lunes, 24 de junio de 2013

La lista de Hansen

El 13 de febrero del año pasado publicamos una nota sobre los descubrimientos arqueológicos efectuados en los terrenos que ocupaba el legendario Café de Hansen, aquel que dio lugar a innumerables menciones en la literatura, la música y el cine nacional. En esa ocasión apuntamos el principal dato que se desprendió luego de los correspondientes trabajos de excavación: en lo de Hansen se comía de manera abundante (el nombre oficial del  local,  de  hecho, era  “Restaurante del Parque Tres de Febrero”), especialmente viandas al estilo de guisos de carne y pucheros, tal cual lo evidencian los restos óseos hallados en el lugar. Pero también, y aunque no hayan quedado vestigios físicos, resulta claro que allí funcionaban todos los servicios imaginables del rubro alimentos y bebidas, desde el simple café hasta los copetines, los tragos, las picadas y las meriendas. Este local, que perduró desde 1875 hasta 1912, parece haber tenido una relevancia mucho mayor como sitio puramente  gastronómico que como enclave milonguero. Aún hoy, incluso, se discute si en lo de Hansen realmente se bailó alguna vez, como dice la leyenda.


Pero el interés principal de este blog es el costado gastronómico de la historia, por lo que pasaremos a considerar los detalles de una interesante lista de productos que completa muy bien lo plasmado en aquella entrada subida hace más de un año, cuando, sin ahondar demasiado,  hicimos alusión a los sendos  inventarios llevados a cabo tras la muerte de Ana Anderson (esposa de Juan Hansen), en octubre de 1888,  y en forma posterior al deceso de este último, el 3 de abril de 1892. El cruce de la información obtenida en los dos registros nos dice bastante sobre la calidad del servicio, que no era para nada el que muchos imaginan en un “bolichón” o “tugurio” bailable, como  se  ha pretendido  eternizar  al mítico comercio palermitano. Bien al contrario, el repertorio de productos indica una relación mucho más lógica con una confitería decididamente distinguida. Recordemos primero el stock de bebidas de acuerdo con su tipo genérico: 1192 botellas de cerveza (1), 978 de vino, 37 botellas grandes y 16 medianas de champagne, 11 de whisky, 44 de vermouth y 54 de cognac, además de un largo catálogo adicional de licores varios. Todo ello, desde ya, en variantes de etiquetas nacionales e importadas. Entre las cervezas se destacan las marcas Quilmes Imperial, Río II, Kulmbacher, Mainz, Pschoz, y cerveza “inglesa”. Notoria es la presencia de nombres prestigiosísimos dentro de la variedad de vinos ofrecidos, que incluía, contando denominaciones genéricas y rótulos específicos, Saint Esthepe, Saint Julien, Chateau Margaux, Chateau Lafite, Chateau Biré, Pontet Canet, Chateau Léoville, Chateau Cantenac, Saint Emilion, Vin de Corse, vino del Rhin, Moselwine y el simple “Vino Argentino de Mendoza”. También había Oporto, Madeira y Jerez, junto a un largo pelotón de bebidas adyacentes, como Hesperidina, Ron, Cacao, Fernet, Anisette, Cognac (VO, Tres Estrellas y Cinco Estrellas), Ajenjo, Cuarcao, Aperital, Ginebra, Ginger Ale, refrescos surtidos y vermouth, con presencia preponderante del Torino Cinzano.


Por el lado de los alimentos,  las existencias responden casi exclusivamente a productos en conserva: 33 tarros de sardinas, 120 tarros de pate de foie, 41 tarros de mostaza (19 de la llamada “inglesa” y 22 de otras), 16 tarros de duraznos, 30 tarros de perdices, 2 tarros de lengua, 2 jamones y cierta cantidad de galletitas de la entonces celebérrima marca Lola (2). El stock de productos del tabaco, infaltables en los comercios gastronómicos de la época, acusa 350 cigarros Doña Ana, 650 cigarros Princesa, una caja de cigarros habanos, 125 cigarros “de la paja”, 200 cigarros de hoja Virginia (3), 50 Atico, 105 Santos, 30 Radfahrer, 40 Hoyo de Monterrey y 25 Damitas. Y aunque está fuera del interés gastronómico histórico que perseguimos, vale la pena mencionar  el ítem correspondiente a las velas de estearina, que se usaban entonces para la iluminación de los carruajes.Como ya hemos dicho alguna vez, quizás nunca tengamos la certeza sobre las cuestiones musicales y bailables que acontecieron en lo de Hansen, pero podemos estar seguros de que allí se comía, se bebía y se fumaba mucho y bien. Curiosas pinceladas de un lugar perteneciente a la leyenda del viejo Buenos Aires, que hasta hace poco más de cien años se erigió justo enfrente del actual Planetario.


Notas:

(1) Todos los registros históricos disponibles señalan que la cerveza era entonces más consumida que el vino. En esos tiempos había en todo el país unas 400 fábricas de cerveza, la mayoría de ellas pequeñas y artesanales.
(2) A tal punto llegaba esa popularidad que, según se dice, la famosa frase “este no quiere más Lola” nació en esos tiempos para referirse a los recién fallecidos, porque entonces dejaban de consumir las renombradas galletitas.


(3) Muy posiblemente, “de la paja” y “hoja Virginia” sean dos denominaciones diferentes (dos marcas distintas, tal vez) para definir a un mismo tipo de cigarro, conocido también como Brissago, que se caracteriza por la hebra de paja que lo atraviesa. Este puro hoy sólo se fabrica y consume en Austria, Suiza y Alemania. El autor de este blog consiguió hace poco algunos ejemplares de tal producto, que degustaremos oportunamente para volcar las impresiones aquí mismo, dado que se trataba de un cigarro de alto consumo en Argentina  a fines del siglo XIX y principios del XX.


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