jueves, 28 de junio de 2012

El hada verde de poetas y bohemios

El vino es, sin ningún lugar a dudas, la bebida que porta consigo el mayor caudal de historias, tradiciones y leyendas. Otros brebajes milenarios también cuentan con su importante dosis de acervo histórico, pero el principal derivado de la uva lleva la delantera a todas luces. No obstante, existe un licor cuyo pasado se encuentra, más que el de ningún otro, inmerso en un halo misterioso, oscuro, controversial, asociado a la clandestinidad, las pasiones prohibidas y la locura. Tamaña fama merece una entrada en este blog, especialmente si tenemos en cuenta que el producto de marras tuvo una amplia difusión local durante la segunda mitad del siglo XIX y la primera década del XX. En efecto, desde la música  hasta la literatura argentina, pasando por los testimonios gráficos incontrovertibles (como el libro del Ferrocarril Sud de 1898 que estamos analizando en distintos capítulos) (1) se pone de manifiesto el alto consumo de ajenjo existente en aquellos tiempos.


El origen de la preparación se remonta a la antigüedad, pero su éxito como bebida de consumo masivo comenzó en Europa a principios del siglo XIX y llegó a cobrar dimensiones de furor en Francia, donde numerosas destilerías se abocaron a la tarea de elaborarlo, con la célebre Pernod a la cabeza. Al igual que tantas otras bebidas, el ajenjo original era utilizado como “tónico” con fines cuasi medicinales, gracias a las propiedades digestivas que se le atribuían y atribuyen aún hoy al jugo de la planta  Artemisia Absinthium , el principio activo básico de su composición . Pero, por otra parte, la altísima graduación alcohólica que solía acusar (entre 70 y 90 grados, por lo que rara vez era bebido solo) y la industrialización consecuente con su progresiva popularidad (con muchas “fábricas de licor” carentes de escrúpulos) (2) hicieron que pronto se hablara del ajenjo como una bebida siniestra, capaz de producir alucinaciones, locura y hasta  muerte (3).



En nuestro país supieron convivir las principales marcas importadas con algunos ejemplares nacionales. El auge del vermouth, los aperitivos y los licores de todo tipo, así como la irresistible inclinación de imitar las modas europeas, fortalecieron  ese consumo que quedó generosamente reflejado en distintas facetas de la cultura vernácula. El tango, por ejemplo, logró expresar de un modo muy elocuente el entorno bohemio que rodeaba al elixir que nos ocupa, a tal punto de ser no sólo parte de muchas letras sino además el nombre mismo de una famosa pieza: Copa de ajenjo, de Canaro y Pesce.

Diversas circunstancias históricas y económicas (4) hicieron que, a principios del siglo XX, el ajenjo comenzara a marchar con paso firme hacia la prohibición. Y así sucedió en 1915, cuando finalmente Francia, el principal mercado de elaboración y consumo, suprimió por mucho tiempo la posibilidad de producirlo y de beberlo. Era “el fin del hada verde”, según decían entonces las propagandas triunfales de sus detractores. Durante las décadas posteriores, el ajenjo entró dentro de la categoría de las drogas de alta toxicidad. En la Argentina pasaron algunos años hasta que se hizo efectiva la medida  del Viejo Mundo, pero el hecho es que el otrora famoso  licor verde perdió su consumo y dejó de ser un hábito extendido. Hoy, de acuerdo con el código alimentario argentino (Art 1123 - Res 1389) "queda prohibida la fabricación, tenencia y expendio de la bebida alcohólica preparada a base de Ajenjo y de bebidas alcohólicas similares que lo contengan o imiten”. Y aunque pululan por allí algunos émulos de difícil ubicación, no tienen  nada que ver con aquella pócima potente que supo cautivar a poetas, músicos, pintores y bohemios argentinos en cafés, bares y confiterías de antaño.

Notas:

(1) Los ejemplares de ajenjo estarán incluidos en la próxima entrada de la serie, correspondiente a licores y rones. De todos modos anticipamos que se trata de las marcas Pernod y Cusenier.


(2) Algún día analizaremos debidamente el enorme y lucrativo negocio que era, hacia 1900, la fabricación de bebidas alcohólicas de todo tipo, desde  licores hasta “vinos artificiales”, con casi ningún control del estado.
(3) En 1905, un campesino suizo asesinó a su esposa embarazada y sus hijos antes de intentar suicidarse. Capturado por las autoridades, aseguró que una borrachera de ajenjo lo había arrastrado a esa conducta criminal extrema. La versión fue rápidamente recogida y difundida por la prensa europea de la época.
(4) En la década de 1910 se consumían 36 millones de litros anuales de ajenjo solamente de Francia, lo que representaba un alto porcentaje del total del segmento licores. Resulta muy lógico pensar en alguna especie de “campaña” en contra del producto orquestada por otras industrias que veían un peligro en tanta popularidad. Muchos historiadores sostienen esta hipótesis.

miércoles, 20 de junio de 2012

Estampas del comercio antiguo: las cigarrerías

En la entrada fundacional de este blog, en octubre del año pasado, repasamos el origen artesanal de la industria argentina del tabaco manufacturado y señalamos el inicio de la actividad en escala verdaderamente significativa hacia mediados del siglo XIX, de manera paralela a la veloz proliferación de los emprendedores especializados del ramo. En la década de 1860  las cigarrerías comenzaron a verse profusamente, tanto en Buenos Aires como en  otras grandes ciudades y pueblos de la Argentina. Poco a poco iban desapareciendo aquellos cigarreros que  armaban y vendían sus productos en las pulperías, para dar paso a todo un gremio comercial especializado que gozó de las preferencias del consumidor hasta bien entrada la década de 1960. Durante un siglo, el local de cigarrería no faltó en ningún lugar habitado de este país, desde los diferentes barrios de las grandes urbes hasta los más modestos pueblos del interior, ya que se trataba de un consumo tan  regular y cotidiano como el de los alimentos y las bebidas. Para 1900 había en nuestro territorio más de 6700 comercios detallistas del tabaco, de los cuales 2200 estaban ubicados en la Capital Federal.


Como es lógico pensar, numerosos vestigios documentales que nos permiten recrear la atmósfera reinante en las cigarrerías argentinas de antaño se han preservado hasta la actualidad. Basándonos en esas huellas históricas podemos afirmar que la especialización fue excluyente en los primeros tiempos (1). Por ejemplo, tenemos una buena descripción de un negocio del ramo en 1862. Se trata de Au Gamin de Paris” de  Luis Geissel, que reza: “Cigarrería francesa del buen pito. Calle de Maipú 145. Este establecimiento, creado en similitud con los de París, ofrece al consumidor un excelente y variado surtido de cigarros de todas clases, Bahía, Habanos, Suizos, Paraguayos, Criollos, etc. etc., ricos cigarrillos de papel de tabaco negro y habanillos, tabaco francés de fumar. Virginia, Norte Americano, Caporal y rapé francés legitimas de la Régie, sacados de la factoría imperial de Burdeos. Recibe directamente  las novedades en artículos para fumadores. Especialidad en pitos de todas clases: Fantasía, Belges, Neogénes, Gambier, Marseillaises, Écume Francaise, Kummer (espuma de mar), Racine de Bruyére, armados y no armados. Primer introductor de las pastillas preparadas de Cochou, al uso de los fumadores, para quitar el gusto y el olor del tabaco, y perfumar el aliento” (2). Por la misma época ubicamos, en el reverso de un boleto del tranway a caballo, una propaganda de la Cigarrería Francesa que alude a su amplia oferta de tabacos y pitos, con especial énfasis en la variedad de “espuma de mar” (3). Desde el punto de vista presencial, podemos imaginarnos a esas tiendas finiseculares del XIX  como  sitios atiborrados de mostradores, vitrinas y estanterías confeccionadas en maderas nobles, cuyo aroma se confundía con el de los buenos tabacos ofrecidos a la venta (4)


 A comienzos del siglo XX y de la mano de la generalización del hábito de fumar cigarrillos, las cigarrerías fueron perdiendo su primitiva dedicación por el tabaco y comenzaron a transitar por otros rubros que ayudaban a captar clientes. Una causa de este fenómeno era la competencia generada por  la venta de cigarrillos y cigarros en muchos otros lugares. Así lo señala Juan Domenech en su Historia del tabaco,  mientras enumera todas las posibles bocas accesorias de expendio a fines de la década de 1930: “almacenes, bares, confiterías, hoteles, restaurantes, quioscos, canasteros ambulantes y despensas”. En ese contexto, los cigarreros propiamente dichos no tuvieron más remedio que añadir actividades accesorias para subsisitr. Con el tiempo se creó otra especie de rubro mixto bien determinado: el de  las cigarrerías – librerías, muchas veces con un anexo de venta de lotería (5).

Promediando los años cuarenta  llegó el turno de los kioscos, una nueva actividad comercial que rápidamente restó clientela a los ya golpeados establecimientos que nos ocupan. Por otra parte, la concentración del negocio del cigarrillo (con cada vez menos marcas en el mercado) y la lenta pero inexorable caída del consumo de cigarros puros hicieron de la cigarrería un comercio poco atractivo a la vez que anticuado. Mucho después aparecieron las tabaquerías, que vinieron a continuar y dinamizar el sector hasta nuestros días, aunque con importantes diferencias conceptuales: no venden cigarrillos y solo manejan productos de alta gama. Ello, sumado a su escasa cantidad en toda la república, hace que no sean comparables a las numerosas y populares  cigarrerías de antaño. De aquellas, las de antes, no queda ninguna, no al menos con el espíritu original. Pero podemos rendirle tributo a través de la evocación  de su estampa singular.

Notas:

(1) Hasta el decenio de 1910, muchas cigarrerías combinaban la venta con la fabricación propia de cigarrillos y puros.
(2) Reseña obtenida del trabajo Manuel Malagrida. Los orígenes de la industria del cigarrillo en la Argentina, de Juan José Ruiz, con revisión y correcciones de Alejandro Butera. El  texto es de libre acceso en la página del Cigar Pack Collectors Club of Argentinahttp://cpcca.com.ar Recomendamos su lectura a todos los interesados en el tema, ya que se trata de un completo estudio del pasado del sector tabaquero nacional a través de la vida de uno de sus protagonistas más destacados.
(3) La “espuma de mar” es un  mineral llamado sepiolita, de estructura rígida pero maleable. Fue muy utilizado en otros tiempos para la fabricación de pipas vistosas y ornamentadas.










(4) El autor de este blog, que no teme dar con sus huesos en el averno, entregaría su alma al diablo con tal de viajar en el tiempo, visitar uno de aquellos locales y experimentar esa sensación olfativa.
(5) Esta combinación puede parecer una especie de “cocoliche” hoy en día pero resultaba común durante la mayor parte del siglo XX. Aun subsisten algunos ejemplares de tal naturaleza, por ejemplo, en la Avenida de Mayo de la Ciudad de Buenos Aires, y también en otras metrópolis del país.

jueves, 14 de junio de 2012

Viejos consumos en la literatura argentina: los duraznos en escabeche de Hudson

Hay tipos de escritores que resultan particularmente útiles para el estudio del pasado, como el costumbrista o el autobiógrafo. Estos dos perfiles del hombre de letras se encuentran, muchas veces, profundamente entrelazados, como ocurre en el caso de Guillermo Enrique Hudson (1841-1922), el hijo argentino de inmigrantes norteamericanos que habitó en los campos de la provincia de Buenos Aires durante  los lejanos tiempos de mediados del siglo XIX y escribió la extraordinaria obra “Allá lejos y hace tiempo” (1). Entre la remembranza de conflictos políticos, unitarios y federales, caudillos y otras imágenes históricas, el autor profundiza en los vívidos recuerdos de su niñez y su pequeño mundo: los padres, la casa, el campo, los vecinos,  las costumbres, las anécdotas, las supersticiones. Todos ellos son elementos a través de los cuales Hudson  recrea aquel ambiente tan  particular desde una óptica poco frecuente, teniendo en cuenta su edad y su  condición de hijo de extranjeros angloparlantes.

Desde luego, no son pocas las referencias  sobre los distintos alimentos y preparaciones que consumía la familia en  las amplias, bellas y desoladas cercanías de Chascomús hacia 1850, antes del ferrocarril y de los caminos consolidados (2). Entre otras cosas, el narrador recuerda que “nuestra comida consistía en carne cocida o asada, zapallos, choclos en la estación y batatas, además de otros vegetales comunes y de las verduras. Budines de harina de maíz y de zapallos, y tortas, figuraban  entre nuestros platos habituales, pero preferíamos el pastel de durazno, hecho como una torta de manzanas tapada con  masa, que se preparaba desde mediados de febrero hasta abril, y aun en mayo, cuando maduraba la variedad que llamábamos “duraznos de invierno”. Más adelante nos informa qué platos predominaban y se repetían en el menú cotidiano: carne (mucho cordero),  fiambre casero, ensalada de papas frías y tajadas de cebolla, tortas de harina de maíz con almíbar. Desayuno, almuerzo, té con pan caliente a la tarde. A veces, “scones” y duraznos en conserva.


Este último manjar -que realmente lo era al decir del autor-  tenía su origen en el hecho de que, de acuerdo con sus palabras,  “mi madre, inteligente y económica ama de casa, hacía uso de esa fruta más que cualquier otra señora que poseyera un monte de duraznos (…) Sus duraznos en conserva, que nos duraban todo el año, adquirieron  renombre en el vecindario. Esa conserva se encontraba en la mayoría de los hogares ingleses, pero nuestra casa era la única en la que se hacían escabechados (…) Los teníamos siempre en la mesa y tanto nosotros como los de afuera los preferíamos a cualquier cosa”.


Un remoto consumo de nuestro campo hace más de un siglo y medio, verdaderamente extraño y singular, ¿no es cierto? Como corolario del tema, veamos la receta (harto sencilla) para prepararlos, según la propia evocación  de Hudson: “se tomaba una fruta grande, sana, a medio madurar (3). Los duraznos escogidos eran lavados y secados; después se los colocaba en un barril, se los cubría con vinagre hirviendo y se les ponía un puñado de clavos de olor. Se tapaba el barril y así se dejaban un par de meses. Transcurrido ese tiempo, la fruta quedaba debidamente escabechada”.

Notas:

(1) El libro fue publicado  en Inglaterra, donde Hudson vivió desde 1874 en adelante. El título de la edición original es Long away and far ago.
(2) Su lugar de nacimiento fue el actual partido de Florencio Varela, muy cerca de la localidad que hoy lleva su nombre en el vecino partido de Quilmes. Siendo muy pequeño,  la familia se trasladó a la zona rural de Chascomús.


(3) Dejando de lado las imágenes de duraznos que aparecen  en esta entrada con simples fines ilustrativos, hay que decir que   la fruta seleccionada  para el escabeche era realmente “verde”, tanto en el sentido de su madurez vegetal como en el cromático, según aclara luego el  escritor.

sábado, 9 de junio de 2012

Un revelador libro ferroviario de stock de 1898 4

No debe sorprendernos, luego de tres entradas sobre el tema de referencia, la calidad, variedad y envergadura del servicio provisto por el Ferrocarril del Sud para sus confiterías de estaciones y coches comedores de los trenes, de lo cual nos da cuenta el antiguo  y  singular  libro  contable  de stock  que  hemos venido analizando.  Si profundizamos un poco en la historia de esta firma del riel, podemos saber, por ejemplo, que hacia 1920 contaba con confiterías en las estaciones Ayacucho, Azul, Bahía Blanca, Empalme Lobos, Ingeniero White, Las Flores, La Plata, Mar del Plata, Tandil, Temperley, Tres Arroyos y, por supuesto, Plaza Constitución. Por otra parte, en 1929, un itinerario de servicio (1) indica que los comedores estaban dispuestos  nada más y nada menos que en 57 trenes regulares, de los cuales 20 eran  diarios y 37 corrían tres veces por semana. La multiplicación de estos números por su periodicidad  nos da un resultado ciertamente notable: 1044 trenes mensuales, es decir, formaciones provistas del servicio gastronómico correspondiente. ¿Cómo no iba a haber, entonces, semejante oferta de productos?


Bien, volviendo al año 1898 y a nuestro volumen, hoy vamos a repasar las alternativas correspondientes a dos tipos de bebidas muy populares en aquellos tiempos, la ginebra y el cognac (en realidad, casi todo lo que contuviera alcohol era popular entonces), con su debida nomenclatura de marcas y precios expresados en pesos por envase completo y cerrado. Volvemos a aclarar que esa era la manera en que los entregaba el depósito del FCS situado en Barracas, pero eso no significa que el expendio final se hiciera de tal modo. Una vez  en las confiterías y los trenes, tanto el Gin importado como las ginebras nacionales, así como el Cognac, eran despachados por sus medidas acostumbradas según las diferentes modalidades de la época: vaso, copa, etcétera. También formaban  parte de mezclas y cócteles ofrecidos en las cartas o específicamente solicitados por los clientes según  su gusto y paladar (2).



















La celebridad de la ginebra en el siglo XIX es bien conocida, especialmente en el interior del país, donde solía ser canjeada por cueros y otros productos de la ganadería extensiva propia de la época. En lo que hace a las prestaciones del FCS, podemos encontrar a lo largo del ejemplar que nos ocupa ocho etiquetas diferentes, tanto  locales como importadas. Es bueno tener en cuenta que, a diferencia del Whisky, el Coganc y otras bebidas espirituosas, la ginebra tenía un puñado de elaboradores argentinos de cierta importancia. El compendio, entonces, es el siguiente.


Bols                           3,00
Schnapps                  3,00
Néctar                        6,50
Old Tom Burnett        5,00                                                 
Old Tom Boord          5,00
Fockink                      7,50
Llave                          5,00
Dry Gin                      4,50 (3)


El caso del Cognac  refleja un fenómeno parecido aunque con  algunos rasgos particulares. En primer lugar, todas las marcas comercializadas son de origen francés, sin ningún caso de “imitación” elaborada localmente. También encontramos en este segmento, como es muy lógico, algunos de los precios más altos reflejados en todo el libro del FCS. Una botella de 22 pesos, por ejemplo, superaba holgadamente a cualquier vino, champagne o whisky ofrecido en el servicio, incluyendo a las marcas extranjeras de mayor reputación  (4). Veamos entonces la lista, algo más breve en esta ocasión.

Martell                      14,00
Henessy VO             12,80
Huertemont VSO      11,60 
Robin                       12,00
Fine Champagne      22,00 (5)

Para saber cuáles eran las marcas de ginebra y cognac más exitosas a bordo de los trenes del Sud, procedemos a sumar todas las unidades registradas en los 16 meses que abarca este formidable testimonio del ayer, y de ello surge que la delantera es llevada por Néctar (986) y Robin (770) respectivamente. Queda claro que la abundante oferta de bebidas que hemos estado reseñando hasta ahora tenía su punto de equilibrio en la sólida contrapartida de la demanda. Y así lo supo entender muy bien la empresa ferroviaria más grande del hemisferio sur, que no tuvo reparos en dotar a sus trenes de todo el lujo, la comodidad y el servicio gastronómico posible en aquellos lejanos años del cambio de siglo. En la próxima entrada de esta serie nos espera una larga lista de licores, rones y otras atemporales delicias del beber.

                                                        CONTINUARÁ...
Notas:

(1) Los itinerarios de servicio eran manuales para uso exclusivo de los empleados de las empresas ferroviarias, en los que figuraban horarios, formación de trenes, normas de seguridad y otros datos de interés operativo. Los que se han preservado hasta la actualidad constituyen un rico material histórico de consulta.


(2) En la entrada del 1/11/2011 examinamos la popularidad de una de esas mezclas (ginebra con bitter) según algunas viejas obras de la literatura nacional.
(3) El término dry gin alude a un tipo y no a una marca, pero la indicación aparece en varios meses y no corresponde a ninguna de las otras etiquetas (es decir, no puede haber confusión con otro producto similar) por la diferencia de precio.
(4) El salario mensual promedio de esa época rondaba los 60 a 75 pesos para un obrero calificado, como un carpintero. Eso da una idea aproximada de lo que significaba una botella de 22 pesos.
(5) Para quien no está familiarizado con esta noble bebida destilada, aclaramos que Fine Champagne es una denominación que define un tipo de Cognac elaborado a partir de vinos provenientes de ciertas zonas específicas de esa región, y que no tiene nada que ver con el mundialmente célebre vino espumante.

lunes, 4 de junio de 2012

Pioneros del comercio platense

Siempre me gustó mucho la ciudad de La Plata, tal vez por el hecho de ser el único núcleo urbano de la República Argentina concebido y planificado desde la nada. Para la época de su fundación (1882), la nueva capital de la Provincia de Buenos Aires (1) estaba llamada a ser algo así como la “reina de Sudamérica” gracias a los modernos conceptos arquitectónicos, urbanísticos y paisajísticos diseñados para tal fin. No obstante, la realidad de los planos suele ser muy diferente a la realidad de los hechos. La Plata pudo alcanzar la mayor parte de sus objetivos en términos de trazado de calles y paseos, construcción de plazas y emplazamiento de servicios públicos pioneros (como la luz eléctrica, en 1885), pero algo muy distinto sucedió con su vida humana. Por diversos factores políticos y económicos que no nos detendremos a analizar, la naciente urbe debió esperar varias décadas para “despegar” como un auténtico polo  comercial, industrial y educativo. Así parecen confirmarlo algunas fotos de los primeros años, en las que se percibe una especie de “ciudad fantasma” o “ciudad esqueleto” colmada de edificios vacíos, a la espera de una población que parecía no llegar nunca para su radicación definitiva (2).


Con todo y así las cosas, para 1885 había allí unos 10.000 habitantes permanentes, casi nada en comparación con otras ciudades de entonces. Pero aun  resulta interesante analizar el desarrollo de los primeros comercios abocados a los ramos que nos convocan en este blog: la gastronomía, los alimentos, las bebidas y el tabaco. De un modo lento pero sostenido, los pioneros platenses del comercio y la industria llegaron allí para tentar fortuna en aquella prometedora metrópoli de ensueño futurista. De ello da cuenta el Contador Rubén Mario de Luca en su libro “Familias Platenses”, en el que vuelca algunos datos fundacionales de sumo interés para quienes gustamos del pasado de los argentinos. Entre 1883 y 1889, es decir, en la época que algunos señalan como de “furor inmobiliario” (y especulativo) de la novel urbe, no son pocos los locales que se abren para satisfacer las necesidades de los habitantes de entonces, compuestos en su mayoría por empleados públicos y personal de obras.  Fue en esos tiempos que aparecieron  los primeros exponentes de las actividades de marras, a saber:

- En el rubro gastronómico, el restaurante High Life de Pedro Maestre, la confitería Libertad, de Andrés Novais, el restaurante Buenos Aires, de Rafael Castilla,  los bares y despachos de bebidas de Cachoni, Biagini, Avancini, Acquistapace, Arcolano y Soler, la fonda “Se come barato”  y las análogas de Carlos Delfino y Pedro Lagrange. En las siguientes  imágenes de la época fundacional se detectan otros, como  el  café  y billar “Del Aguila”, en la esquina de 5 y 49 (obsérvese el bosque recortado al fondo, sobre la calle 1) y el café y fonda de “La Unión Española” en la calle 6, frente a la Plaza San Martín.



- En el rubro de bebidas y alimentos al por mayor y menor, las crónicas nos hablan de un importante número de las consabidas carnicerías, verdulerías, panaderías (3), fruterías y almacenes, pero vale detenerse en los comercios de Monetti y de Colombo Hnos. (distribuidores de la cerveza Bieckert), en las licorerías de Casella y Soncini y en la fábrica de galletitas “La Julia”, con elaboración y venta directa al público, amén de los comerciantes del rubro alimenticio que comenzaban a establecerse en el embrionario ejido urbano.
- En el rubro del tabaco, los pioneros fueron las cigarrerías “La Plata” y “Cosmopolita”, así como las de Chacón, Calegari, Betancourt, Villamayor y Gozzo.
 
Paralelamente a los mencionados, la actividad hotelera merece un párrafo aparte por su enorme colaboración en la incipiente etapa pre urbanística, cuando las propiedades para comprar o alquilar escaseaban. Vale entonces mencionar al Hotel Bruny, de Armand Valanche (4) y a sus contemporáneos París, La Amistad, La Sonámbula (5) y De la Confianza. Terminamos entonces con  un aviso del “Hotel Vignolles” que no sólo muestra la doble actividad de hotelería y gastronomía desarrollada por su propietario, sino también la impronta francesa en los primeros tiempos platenses, ya que el reclame fue publicado en los diarios locales en el más puro idioma galo: “service a la carte, celerité, propeté, cinque centavos le plat. Cuisine bourgoise soignée. Chambres meubles per families, an porte les plates a domicilie. La Plata, rue 5 et 44, Juan Vignolles.”

Notas:

(1) En la entrada del 16/11/2011 repasamos el menú del banquete celebrado el 19 de noviembre de 1882, día de la fundación de la ciudad.
(2) Tal era la aversión de la gente a vivir en una ciudad nueva y despoblada, que hubo que obligar a todos los funcionarios y empleados públicos a radicarse forzosamente so pena de ser despedidos, mediante la llamada “ley de residencia”, que entró en vigor en abril de 1884.
(3) Se considera que el primer comercio platense  fue la panadería del francés Andrés Duprat, instalada a comienzos de 1883. Realmente había que tener mucha presencia de ánimo y confianza en el futuro para aventurarse a algo semejante de manera tan prematura, puesto que no hubo un núcleo urbano mínimamente constituido hasta mediados de 1884. Así lucía el “centro” de La Plata el 19 de Noviembre de 1883, a un año de su fundación. La construcción alta que se observa al fondo del extremo derecho es la iglesia de San Ponciano, en la diagonal 80.


(4) Este empresario (o alguien de idéntico nombre que trabajaba en el mismo rubro, lo que es poco probable) era también concesionario de las confiterías de las estaciones La Plata y Central de Buenos Aires. En la década de 1890 aparece, en un diario platense,  el siguiente aviso promocionando un vino “Marsala Argentino”, cuyo distribuidor en la capital provincial  no es otro que el citado.


(5) No se puede negar el sentido del humor de la gente en esos tiempos, incluso para nominar a sus negocios.