencias del público estaban  inclinadas hacia los toscanos (11.700 unidades), seguidos por los Cavour (8.825) los Santos (6.808) y los Juncales Chicos (6.597). Desde luego, el volumen también registra importante despacho de cajas de fósforos en sus variantes “comunes” y “especiales”, algo lógico tratándose de un servicio con alto confort para los parámetros de su tiempo. No olvidemos, en ese sentido, que por 1898 no existían los kioscos tal como los conocemos hoy, y mucho menos los  negocios del ramo abiertos las 24 horas. Por eso, la completa oferta de esta firma del riel en el campo de comidas, bebidas y tabacos, tan  bien  registrada por nuestro libro de stock, era casi imprescindible para dejar conformes a los pasajeros durante un periplo de media o larga distancia.


Con esta entrada finalizamos lo que hace al tabaco, para adentrarnos de lleno en todo lo que tiene que ver con los alimentos, las conservas, los dulces, e incluso los artículos de cocina, con sus correspondientes y puntillosos registros de salida. Aquí los tendremos, muy pronto.

                                                            CONTINUARÁ…                       

Notas:

(1) Cierta confusión entre Juncales y Santos dio lugar a un sonado juicio de marcas, del que dimos cuenta en la entrada del 2/2/2013. En realidad había una sola variante de Juncales y una sola de Santos, pero los empleados del FCS llamaban a los primeros “Juncales Chicos” y a los segundos “Juncales Grandes”.
(2) La mención específica de la marca La Meridiana  no aparece todos los meses. En varias oportunidades sólo se asientan como “Bouquet”, pero con  idéntico precio. La Meridiana era un establecimiento bastante reconocido, propiedad de don Eusebio San Marco y situado en la calle Matheu 52 de la Ciudad de Buenos Aires. 
(3) Sólo aparece en el último mes: Julio de 1899

miércoles, 10 de julio de 2013

El lucrativo negocio de fabricar bebidas a finales del siglo XIX 1

Pocos períodos de la historia económica local han sido tan dinámicos como aquel comprendido entre 1880 y 1920. En esos años, nuestro país modificó radicalmente su perfil en base a varios fenómenos, pero sobre todo a la enorme masa de inmigrantes arribados desde Europa. Tamaña  avalancha  abarcó  todo  nuestro  territorio  sin distinciones regionales, aunque tuvo una lógica y mayor importancia en las grandes capitales, con Buenos Aires a la cabeza y Rosario, Mendoza y Tucumán siguiéndole en orden de importancia. En la Capital Federal, por ejemplo, la población foránea ascendía al 45% a comienzos de la Primera Guerra Mundial. Y en el resto del país los números no se quedaban muy atrás, ya que el Censo Nacional de 1914 acusa un 40% de extranjeros tomando el resumen general de población. Con semejante coyuntura social, no debe extrañar que las importaciones de artículos de consumo, aunque muy grandes, resultaran claramente insuficientes para atender las necesidades de semejante masa humana en todos sus estratos sociales.


En el rubro de las bebidas el dispendio per cápita era sencillamente descomunal en comparación con las cifras actuales, y aunque las estadísticas de aquel tiempo no resultan totalmente fiables, queda muy claro que en ese entonces se bebía realmente mucho,  y  de  todo.  Vino,  cerveza,  vermouth, destilados y licores tenían una demanda constante y creciente,  lo  que  produjo  la  aparición  de  la correspondiente industria nacional hacia fines del siglo XIX, con una envergadura que no suele ser valorada en toda su dimensión (1). Muchas veces se asegura, con poco fundamento, que la Argentina no tenía un mínimo desarrollo industrial por ese entonces, sino que se limitaba a la exportación de productos primarios. Eso es una verdad a medias en el caso de la industria pesada (2), y una abierta falsedad en el caso de los alimentos y los tabacos. En una serie que comienza hoy y que seguirá con  tres entradas futuras vamos a hacer un breve repaso por el sector industrial de las bebidas, con particular énfasis en las miserias del negocio, como la imitación,  falsificación, adulteración y elaboración artificial de productos, que surgieron casi como una necesidad frente a un mercado cuyos requerimientos parecían no tener techo en términos de volumen.











Lo primero que hay que entender es que  en  los  tiempos  del  1900 prácticamente no había legislación ni controles al respecto. Si hablamos de la  principal   industria   de   los bebestibles, es decir la del vino, los usos  y  costumbres  de  la  época producen un franco desconcierto por la informalidad con que se manejaban las cosas. Sólo con la observación de algunas publicidades de la época ya aparecen ciertas frases que marcan el contraste entre los  buenos productores (pocos) y los industriales inescrupulosos (muchos) que actuaban, sin embargo, dentro del amplio margen que les proporcionaban  las precarias leyes de aquel tiempo. De ese modo se pueden leer cosas como “vino artificial” o “vino garantido de pura uva”, así como los análisis químicos que realizaban algunas bodegas para reforzar su imagen positiva y darle algún signo de confianza al consumidor (3). Dimas Helguera, en “La producción argentina en 1892”, trata a la actividad del vino artificial como “industria” y ofrece algunos números que llaman, una vez más, al asombro.


Mientras  asegura  que  el  rubro  en  cuestión  alcanzó proporciones extraordinarias, no duda en afirmar que las personas  dedicadas  a  ello  bien  pueden  calcularse prudentemente entre un mínimo de 10.000 y un máximo de 30.000, ya que hoy todo el mundo es fabricante de vinos. Y sigue: los hay entre los importadores, mayoristas, minoristas y bolicheros. Sus fabricantes son también miles de jefes de familia, los que mediante una arroba (4) de pasas, otra de azúcar y una damajuana de alcohol preparan con una simple fermentación (5) una bordalesa de vino. Se fabrica en tierra y en el mar, siendo contados los buques que hacen el cabotaje en nuestros ríos que no tengan a bordo todos los elementos para instalar una pequeña fábrica flotante. Es fabricante el chacarero, el jefe de taller, y desde las casas de cierto rango hasta los populosos conventillos, donde hay un hombre o una mujer un poco económica, se fabrica vino en mayor o menor medida.


                                                       CONTINUARÁ…

Notas:

(1) En las entradas sobre “La vitivinicultura del centenario” 1 y 2, subidas en Agosto y Octubre de 2012, ofrecimos algunos números relativos a la producción y el comercio vínico nacional de aquel entonces.
(2) La lectura atenta de las guías industriales de la época demuestra que nuestro país contaba con una nada despreciable cantidad de establecimientos dedicados a la construcción de barcos y a la fabricación de vagones de tren, tranvías y carruajes, además de un importante número de firmas abocadas a la mueblería y la metalurgia, por nombrar sólo algunos rubros. Y si contamos además a la indumentaria textil, la perfumería y la alimentación, la cantidad y el tamaño de las empresas realmente sorprende.
(3) Al respecto de eso, el legendario Vino Cordero, del que tuvimos el gusto de catar una añeja botella para este blog, publicó el siguiente aviso el 19 de Noviembre de 1882 en el Diario “El Plata”.


(4) Antigua unidad de medida para pesar mercaderías, originaria de España. Su valor era variable según cada región ibérica o país de Latinoamérica. En Argentina equivalía a unos 11,5 /12 kilos.
(5) No creemos que semejante mezcla, en la que sin dudas se incluía también el agua, produjera fermentación alguna. Seguramente Dimas Helguera, que era economista y no enólogo, utilizaba el término “fermentación” como sinónimo erróneo de “maceración”.

martes, 2 de julio de 2013

Cafés, Fondas, Boliches y Bodegones en Boedo

San Juan y Boedo antiguo… ¿Quién no escuchó alguna vez esa frase eminentemente tanguera? Pero la esquina de marras no era un enclave ciudadano típico hace más de cien años. Al contrario, hoy nos vamos a ocupar del que fuera  un barrio periférico y suburbano hasta la década de 1890, ya que la Av. Boedo (bautizada así en 1882) era el límite sudoeste de  la ciudad,  pasado  el  cual  se  ingresaba  al Municipio de San  José  de  Flores.  Un  hito  del progreso y la comunicación se dio en 1891 con  la  llegada de los vehículos tranviarios, lo que generó un rápido desarrollo urbanístico y comercial dentro del vecindario. En 1897 corre el primer tranvía eléctrico en Buenos Aires, y  el 5 de Diciembre de ese año llega a Boedo la empresa "La Capital" que unía San Juan y Entre Ríos con Plaza Flores. Así, para 1900, existían líneas que conectaban con Plaza de Mayo, Parque Patricios, Mataderos y Pompeya. En ese contexto, no es de extrañar la inmediata proliferación de locales del tipo que nos interesan en este blog. Los primeros antecedentes  de  reductos  gastronómicos  (o,  al  menos,  con  servicio gastronómico) son los reñideros "Del Vasco" (Independencia y Boedo), de Pepe Brenta (Boedo y México) y de Pepe Cuitiño, así como la Glorieta Don Luis (Boedo 1063). Una crónica de 1908 menciona a los siguientes cafés: Bareto (Carlos Calvo e/ Mármol y Muñiz), Don Vicente (San Juan e/ Colombres y Castro Barros) y Olimpo (Av. La Plata y Avelino Díaz)


No obstante la existencia segura de fondas y bodegones por aquellos años, el perfil barrial se vio siempre dominado por un ambiente de bohemia asociada a la poesía y el tango. Por algo fue llamada, en sus mejores épocas, la  "Florida del Arrabal" o "Av. De Mayo del Arrabal". Allí se dieron todas las combinaciones posibles entre la gastronomía y semejantes actividades del intelecto: bares con peña literaria, cafés con biblioteca y otros ensambles por el estilo, que tuvieron una vida extendida durante la primera mitad del siglo XX. Si debemos reseñar a los más importantes, nos quedamos con los siguientes: 

- Del Aeroplano (San Juan y Boedo esquina NO). Inaugurado en 1927, lo cual hace posible que su nombre sea un homenaje al "Spirit of St. Louis" de Charles Lindberg. Cambió  la  denominación  a "Nippon" en 1935, a "Canadian" en  1947  y  a "Esquina Homero Manzi" en la década de 1960.  Tuvo gran importancia como inspiración de tangos, ya que varios de esos cultores, como el propio Homero Manzi, fueron sus clientes. También funcionaron allí peñas literarias y en sus mesas se sentó Roberto Arlt.
- El Japonés (Boedo 873). Otro café y bar de gran importancia en el tango y la literatura. En él se dieron cita Filiberto, Arlt, Yunque y Tiempo, entre otros.
- El Dante (Boedo 745). Bar históricamente asociado al club San Lorenzo de Almagro, ya que en el local se reunían socios, jugadores y directivos. Hubo tangos alusivos como "Café Dante" y "El Ciclón".
- El Atlántico, luego Biarritz (Boedo 868, hoy Banco Ciudad). Fue lugar de encuentro de artistas plásticos y poetas. Allí funcionó la peña "Pacha Camac".
- El Río de Oro, luego Alabama (Boedo y Carlos Calvo) Café tanguero hasta hace pocos años, cuando fue completamente reformulado.
Otros recordados han sido el Almacén de Posse (San Juan y Boedo esquina SE), El Capuccino (Carlos Calvo casi Boedo), Gran Boedo (Boedo 819),  Los 20 Billares (Boedo 787) y Munich.


A pesar del paso de los años, la zona continúa conservando buena parte del espíritu que dio origen a tantos sitios legendarios. Hoy existen numerosas alternativas en materia de bares, cafés tangueros, pizzerías y restaurantes, como Esquina  Homero Manzi (San Juan y Boedo) o Pan y Arte (Boedo 878), entre otros, que mantienen bien en alto el estandarte de la gastronomía y la cultura. Dos cuestiones que, para Boedo, forman parte de su historia más entrañable.