jueves, 14 de junio de 2012

Viejos consumos en la literatura argentina: los duraznos en escabeche de Hudson

Hay tipos de escritores que resultan particularmente útiles para el estudio del pasado, como el costumbrista o el autobiógrafo. Estos dos perfiles del hombre de letras se encuentran, muchas veces, profundamente entrelazados, como ocurre en el caso de Guillermo Enrique Hudson (1841-1922), el hijo argentino de inmigrantes norteamericanos que habitó en los campos de la provincia de Buenos Aires durante  los lejanos tiempos de mediados del siglo XIX y escribió la extraordinaria obra “Allá lejos y hace tiempo” (1). Entre la remembranza de conflictos políticos, unitarios y federales, caudillos y otras imágenes históricas, el autor profundiza en los vívidos recuerdos de su niñez y su pequeño mundo: los padres, la casa, el campo, los vecinos,  las costumbres, las anécdotas, las supersticiones. Todos ellos son elementos a través de los cuales Hudson  recrea aquel ambiente tan  particular desde una óptica poco frecuente, teniendo en cuenta su edad y su  condición de hijo de extranjeros angloparlantes.

Desde luego, no son pocas las referencias  sobre los distintos alimentos y preparaciones que consumía la familia en  las amplias, bellas y desoladas cercanías de Chascomús hacia 1850, antes del ferrocarril y de los caminos consolidados (2). Entre otras cosas, el narrador recuerda que “nuestra comida consistía en carne cocida o asada, zapallos, choclos en la estación y batatas, además de otros vegetales comunes y de las verduras. Budines de harina de maíz y de zapallos, y tortas, figuraban  entre nuestros platos habituales, pero preferíamos el pastel de durazno, hecho como una torta de manzanas tapada con  masa, que se preparaba desde mediados de febrero hasta abril, y aun en mayo, cuando maduraba la variedad que llamábamos “duraznos de invierno”. Más adelante nos informa qué platos predominaban y se repetían en el menú cotidiano: carne (mucho cordero),  fiambre casero, ensalada de papas frías y tajadas de cebolla, tortas de harina de maíz con almíbar. Desayuno, almuerzo, té con pan caliente a la tarde. A veces, “scones” y duraznos en conserva.


Este último manjar -que realmente lo era al decir del autor-  tenía su origen en el hecho de que, de acuerdo con sus palabras,  “mi madre, inteligente y económica ama de casa, hacía uso de esa fruta más que cualquier otra señora que poseyera un monte de duraznos (…) Sus duraznos en conserva, que nos duraban todo el año, adquirieron  renombre en el vecindario. Esa conserva se encontraba en la mayoría de los hogares ingleses, pero nuestra casa era la única en la que se hacían escabechados (…) Los teníamos siempre en la mesa y tanto nosotros como los de afuera los preferíamos a cualquier cosa”.


Un remoto consumo de nuestro campo hace más de un siglo y medio, verdaderamente extraño y singular, ¿no es cierto? Como corolario del tema, veamos la receta (harto sencilla) para prepararlos, según la propia evocación  de Hudson: “se tomaba una fruta grande, sana, a medio madurar (3). Los duraznos escogidos eran lavados y secados; después se los colocaba en un barril, se los cubría con vinagre hirviendo y se les ponía un puñado de clavos de olor. Se tapaba el barril y así se dejaban un par de meses. Transcurrido ese tiempo, la fruta quedaba debidamente escabechada”.

Notas:

(1) El libro fue publicado  en Inglaterra, donde Hudson vivió desde 1874 en adelante. El título de la edición original es Long away and far ago.
(2) Su lugar de nacimiento fue el actual partido de Florencio Varela, muy cerca de la localidad que hoy lleva su nombre en el vecino partido de Quilmes. Siendo muy pequeño,  la familia se trasladó a la zona rural de Chascomús.


(3) Dejando de lado las imágenes de duraznos que aparecen  en esta entrada con simples fines ilustrativos, hay que decir que   la fruta seleccionada  para el escabeche era realmente “verde”, tanto en el sentido de su madurez vegetal como en el cromático, según aclara luego el  escritor.

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