domingo, 29 de julio de 2012

El manzanar olvidado de Castelli

Normalmente asociamos la producción argentina de manzanas con la provincia de Río Negro. Y es muy lógico, puesto que  en los valles fluviales de esa región se concentra la actividad desde hace poco más de setenta años. En ese contexto, pocos serían capaces de  adjudicarle algún  potencial  en la  materia  a  la  provincia de Buenos Aires. Sin embargo, existe un notable antecedente de gran envergadura en la localidad de Castelli, a sólo 160 kilómetros de la Ciudad de  Buenos Aires, que el tiempo se ocupó de ocultar hasta el olvido casi definitivo (1). Todo comenzó en 1925, cuando el ciudadano francés Samuel Humberto Levi adquirió la estancia La María y se abocó a la plantación intensiva de manzanas a partir de barbechos originarios de Australia y California. Aunque en la estancia ya existían  pequeños cultivos desde 1900, fue Levi quien le dio a la fruta que nos ocupa un lugar destacado en la región por las dimensiones del emprendimiento.


La eficiencia del sistema productivo tenía mucho que ver con el resultado económico de la empresa. Para fines   de   la   década   de  1930, la  producción manzanera ya estaba en su apogeo con más de 600 hectáreas    de    árboles    frutales    rodeados íntegramente de álamos, con el fin de proteger los preciados frutos del viento y de las inclemencias climáticas más severas. Luego del fallecimiento de Levi, en 1946, la propiedad fue comprada por los hermanos Jesús y Pedro Moreno, quienes decidieron ampliar las actividades con el emplazamiento de una importante planta sidrera, que pasó a la posteridad como “La California Argentina”. Sus instalaciones contaban con treinta cubas de 10.000 litros de capacidad  y  otras tres  de  30.000 litros, así  como  un gran tonel de 50.000 litros y cincuenta de 30.000 litros cada uno. Si las cifras son exactas, ellas nos hablan de una capacidad  total  de  poco  menos  de  dos millones  de  litros, un volumen realmente significativo para la época. El producto resultante se comercializaba bajo las marcas “La California Argentina”  y  “María Guerrero”, que  llegaron a  contar  con   una   amplia distribución en el ámbito nacional. Otras producciones completaban el espectro industrial de la firma, como la apicultura y el vivero destinado a proveer de plantas a la propia empresa.


En su apogeo, La California Argentina llegó a acreditar un plantel estable de 900 trabajadores. Tal era la importancia de la  manzana para  la economía regional  que  desde  1959 comenzó a celebrarse en Castelli  la Fiesta de La Manzana, cuya última edición se realizó en 1988,  24 años después de la quiebra de la empresa, ocurrida en 1964. Ahora bien, ¿cuáles fueron las causas  de  su  caída? Algunas  de   ellas  están documentadas, como las inundaciones de 1950 y 1955 que arruinaron por completo la cosecha de fruta. Los testimonios indican  además un severo problema de elaboración en 1953, que obligó a descartar 600.000 litros de sidra. Pero también, sin dudas, en aquellos años se deben haber comenzado a sentir fuertemente los efectos de la competencia manzanera patagónica, desarrollada en una zona con mejores condiciones climáticas, a un costo más razonable y con resultados más previsibles.


Los galpones con sus máquinas, muebles y herramientas fueron desmantelados en 1969, pero el fantasma del manzanar todavía ronda en la memoria de los lugareños, que no olvidan la singular aventura productiva que supo ser orgullo del pueblo bonaerense durante cuatro décadas.


Notas:

(1) La principal fuente de información sobre el tema es el libro “El manzanar más grande del mundo”, del  historiador  local Daniel  Irusta. También  se  pueden  obtener  más referencias y fotos en la web, aunque todas ellas proceden del trabajo de Irusta, quien se ocupó de recopilar datos y testimonios durante mucho tiempo.


jueves, 19 de julio de 2012

Un revelador libro ferroviario de stock de 1898 5

En cada entrada correspondiente al longevo volumen del Ferrocarril Sud que hemos presentado  hasta ahora  señalamos  algunos  apuntes  sobre  los servicios de esa empresa, a fin de encuadrar la data posterior en un contexto cronológicamente  correcto. También insertamos fotos de diferentes coches comedores más o menos cercanos a la época, pero nunca tuvimos oportunidad de observar el plano de uno de ellos, que representaba toda una novedad para los viajeros de su tiempo (1). El croquis que reproducimos a continuación corresponde a una unidad tipo restaurante puesta en circulación por un “primo” del FCS, el FCBBNO (Ferrocarril Bahía Blanca y Noroeste). Lo interesante de la imagen es que pertenece a la misma época de nuestro libro de stock, por lo que bien puede servir de referencia para recrear  uno  de  los entornos en los cuales se consumían  los artículos que venimos estudiando. Construido hacia 1890 en Estados Unidos por la Harlan & Hollings Worth  Co., tenía una capacidad de 32 asientos y un peso aproximado de 27 toneladas. Toda su carrocería, por supuesto, era de madera.


Quizás alguien se sorprenda por lo moderado de la capacidad y del peso, datos que denotan un vehículo más bien pequeño. Sin embargo, ése era el porte de la mayoría de los coches y vagones a fines del siglo XIX, cuando las locomotoras  a vapor no eran tan potentes ni las vías tan sólidas como lo serían algunas décadas después. Por eso, la imagen resulta doblemente valiosa en carácter de testimonio. En ella podemos, además, observar detalles sobre los sectores de la cocina y la barra que nos hablan de las grandes habilidades del personal para cocinar, circular y servir  en un espacio reducido, sin contar el movimiento constante de la formación sobre las vías.


Yendo a lo nuestro de un modo más concreto, esta vez nos toca  una generosa lista de licores y rones ofrecidos  por la empresa ferroviaria que nos ocupa y debidamente asentados por sus empleados del depósito central entre Abril de 1898 y Julio de 1899. A lo largo de la misma podemos encontrar algunos productos que aún conservan un renombre internacional en el ámbito de las bebidas y la coctelería. Diferentes etiquetas nos  llevan   por  varios  países  del  mundo  de la mano de antiguas producciones alcoholeras con  larga tradición, como el Marraschino, el Kummel, el Rhum (sinónimo de ron) o el Chartreuse. En algún caso particular nos topamos con artículos señalados con anterioridad en entradas referidas a otros momentos de la historia argentina (2), cuya redundancia  pone  de  manifiesto  el  gusto por el lujo y la activa importación de mercancías existente en las décadas finiseculares de los 1800. Sobre el tema de los artículos importados es necesario destacar que ciertas variedades de licores fueron producidas alguna vez en nuestro país (como el Carabanchel), aunque la mención del producto genérico y no de la marca es frecuente en el libro, por lo que resulta imposible saber, en muchos casos, si su origen es local o foráneo.



















Vamos entonces al catálogo de todas estas delicias con su antiguo valor en pesos por botella cerrada, en orden alfabético.

Ajenjo Cusenier                       5,00
Ajenjo Pernod                          7,50
Amer Picon (3)                        5,50
Anisette                                 14,00
Bálsamo Pedroni                     7,75          
Benedictine                            22,00 (4)
Cacao                                       9,60
Carabanchel                             6,00
Cassis                                     10,00
Chartreuse                              16,00
Cherry Brandy                         14,00
Curaçao                                  10,00
Feuillantine                             22,00 (4) 
Kirsch                                      10,00
Kummel                                   10,00
Maraschino                              10,00
Peppermint                               7,00
Prunelle                                    5,00
Queens Liqueur                        3,50      
Robur   (3)                                4,00
Rhum Brunego                          5,40
Rhum Daniel                             3,60
Rhum Grenade                         8,90
Rhum Lambert                          2,70

Insistiré sobre lo que sigue hasta el hartazgo: ¿cuántos comercios de hoy en día, incluso especializados, pueden  jactarse de semejante variedad de opciones? Y otra vez propongo el siguiente ejercicio de regresión temporal: imaginemos la lujosa confitería de una estación enclavada en un embrionario  pueblo de la campiña bonaerense o, mejor aún, un pequeño coche comedor revestido de finas maderas lustradas y cómodos asientos de cuero genuino que surca los rieles en cualquier  noche tachonada de estrellas, allá por 1898 o 1899, al filo del nuevo siglo. ¡Pavada de escenario histórico para degustar nuestra bebida! ¿Qué  elegiríamos  entre  todas  las opciones presentadas hasta ahora? ¿Una buena cerveza, un vermouth, un bitter, un cognac, un licor? ¿O tal vez un cóctel sabiamente preparado en la barra por el atento y eficiente personal del FCS?  Cosas que tal vez vivieron nuestros bisabuelos como algo de lo más normal, pero que nosotros sólo podemos imaginar.


                                                         CONTINUARÁ…

 Notas:

(1) Recordemos que el FCS inició el servicio de comedores a bordo en 1896.
(2) En la entrada del 16/11/2011 “Un menú de lujo para la fundación de La Plata” aparece el Chartreuse, servido en ocasión del banquete ofrecido el 19 de Noviembre de 1882.
(3) Tanto  Amer Picon como Robur son  viejos aperitivos  tipo “amargo” de origen francés, que deberían haber sido presentados  en la entrada correspondiente a esas bebidas, subida hace algunos meses. Ambas están aquí por razones diferentes. El primero sólo aparece en un mes (Diciembre 1898) apuntado junto con el pelotón de los licores, por lo que decidí incluirlo en la presente entrada respetando la voluntad  -o el error- de los administrativos del FCS que volcaron  los datos hace 114 años. En el caso del Robur se trata de un descubrimiento tardío, ya que lo encontré, también en un único  mes (Mayo 1898), con posterioridad al posteo mencionado.













(4) Junto al  cognac tipo Fine Champagne que presentamos en la cuarta entrada del tema de referencia, Feuillantine y Benedictine son los productos más caros del libro. El primer licor, menos conocido, era elaborado en el sur de Francia (Garonne y Toulouse)  por los monjes de esa antigua orden desaparecida tras la Revolución Francesa. Luego comenzó  a ser fabricado por destilerías privadas.


viernes, 13 de julio de 2012

Los toscanos ítalo argentinos de la SATI: crónica de una degustación

Desde el punto de vista del consumo  histórico de tabacos en la Argentina, el toscano no fue un producto como cualquier otro. Por el contrario, bien puede decirse que fue “el cigarro” nacional por excelencia durante más de un siglo. En  diferentes  épocas,  y dependiendo de diversas coyunturas económicas y sociales (las guerras europeas, las trabas a la importación, los vaivenes de la industria, etc.) otros puros como el habano, el brasilero, el paraguayo o el suizo tuvieron altibajos que los llevaron  alternadamente del éxito a la virtual desaparición del mercado. Pero los  toscanos  estuvieron  siempre presentes, gracias al trabajo de varias fábricas que no paralizaron su producción  a pesar de los avatares propios y ajenos. Una de ellas, la Società Anonima Tabacchi Italiani (1), llegó a manufacturar millones de unidades que hicieron  las delicias del fumador local durante al menos tres décadas. Sus marcas son verdaderas “figuritas difíciles” entre aficionados y coleccionistas del género, ya que la temprana desaparición de la factoría en 1958 dejó muy pocas huellas de su existencia anterior. Por suerte, en uno de esos días afortunados que toda persona tiene alguna vez, el que suscribe pudo dar con un par de cajas de viejos, raros, genuinos y formidables toscanos Regia del establecimiento en cuestión (2), fechados entre 1943 y 1950 (3).


Nuevamente convocamos al team de degustación de Consumos del Ayer, compuesto por el paladar de Enrique Devito y las fotografías de Augusto Foix. Con ellos iniciamos el ritual de apertura de la caja de cuatro medios toscanos, los que se encontraban en un estado que puede calificarse como impecable, no obstante   las  evidencias  propias  del  tiempo prolongado de guarda y los vestigios de aquella noble manufactura a mano que generaba cigarros de formato irregular. Los prototipos a catar se veían íntegros, sin roturas ni mellas en la capa, bien secos (como  sucede  con el  auténtico toscano italiano)  y  compactos  al  tacto.  Para  su encendido recurrimos a fósforos comunes, tal como lo hacían los simples consumidores de hace setenta años. Hasta allí todo se desarrolló con normalidad, tras lo cual nos sumergimos en el análisis de los aromas y sabores producidos en combustión por tan singulares modelos del tabaco antiguo.


Casi en la primera bocanada de humo comenzamos a detectar ese perfil aromático evocador y característico del tabaco que poblaba los bares y cafés de barrio  hasta  la década del sesenta:    un  olor  pleno, envolvente, con notas vinculadas al café tostado, las especias y los ahumados. Pero lo más llamativo resultó ser el poderoso carácter mineral que se fue desarrollando y que no se detuvo hasta el final de la jornada. Semejante matiz parecido al grafito (que no habíamos encontrado con tanta intensidad en los Avanti) nos recordó mucho al vero toscano peninsular, dándonos la sospecha de que la SATI se acercaba a la fórmula original de Italia más que ninguna otra fábrica toscanera argentina de la época (4), algo muy lógico si tenemos en cuenta que era  un establecimiento del gobierno de ese país, con  directores  y  jefes de producción de la misma nacionalidad.  En líneas generales, los puros evaluados se manifestaron potentes y terrosos,  rústicos (como todo buen toscano que se precie) pero para nada verdes ni herbáceos. La evolución de la ceniza resultó más que satisfactoria, sin desprendimientos prematuros.


Terminamos nuestra labor muy complacidos pero con muchos interrogantes, que tal vez el tiempo y la investigación acaben de responder. Sabemos, por ejemplo, que los Regia estaban elaborados con una mezcla de tabaco nacional e importado porque así lo declara el envase. También sabemos que el tabaco nacional provenía de Misiones,  pero ¿desde dónde llegaba el importado? La hipótesis más simple es la del origen itálico, aunque el contexto internacional de la década de 1940  lo vuelve poco probable por las severas dificultades para la importación de productos europeos durante la guerra y la inmediata posguerra. Asimismo nos preguntamos si estos Regia ítalo argentinos (5) eran un  complemento  de  los  auténticos   toscanos del  Viejo  Mundo  que importaba la SATI,  o  un sustituto forzado  por los acontecimientos bélicos que hacían imposible la llegada de los embarques correspondientes. En fin, misterios que quedan en la bruma del pasado hasta que logremos resolverlos. Mientras tanto nos preparamos para una próxima degustación, esta vez de un “oporto” argentino de la vieja guardia: una marca casi mítica que perduró en el mercado por más de ochenta años, pero que muy pocos conocen. Tan rica es la historia de este producto que nos veremos obligados a presentarlo en dos entradas, porque con una no alcanza. Todo ello…muy pronto.














Notas:

(1) La historia de la marca fue reseñada en las entradas del  11/1 y 17/2/2012.
(2) En este punto debemos  mencionar a Rubén “El Moro” de Temperley, quien gentilmente accedió a contarnos algo sobre los artículos que ofrecía a la venta. Según su relato, las cajas de toscanos fueron halladas en el sótano de un antiguo almacén de esa localidad  ubicada al sur de la Ciudad de Buenos Aires, junto con barricas de vino (llenas), añosas botellas de gaseosas y cerveza, y otras joyitas de las épocas pasadas.
(3) Ello surge de varios datos muy claros. El  primero  es  la   estampilla fiscal con la indicación del decreto 38923/43, o sea del año 1943, lo que nos dice que no pueden ser anteriores a la fecha  de promulgación de esa norma. Tampoco pueden ser posteriores a 1950  porque a partir de entonces fue obligatoria la leyenda “ley 11275” en todas las marquillas de tabaco (como vimos en la degustación de Avanti hace muy poco), y ello no aparece en este caso. Finalmente,  cuando  esta   última  inscripción  comenzó  a desaparecer de los envases, hacia fines de los cincuenta, la SATI ya no existía como empresa. El precio también coincide con el período de fechado: 35 centavos por cuatro medios toscanos es un valor típico del decenio de 1940.
(4) El  razonamiento  es  válido  solo  para  el  siglo XX. Existen  indicios de que en el  XIX  hubo fábricas que producían toscanos respetando los procesos de elaboración europeos, incluso recurriendo al ahumado del tabaco  con leña de ciertas especies de maderas nobles. Una de esas firmas fue “La Argentina”, de Juan Otero, establecida en 1878 en el barrio porteño de Barracas. Algún día espero dedicar una entrada al tema de la abundante oferta de puros de estilo europeo (toscanos, brisagos, suizos, alemanes, hamburgueses, etc.) que existían en nuestro país hace ciento veinte años, con detalles y estadísticas muy reveladoras del alto grado de calidad que había alcanzado la industria tabacalera nacional. El tema fue mencionado tangencialmente en las cuatro entradas de “La edad de oro de los puros argentinos” subidas entre octubre y diciembre del año pasado, pero tengo la intención de profundizarlo a la brevedad.
(5) Por supuesto, nos referimos a “ítalo argentinos” por la ascendencia de la fábrica y su estilo de producción, no por el blend de tabacos que por ahora no podemos precisar de manera fehaciente.


lunes, 9 de julio de 2012

Cafés, Fondas, Boliches y Bodegones en Barracas

Zona cerril y bravía por la abundancia de mataderos, saladeros, corrales y quintas de verduras, pero a la vez señorial por sus lujosas casas y residencias de veraneo. Así define el gran historiador porteño Enrique Puccia al barrio de Barracas a mediados del siglo XIX. Pero el mismo vecindario supo transformarse, algunas décadas después, en un activo centro industrial y comercial que perduró hasta las postrimerías de la centuria siguiente. Sin olvidar, por supuesto, el aditamento de ser un territorio de paso  para todos los viajeros que se dirigían hacia el sur, gracias al veterano emplazamiento del legendario Puente Barracas, hoy “Pueyrredón Viejo” (1). En  ese  dinámico  ámbito urbano, social y humano nacieron, vivieron y murieron  muchos locales gastronómicos de todos los tipos imaginables.


Los vestigios documentales sugieren que el más antiguo fue La Luna, en Montes de Oca y Uspallata (2), una  especie  de almacén y pulpería donde paraban payadores y cuarteadores (3).  No obstante, el más famoso resultó ser  La Banderita, sitio mitológico de Montes de Oca y Suárez que debe su nombre al estandarte rojo enarbolado en una larga caña tacuara durante los días de carreras cuadreras. Ya en 1870 se estacionaban allí coches y breques, mientras los changadores esperaban a sus clientes provistos de un correón de cuero  crudo   y  un pedazo de cotín echado en el hombro. De paso, matizaban la espera saboreando un café, una ginebra o un vaso de vino tinto. El local en cuestión tuvo una existencia ciertamente larga, desde 1860 hasta 1983, alternando cronológicamente las actividades de pulpería, café, bar y pizzería. En la imagen siguiente se observa su último semblante edilicio, poco tiempo antes del cierre definitivo.


A partir del 1900,  el crecimiento demográfico estuvo íntimamente ligado a la instalación de más cafés, bodegones, fondas y peringundines en el sur de la ciudad de Buenos Aires. Entre la numerosa lista de comercios  del   ramo  se  destacan  el  bar T.V.O  (Montes de Oca 1778, que fue punto de reunión de músicos, poetas e intelectuales), el Café de Campos (California y Montes de Oca esquina SO, otro reducto de artistas) y la confitería Santa Lucía, cuyos orígenes se remontan a 1890 como sitio para familias distinguidas. Yendo a los lugares para comer, el más célebre exponente de Barracas fue  la Churrasquería de Vera, ubicada en la intersección de Montes de Oca y Río Cuarto. Según Puccia, su renombre era tal que en el clásico del cine norteamericano Hombres de Mar, de John Ford (Long Voyage Home, 1940),  hay una escena en la que varios marineros mercantes lo mencionan como parte de sus recuerdos de viajes a la Argentina. De un modo u otro, el   propio   Puccia   hace   una  mejor  y   muy   evocadora  descripción  del  típico reducto: “quienes allí abrían la boca lo hacían para engullir churrascos descomunales, huevos fritos  que eran  toda una apoteosis,  papas  fritas  doradas  y   crocantes, mondongos y tortillas a la española, estofados, chupín de pescado, lentejas guisadas y budines de pan salpicados con pasas, todo matizado con algún tintillo que raspaba la garganta…”


Harían  falta  muchas  entradas  para  señalar acabadamente los comercios del ramo situados en un barrio cuya historia está tan  bien documentada como el que nos ocupa, pero mencionaremos sólo algunos a título de homenaje: Los Arbolitos, La Bola de Oro, El Ombú, El Barquito, Tres Esquinas (donde este humilde servidor tuvo la dicha de cenar en su niñez), Il Trovattori, El Gauchito y  la fonda  Del Catalán, entre otros. No podemos pasar por alto los sitios históricos que todavía permanecen en pie y pueden ser visitados. Ellos son los bares  El Progreso, en la esquina SE de Montes de Oca y California, La Flor de Barracas, en Suárez casi esquina Vieytes, y el restaurante  El Puentecito, en Vieytes y Pedro de Luján, muy cerca del histórico viaducto que cruza el Riachuelo. Según creo, este último es el local porteño de gastronomía más antiguo  que ha  llegado  hasta  nuestros  días  sin   grandes modificaciones, ya que data de 1873, tal como se evidencia en su construcción esquinera sin ochava (4). ¿Un auténtico bodegón de 140 años? Vale la pena visitarlo…

Notas:

(1) El Puente Barracas fue el primero establecido sobre el Riachuelo. Aunque  está situado en el mismo lugar desde 1791, tuvo una lógica sucesión de ejemplares físicos conforme progresaban  la ingeniería y los materiales de construcción. El original se denominó Puente de Gálvez y fue incendiado en 1806 para evitar el paso de los británicos durante la Primera Invasión Inglesa. Construcciones posteriores fueron remplazadas por vetustez, derribamientos por crecidas y otros motivos de orden práctico. El actual puente “viejo” data de 1934 y es el que aparece en la primera foto de la entrada.
(2) Hasta 1893, la Avenida Montes de Oca se conocía como “Calle Larga de Barracas”.
(3) Los cuarteadores eran jinetes empleados por las empresas de tranvías a caballo que se apostaban en ciertas calles con pendiente, donde los vehículos tenían  dificultades para subir. Provistos de un animal pesado y de buen  tiro (como un percherón),  se sumaban a los equinos que traía el tranway y de ese modo lograban trepar el inevitable accidente topográfico urbano. Una vez efectuada la tarea, el cuarteador volvía a su puesto (el café o boliche correspondiente)  y simplemente debía aguardar la llegada de otro tranvía de la misma empresa.


(4) Aunque la ordenanza data de los tiempos de Rivadavia,  recién en 1880 se hizo efectiva la prohibición de construir en  las esquinas con un ángulo de 90 grados. Por tal motivo, los edificios sin ochava que perduran en la ciudad delatan ser anteriores a ese año.

miércoles, 4 de julio de 2012

Vinos en el recuerdo 2

Como afirmamos en la primera parte del tema de referencia, el análisis histórico de los años cincuenta y sesenta abre un espacio para el asombro por la gran cantidad de avisos y diversidad de marcas de destilados, con fuerte predominio  del   "Cognac"  y  algún  que  otro "Brandy". Los mensajes redundan  en el tiempo considerado por partida doble, tanto para añejarlo como para consumirlo con la debida tranquilidad. Los registros gráficos nos muestran a los Cognacs Le Noble ("todo a su tiempo"), Otard Dupuy ("en la edad está la diferencia"), Gran Lacrado Peters ("la sabiduría del tiempo"), Debrise ("nacido para una fecha especial"), y el Brandy Shumir ("bueno es el brandy cuando el brandy es bueno").  A pesar de que las décadas de 1970 y 1980 significaron la explosión final del vino común antes del derrumbe de la industria del gigantismo masivo, las bodegas que elaboraban productos de alta calidad  no dejaron de poner sus esfuerzos promocionales en los medios gráficos. En esta etapa es posible advertir la vida paralela de marcas luego malogradas con otras que permanecieron en el mercado hasta la actualidad, o con aquellas que cambiaron de propietario. Entre las primeras, cabe destacar a los Valroy de Arizu, que protagonizaban un sobrio y casi espartano aviso donde simplemente se mostraban sus cuatro variantes con el correspondiente año de cosecha: Borgoña 1974, Pinot Noir 1973, Cabernet Sauvignon 1972 y Pinot Chardonnay. Otros "desaparecidos en acción" fueron los vinos Círculo de Armas, elaborados por Gancia y presentados en una vistosa publicidad a página entera de 1973 que rezaba: "Tenemos la tierra. Tenemos la experiencia. Tenemos la gente que sabe. Tenemos el tiempo. Por eso la calidad de los vinos finos Círculo de Armas, dentro de 10 años, será igual a la de hoy". Quizás puede parecer mordaz decir que diez años después ni siquiera existía la marca, pero es la realidad pura.


Las etiquetas de vinos que no perdieron vigencia son numerosas, comenzando por Bianchi, que a principios de los setenta ya exhibía un cierto aire vanguardista en sus mensajes gráficos. Para su reconocido Borgoña, verbigracia, usaba la efectiva frase: "a buen entendedor, Bianchi Borgoña".  Por su parte, San Felipe recurría a la historia como fuente de renombre: “desde 1895 prestigiando la industria vitivinícola argentina”. Rodas, en aquel entonces en manos de Cinzano, hacía un uso permanente de los medios gráficos con variedad de mensajes, entre los que se destacaban "Rodas, la plenitud del vino" y "Rodas, vinos muy finos de casta y señorío". Aprovechando el auge del ajedrez, bodegas Esmeralda  logró ver la oportunidad y sacó un aviso con la foto de dos botellas de Valderrobles sobre un tablero, junto a  la leyenda "Tablas: Valderrobles Borgoña y Valderrobles Riesling. Tan excelentes el uno como el otro. Una jugada maestra de Bodegas Esmeralda".


Por supuesto, la historia continuó su curso inexorable en el marco de un profundo cambio de costumbres, mientras muchos de aquellas publicidades iban pasando de moda y se dirigían rumbo a la oscuridad del olvido. En el medio quedaron no pocas  bodegas y marcas, pero otras continuaron siendo testigos presenciales de la vida de una industria que logró reinventarse a sí misma. Con todo, siempre es bueno volver la mirada hacia atrás para ver la perspectiva del tiempo y descubrir cómo eran las cosas no hace mucho, y a la vez hace tanto.