domingo, 21 de octubre de 2012

Viejos consumos en la literatura argentina: buseca y pastelitos en las memorias de un vigilante

Hacia 1900, un numeroso grupo de autores argentinos se dedicó a reflejar la realidad cotidiana en los diferentes rincones del país a través de la literatura costumbrista. Esa afortunada corriente nos legó un importante caudal de información sobre la vida de la época en todo tipo de contextos, desde los entornos urbanos hasta los cuadros típicamente rurales. Uno de los escritores que encaró la tarea fue José Sixto Alvarez, más conocido por su seudónimo de Fray Mocho, el fundador de la célebre Caras y Caretas, a quien ya hemos conocido en algunas otras entradas sobre las letras nacionales y su relación con los consumos del pasado. La obra  Memorias de un vigilante, publicada en 1897, posee un interés especial, ya que no sólo nos brinda valiosas pinceladas del Buenos Aires de antaño, sino que también cuenta con algún rasgo autobiográfico del autor, que fue Comisario de Pesquisas antes de iniciar su carrera periodística. Así, bajo la personalidad ficticia de Fabio Carrizo, Álvarez traza el recorrido por la vida de un sencillo individuo llegado a la gran ciudad desde el interior. En sus primeros pasajes, la descripción de una típica celebración  campera tipo “baile”  ya nos deja algunas instantáneas sumamente interesantes. “Tras un galope de varias leguas llegué al viejo rancho desmantelado y solitario –veterano de cien tormentas- donde se iba a bailar, cosa que no era muy frecuente entonces, dada la escasez de población en aquellos parajes”, rememora el protagonista, y sigue: “a través del agujero que servía de puerta oía el canto monótono de la sartén en la que se freían montones de pastales dorados, que espolvoreados con azúcar rubia, era llevados con destino al depósito general que estaba en la pieza de paja, bajo la custodia de una vieja vigilante” (1). Luego completa la escena con la infaltable infusión criolla por excelencia: el mate.


El joven Carrizo llega después a Buenos Aires para conseguir trabajo en la Policía de la ciudad, con la recomendación que suponía entonces haber sido cabo del 6° de línea (2). Obtenido el empleo, se dedica a recorrer las calles de aquella metrópolis porteña, chica pero a la vez creciente. Entre diversas radiografías sociales de los elementos del “mundo lunfardo” como escruchantes, punguistas, campanas y batidores, el libro se convierte en una amena  narración dentro del bajo mundo urbano, con no pocas menciones de algunos bodegones de la época. Uno de ellos, por ejemplo, era el temible Café de Cassoulet , situado en Viamonte y Suipacha, donde “los ladrones, con  su cortejo de corredores y auxiliares, los asesinos, los peleadores, los prófugos, toda la gente que tenía cuantas que saldar con la justicia, buscaba un refugio para dormir o vivir con tranquilidad”. “Allí todo era cuestión de dinero”, continúa, “y teniéndolo, podía gozarse desde el vino y los manjares exquisitos hasta las sobras de éstos, barajadas en un ‘champurriao’ (3) indescifrable”. También hace referencia a cierto tipo de estafadores especializados en almacenes con despacho de bebidas, a los que concurrían como simples ciudadanos honrados preguntando si había “buen Oporto o buen Cognac”.


 Finalmente, el encuentro casual con un viejo amigo (en Piedad, hoy Bartolomé Mitre, y Suipacha) nos pone delante de otro de aquellos veteranos reductos, al recordar lo siguiente: “lo conduje hasta la ‘Crocce di Malta’, en la calle cortada del Mercado del Plata (4), donde a todas horas de la noche se encontraba un pan, una botella de vino y un plato de ‘busseca’”. Notables postales de una Buenos Aires poco conocida, que el inefable Fray Mocho se encargó de perpetuar a través de sus obras.


Notas:

(1) En la Argentina, la denominación de “pasteles” puede tener diferentes significados según el lugar y la época. Podría tratarse de los pastelitos dulces, típica preparación  hojaldrada que suele rellenarse con dulce de membrillo o batata. En algunas provincias, también se hablaba así de las tortas fritas, hechas con agua, harina y sal. En Cuyo, los pasteles son empanadas de carne dulce, y más al norte de choclo. Por la situación descripta en el relato, lo más lógico sería pensar en alguna de las dos primeras viandas señaladas.


(2) El Ejército de Línea  o “Viejo Ejército” argentino es anterior a las reformas impulsadas por Julio A. Roca a partir de 1880. Dotado de un fuerte espíritu  napoleónico, este valeroso  pero poco disciplinado cuerpo se completaba con la Guardia Nacional, compuesta por ciudadanos mínimamente entrenados que eran convocados en caso de guerra. Muchos soldados de línea pasaron a retiro en las últimas décadas del siglo XIX, incluso siendo relativamente jóvenes para el servicio, al concluir las campañas contra los indios. Como bien lo refiere Alvarez, la mayoría consiguió empleo en las distintas policías de sus respectivas provincias. En el período que va de 1880 a 1910, buena parte de las fuerzas policiales del país estaba compuesta  por extranjeros inmigrantes (españoles,  italianos) y soldados veteranos de línea, especialmente en los cuadros inferiores de vigilantes, cabos y sargentos,


(3) Criollismo por champurreado, que significa mezcla.
(4) Actual pasaje Carabelas.

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