Pero la pesca de costa se mantuvo vigente durante todo el
siglo XIX para beneplácito de los porteños, que eran muy buenos consumidores de
bogas, armados, rayas, pacúes, palometas, surubíes, dorados y pejerreyes, todos
ellos asequibles en las marrones pero limpias aguas rioplatenses de la época.
El marino y pintor inglés Emeric Essex Vidal, que pasó por nuestro país en dos
oportunidades (1816 y 1828), brinda una descripción bastante detallada sobre el
característico método de trabajo de los pescadores porteños al afirmar que “la cantidad de pescado que se consume en
Buenos Aires es considerable, y la forma en que se pesca es muy curiosa. A
pesar de la gran demanda que existe en el mercado, no se emplea ninguna lancha
para su pesca, sino que ésta se efectúa con caballos (…) Los pescadores se
dirigen al río con un carro tirado por bueyes y dos caballos, con la red
enrollada en el lomo de uno de ellos (…) Internan a sus cabalgaduras hasta
donde pueden caminar, que generalmente es un cuarto de milla (1). Cuando
llegan a la parte más profunda, los caballos son conducidos en direcciones
opuestas, separándose y extendiendo la red en toda su longitud (…) Poniendo
cara a tierra arrastran la red detrás de sí, hasta llegar a la playa”.
Un relato contemporáneo al de Essex Vidal, el de los
hermanos Robertson, completa el cuadro de la siguiente manera: “arrastran luego los pescados sobre la playa
(…) El pescador escoge entonces los mejores de ellos, los pone en sus grandes
carros con techo de paja y deja en el suelo miles de ejemplares que no cree
dignos de ser recogidos. Luego se da prisa en ir al mercado, temeroso de que su
cosecha pueda pudrirse antes de llegar,
especialmente si es verano y sopla viento norte.” Para el traslado a los puntos de venta,
algunas especies (la boga, por ejemplo) eran abiertas por el lomo y empaquetadas
en canastos de mimbre. Otros tipos eran llevados enteros a la ciudad o incluso vendidos
en el camino, directamente desde los carros. Según Essex Vidal, “el aceitoso surubí es el preferido”. Avanzado
el siglo XIX aparecieron los vendedores ambulantes del artículo que nos ocupa,
quienes recorrían las zonas más alejadas de la ciudad ofreciendo diversas
piezas sostenidas en largas varas al hombro. Los mismos comerciantes andarines
solían disponer también de algunas aves, en especial perdices.
El tema de la frescura daba lugar a reiteradas denuncias
sobre “falsificación”, como la aparecida en el diario Sud América en 1889 asegurando que “todas las mañanas puede verse que un grupo de pescadores, o mejor, de
vendedores ambulantes de pescado, hacen sufrir a los pescados, antes de empezar
a venderlos por la ciudad, la operación de refrescarlos, que consiste
sencillamente en colorearles las agallas con anilina. Y agrega: “esta mañana, por ejemplo, tres o cuatro de
estos “industriales” trabajan activamente en el espacio comprendido entre la
prolongación de las calles Venezuela y Méjico, sin que nadie los molestara”. (2)
De un modo u otro, con los años, el negocio de marras dejó
de ser económicamente rentable y completamente impracticable desde Retiro hacia
el sur, por la construcción del Puerto Madero. La contaminación del Río de la
Plata y la incipiente competencia de la industria marplatense acrecentaron el
ocaso, sin contar el pescado seco que se preparaba y traía desde Entre Ríos y
Santa Fe, amén de los barcos europeos cargados con salmón, sardinas y bacalao
español disecado, todos muy aptos para los usos de cocina. No obstante, alguna
pesca artesanal para consumo subsistió por el lado de Quilmes y Magdalena, que
sus impulsores se ingeniaban en trasladar hasta la ciudad de Buenos Aires. Tal
fue el caso de la carreta de notable configuración usada por unos pescadores
quilmeños, que igual transitaba flotando en el agua como rodando en tierra.
Piso, eje y ruedas eran de madera, las
llantas de cuero crudo y no tenía elásticos. Al castillo, armado con varas
gruesas de mimbre entretejido, lo cubría una lona. En ella se cargaban los
peces vivos y de allí, por la ribera, se llevaban hasta el Mercado del Centro (3). El original vehículo transitaba
alternadamente por la playa y por el agua de acuerdo a la situación hídrica y al cruce de las desembocaduras de riachos,
arroyos y canales, o del propio Riachuelo. De esa manera, los peces se
mantenían húmedos y en buen estado hasta último momento.
Notas:
(1) Aproximadamente 400 metros.
(2) Suponemos entonces que las obras portuarias no habían
llegado aún a tal sector en 1889. La siguiente es una foto que muestra la costa
del río precisamente a esa altura, hacia el año 1880. Al fondo se observa un
pequeño navío varado por causa de las
cíclicas bajantes del gran curso fluvial. El viaducto metálico que se ve es el del
Ferrocarril Buenos Aires al Puerto de Ensenada (FCBAPE) y el mástil ubicado a
la izquierda sostiene la señal de entrada a la estación Venezuela. En varios
sectores de la imagen es posible advertir el trabajo de las lavanderas. Semejante
panorama, aunque parezca mentira, corresponde a lo que hoy es la intersección
de México y Paseo Colón.
(3) En la entrada del 17/1/ 2013 hicimos una reseña de los principales mercados del viejo Buenos Aires,
incluyendo al decano de todos ellos, el Mercado
del Centro.
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