domingo, 10 de febrero de 2013

La aventura de los vinos del sur 1

Quizás nunca llegó a sospechar el ingeniero Guillermo White, representante del Ferrocarril Sud, que su firma estampada en el contrato con el gobierno aquel 16 de marzo de 1896 terminaría siendo la piedra fundacional para el nacimiento de una nueva región vitivinícola en el Alto Valle del Río Negro. De hecho, ni siquiera se le habrá pasado por la cabeza, ya que las prioridades eran otras. La situación con Chile era muy tensa, el conflicto bélico se avecinaba y las autoridades nacionales requerían de un medio veloz para llevar tropas hacia la precordillera patagónica. La tarea encomendada no era sencilla: construir en tres años una línea férrea de 554 kilómetros desde Bahía Blanca hasta la confluencia de los ríos Limay y Neuquén, a pico y pala, en medio de la nada y con algunos relieves de barda muy difíciles de superar. Pero la experimentada empresa del riel cumplió los plazos puntillosamente y entregó la obra terminada en mayo de 1899, incluyendo estaciones, puentes, desvíos, galpones, talleres, viviendas para el personal y la correspondiente línea de telégrafo funcionando de punta a punta.


 Paradójicamente, al momento de su finalización, la monumental infraestructura carecía de sentido de acuerdo con el propósito original, puesto que el fantasma de la guerra se había disipado. Sin embargo, no pasaba desapercibido que su traza corría paralela al curso superior del caudaloso y aprovechable río Negro, cuyas aguas eran capaces de regar miles de hectáreas. En base a ello, las obras de embalse y canalización comenzaron a principios de 1910 y en pocos años dieron lugar al desarrollo agrícola del valle, que se convirtió en una fértil tierra prometida para miles de inmigrantes argentinos y extranjeros. Desde varios años antes de estar concluida la primera etapa del proyecto hídrico, cuando el riego todavía dependía del rudimentario "Canal de los Milicos",  ya estaba más o menos claro cuáles eran las producciones favoritas de los agricultores pioneros: la alfalfa, los frutales (especialmente pera y manzana) y la vid. Para este último cultivo, los años del centenario argentino marcaron una verdadera explosión de crecimiento, que pasó de 25 hectáreas en 1907a 557 en 1910 y 2000 en 1918.


De manera concomitante, la naciente industria del vino austral iba adquiriendo el perfil que la caracterizaría para siempre, marcado a fuego por el clima y el suelo del terruño. En primer lugar, predominio absoluto de cepas finas, de baja producción y madurez paulatina, con un ciclo vegetativo no demasiado extendido. Fue así que los primeros viñateros ya se inclinaron por plantar Malbec, Pinot Noir, Sauvignon Blanc y Semillón, aunque los relatos de la época (1) también señalan al Cabernet Sauvignon entre las principales uvas de calidad. El Merlot fue introducido algunos años después por Humberto Canale y Patricio Piñeiro Sorondo en forma casi simultánea, dándole a la región otro de sus mejores créditos tintos. La historia posterior demuestra que las variedades comunes siempre existieron, pero en cantidades muy limitadas. No era una zona propicia para grandes rendimientos ni volúmenes fabulosos, aunque llegaría el día en que el afán por competir con la poderosa región de Cuyo en el terreno de los vinos bastos y ordinarios la iba a llevar al borde de la extinción.


La primera etapa, embrionaria y experimental, fue consolidándose en la década de 1920 con la instalación del suficiente número de bodegas como para hablar de una vitivinicultura regional en serio. Las estadísticas vitícolas de antaño así lo reflejan: 5000 hectáreas en 1929 y 9000 en 1933. Luego hubo un prolongado estancamiento de veinte años, producido por una ley que gravaba fuertemente la implantación de vides. Con todo, los indicios demuestran que esa fue la mejor época en el pasado de los vinos del sur. La gran cantidad de uva fina se acoplaba perfectamente a las bodegas bien equipadas, que vinificaban productos de una calidad más que respetable para los parámetros de la época. Pero existía también la contrapartida de los emprendedores muy pequeños, sin conocimientos técnicos de bodega, con viñedos mezclados y cepas de identidad confusa. A ello se sumaba el inconveniente más peligroso de todos, que a la larga resultaría mortífero: la mayoría de las bodegas se conformaba con una modesta comercialización en el ámbito local, sin la menor intención de extenderla a las ciudades más importantes del país. Canale y Barón de Río Negro fueron las excepciones a la regla; no por casualidad la primera de ellas fue la única que logró sortear todas las crisis para llegar sana y salva hasta nuestros días.

                                                            CONTINUARÁ…

Notas:

1) En la década de 1910, dos especialistas franceses visitaron la región. Ellos fueron  J.A. Doleris (1910)  y Louis Ravaz (1916), quienes escribieron sendos libros relativos al potencial productivo del norte patagónico con énfasis en la industria de la vid y el vino. Esas obras se llamaron Le Nil Argentin y La vigne en Argentina, respectivamente. Son  los únicos testimonios documentados sobre los inicios de la vitivinicultura austral, con la ventaja de provenir de fuentes independientes, expertas y confiables.


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