domingo, 22 de abril de 2012

Viejos consumos en el cine nacional: Pasó en mi barrio (1951)

Volvemos a la grata materia del viejo cine argentino, aquel que supo ser el más importante de toda Sudamérica en sus décadas doradas de 1940 y 1950. Precisamente a mediados del citado período de dos decenios, el insigne director Mario Soffici realizó el largometraje que nos ocupará en esta entrada (1). Tal como era común en esa época, la historia gira en torno a un drama ambientado en la típica famila porteña de clase trabajadora. El feliz grupo doméstico se ve de pronto sacudido por el juicio y encarcelamiento injusto del padre, cuyo papel de liderazgo debe desempeñar, a partir de entonces, la madre. Pero al comienzo mismo de la película, antes del desarrollo pleno de la trama, podemos apreciar toda una serie de valiosas imágenes en el marco de un tradicional "almacén y fonda" muy corriente en aquellos años.


Prácticamente el primer diálogo  de  la  obra fílmica se establece entre  una  clienta "almacenera" de último momento y el personaje de Doña Dominga, madre del grupo familiar y co-titular del bodegón/fonda/cantina que se puede apreciar en el fondo. Ya allí tenemos una estampa hoy completamente desaparecida en la ciudad de Buenos Aires: los establecimientos gastronómicos  con "anexo almacén", que comercializaban todo tipo de alimentos y bebidas bajo las dos modalidades, aunque siempre en locales claramente separados. La jefa del lugar no disimula su fastidio por la hora en que la parroquiana reclama que le vendan un pedazo de queso, ya que se trata del día domingo (el anexo almacén está cerrado) y la cantina, atendida por sus propios dueños, se ve colmada por completo. "¿Qué se le olvidó?", espeta la comerciante, a lo que la sufrida parroquiana contesta: "el queso para los tallarines". A pesar de todo, la primera accede bondadosamente y el artículo lácteo requerido es debidamente pesado y despachado.


Acto seguido y de nuevo en el salón gastronómico del emprendimiento, un individuo reclama a viva voz su pedido de "peceto con papas", añadiendo con disgusto: "hace media hora que estoy esperando". Luego podemos observar un dúo de personajes sentado en otra mesa, sobre la cual se observan algunos elementos de interés histórico: el sifón, la panera de mimbre y el vino servido en un bonito botellón de vidrio. Es entonces cuando aparecen los primeros indicios del contexto cotidiano que le da dinámica y sentido a la escena, puesto que Don Genaro, padre de familia, esposo de Doña Dominga y ladero de ésta en el comercio, explica a los habitués en cuestión que "hay que venir a comer temprano, porque hoy es domingo y juega River". En resumen: los mismos propietarios quieren terminar cuanto antes con su tarea.


Pero el local explota de gente, los pedidos se demoran y no hay tiempo ni ánimo para los quejosos. Una mesa de varios comensales recibe dos platos de manos de la dueña, que se encarga de "vocearlos" al tiempo que los coloca en la mesa. "El bife y el puchero a la española", sentencia. Un cliente pregunta, sorprendido, sobre la última de las preparaciones: "¿y los garbanzos?". Sin inmutarse, la mujer pone los brazos en jarro y responde con no disimulada sorna: "¿sabe qué pasa?, hoy es domingo y los muchachos los están usando para jugar al truco" (2).


Otro concurrente del fondín pide que le abran la botella de vino. Este simple acto no parece digno de ser destacado, pero lo que se puede observar nos dice mucho sobre un Consumo del Ayer que ya habíamos señalado en la entrada de El Viejo Hucha: el vino común fraccionado en botella de litro con tapón de corcho, una modalidad que quienes nacimos en la segunda mitad de los sesenta no llegamos a conocer.


Como corolario de esta  rica y vivencial escena del pasado, la misma mesa de los garbanzos intenta hacer su pedido de postres reclamando un par de viandas dulces: queso y dulce, pide uno, y pastafrola, otro (3). Desde luego, Don Genaro no está dispuesto a alargar la ardua jornada con solicitudes de último momento e intenta convencerlos de pedir algo mucho más veloz, dicéndoles: "mejor les traigo un licorcito de naranjas. ¿Saben que pasa, muchachos? Es que hoy River tiene un partido muy difícil". Finalmente la requisitoria original es negociada, no por el licor, sino por dos cafés. Posteriormente, el local baja la cortina y Don Genaro puede, al fin, ir a la cancha con sus hijos.


Una vez más, un par de minutos son capaces de revivir todo un ambiente pretérito determinado, en este caso,  el otrora célebre "boliche" urbano de comidas, junto con el recuerdo de algunas pitanzas caseras que hoy existen en el ámbito hogareño, pero que raramente encontramos en un restaurante moderno. De todas maneras, aquellos bodegones se han ido del plano fisico, pero permanecen en el del corazón.

Notas:

(1) Breve ficha técnica: "Pasó en mi barrio". Director: Mario Soffici. Guión: Sixto Ríos y Carlos Olivari. Intérpretes: Tita Merello, Mario Fortuna, Mirtha Torres, Alberto De Mendoza, Luis Medina Castro. Estrenada el 20 de diciembre de 1951.
(2) El truco es un clásico juego argentino de naipes. Tradicionalmente se utilizan garbanzos, porotos u otras legumbres secas para sumar y llevar cuenta del puntaje.
(3) La Pastafrola o Pasta Frola es una preparación de repostería enormemente popular en la Argentina, que combina una masa dulce de harina, manteca y huevos con un dulce colocado por encima, que puede ser de batata o membrillo. La presentación mas típica impone una especie de cuadriculado de masa sobre el dulce.

miércoles, 18 de abril de 2012

El primer bodeguero patagónico

Muchas de las hoy llamadas “nuevas regiones del vino argentino” son en realidad terruños seculares en la producción de la más noble de las bebidas, que vieron declinar su industria durante largo tiempo  y volvieron a surgir a principios del siglo XXI. Por eso, si hablamos de la historia  de los vinos del sur argentino, y más exactamente del Valle de Viedma - amén de los productores artesanales y  los establecimientos instalados en los últimos años (1)-  no podemos omitir  la existencia pasada de una gran bodega que fue orgullo de la industria vitivinícola austral, cuya fama logró trascender ampliamente las fronteras regionales y se anticipó varios años a todas las demás. Su impulsor fue un  italiano llamado Carmelo Bottazzi, nativo de Pozzolo Formigaro y actual prócer de la bella ciudad de Carmen de Patagones (2).


Este visionario, vecino ilustre y agente consular de su país en esa ciudad, comenzó hacia 1900 un proyecto  tan ambicioso como audaz. En su estancia San José (3)  plantó la friolera de cien hectáreas de un viñedo modelo, irrigado con molinos de viento y enfocado en las cinco cepas finas que mejor se habían adaptado al lugar, luego de casi una década de investigaciones y ensayos intensivos. Ellas eran Cabernet Sauvignon, Petit Verdot, Malbec, Pinot Noir y Sauvignon Blanc. En 1909 formó una sociedad con otros vecinos empresarios para encarar la construcción  de una bodega en Carmen de Patagones, llamada primero "La Viti-Vinícola" y más tarde "Compañía Vitivinícola de Río Negro". El establecimiento estaba dirigido técnicamente por el enólogo mendocino Pedro Boffa y constaba de cuatro salas de fermentación (la mayor, de 9 x 50 metros), equipadas con la tecnología importada más moderna de la época: una máquina moledora saca escobajos Marmonier, dos bombas Fafeur con 150 metros de cañería, un alambique sistema Deroy de fuego directo, un filtro sistema Casquet con capacidad para 200 litros de filtración horaria y una máquina de embotellar sistema Papin. Por el lado de la vasija de madera, poseía diez cubas de 10.000 litros y cuatro de 6.000 litros de la famosa casa Fruhinsholz de Nancy, 380 "bocoys" de roble y castaño de 700 litros, además de un centenar de cascos norteamericanos de 250 litros.


El suceso de la formidable empresa, única en la Patagonia de entonces por capacidad y calidad, no se hizo esperar. Según consta en un antiguo relato del escritor local Crispín Guerra, "sus vinos fueron servidos durante un banquete celebrado en Buenos Aires, que el excelentísimo señor Gobernador del Río Negro, Ingeniero Carlos Gallardo, ofrecía a distinguidos miembros del Superior Gobierno de la Nación y al Centro Viti-Vinícola Nacional; banquete en el que participaba también la flor y nata de los bodegueros de Mendoza. Benegas, Giol y Gargantini pidieron más adelante muestras y datos, interesándose en las cualidades excepcionales de los vinos del sur". Por otra parte, señala que "el mismo año (1910), la plaza de Bahía Blanca daba entrada por primera vez a los vinos de Patagones, que merecían el aplauso de la prensa local y plena benevolencia de los centros comerciales. Las muestras expedidas han tenido por lo visto la mejor acogida, desde el momento en que los pedidos superan ya a las existencias".  Para principios del decenio de 1910  el proyecto se había materializado por completo: elaboraba casi medio millón de litros de vinos tintos y blancos, además de haber comenzado una comercialización regional que tuvo particular suceso en el sudoeste bonaerense.


No obstante aquel comienzo promisorio, los vaivenes de la historia terminaron por vencer al osado emprendedor peninsular. Hacia 1916, en plena crisis producida por el apogeo de la Primera Guerra Mundial, las líneas de crédito que soportaban su negocio de largo aliento se interrumpieron, haciendo que la compañía quebrara irremediablemente. Algunos veteranos referentes del vino regional hablan también de los problemas constantes que acarreaba por entonces el trabajo de regar un sitio tan extremadamente desértico, con un suelo compuesto mayoritariamente por arenas muy finas cuya retención hídrica es casi nula. De un modo u otro, ese fue el fin de nuestra historia de hoy. Los años posteriores vieron surgir al vino en otras zonas de la Patagonia, pero Carmelo Bottazzi, su finca San José y la Compañía Vitivinícola de Río Negro fueron, sin dudas, precursores indiscutidos de la noble actividad viñatera en el sector austral de nuestro país.

Notas:

(1) Se trata de las bodegas Océano y Lapeyrade. Existe también un pequeño establecimiento familiar situado en la Isla Churlaquín (en medio del Río Negro) llamado “Familia Henry”, pero su producción se encuentra detenida al día de hoy, a pesar de estar homologada por el Instituto Nacional de Vitivinicultura.
(2) Tanto la bodega como el viñedo se encontraban  ubicados en el extremo sur de la provincia de Buenos Aires: una en la ciudad de Carmen de Patagones propiamente dicha y el otro a 20 kilómetros al noreste de allí, muy cerca de la Bahía San Blas. Ello los excluiría de su condición patagónica según los límites políticos actuales, pero la opinión del autor de este blog (como la de muchas otras personas) es que al sur del Río Colorado se entra realmente en la Patagonia por historia, clima y topografía, más allá de lo meros condicionamientos cartográficos formales.
(3) La Estancia San José todavía existe como único vestigio de aquella infortunada aventura empresarial. En la actualidad se dedica exclusivamente a la ganadería, aunque en el patio posterior del casco (el mismo edificio de la época de Bottazzi, casi sin modificaciones) perdura una pequeña superficie cultivada con cepas viejísimas, cuya edad es difícil de calcular. Otros lugares del Valle de Viedma (generalmente,  antiguas chacras abandonadas junto al río) son profusamente adornados por imágenes similares.

viernes, 13 de abril de 2012

Historia de los toscanos Flor de Mayo

A diferencia de sus similares del Caribe o de Brasil, que siempre estuvieron radicadas en las mismas zonas de cultivo, la manufactura de tabacos argentinos a escala industrial se ha desarrollado, salvo pocas excepciones, en la Ciudad de Buenos Aires y sus alrededores, bien lejos de las provincias norteñas que proveyeron históricamente su principal materia prima. Una excepción a esta regla es la empresa Manufactura de Tabacos Colón, que existió durante casi todo el siglo XX en la ciudad de Rosario, más precisamente en sus instalaciones de la calle Felipe Moré 929.
Este importante emprendimiento nació en los primeros años del 1900 como fruto de la sociedad entre el inmigrante español Emilio Sust y el señor Isidoro García, que se lanzaron a fabricar los populares y muy vendibles productos derivados del tabaco, en especial cigarrillos y cigarros de porte pequeño. En 1920, el negocio pasó a manos de Jaime Sust y Fermín Fernández, y desde entonces fue conocido tanto localmente como a nivel nacional bajo su nombre original o simplemente como Fernández y Sust. En Rosario, las marcas elaboradas y comercializadas por la firma se volvieron muy afamadas, lo que luego se extendió a Buenos Aires y otras ciudades importantes del interior del país. Así, los cigarrillos Don Hipólito (1), República, 5 de Abril, Pabellón Nacional y Colón constituían nombres famosos junto con los toscanos Flor de Mayo, Génova y Fundador y los "cigarritos" Chelitos, Predilectos y Dike.

La producción de la factoría rosarina continuó creciendo y aumentando sus ventas en las décadas posteriores. El incremento del hábito de fumar cigarrillos y las todavía importantes costumbres del cigarro y del toscano (especialmente entre la colectividad italiana), le dieron a esos productos una presencia en el mercado que los pone a la altura de otros gigantes de la época. En materia de toscanos propiamente dichos, su "caballo de batalla" fue siempre la etiqueta Flor de Mayo, que allá por las décadas de 1940 y 1950 llegó a ser tan conocida y renombrada como los míticos Avanti y Regia Italiana. De hecho, bien puede decirse que fueron las tres manufacturas toscaneras argentinas del siglo XX, casi como un verdadero oligopolio del singular producto. Uno de los emblemas de las marcas de Fernández y Sust era la leyenda "100% tabaco nacional" impresa en los envases,  algo que los diferenciaba radicalmente de sus competidores, siempre ocupados en resaltar una cierta identidad italiana por composición, tradición, o simplemente por la sonoridad del nombre.


La envergadura de la empresa se pone de manifiesto a través de su aparición en innumerables crónicas, registros y relatos de la época, pero también mediante la frialdad de los números, comenzando por los 450 operarios que llegó a ocupar en sus mejores tiempos y por las dimensiones del establecimiento, que alcanzaba a cubrir una manzana. Esa importancia también se destaca si revisamos alguas estadísticas de las compras de tabaco que realizaba en la provincia de Misiones. El siguiente es un cuadro que muestra los envíos de tabaco en fardos efectuados por Johann y Cía, el principal acopiador de tabaco de la región, durante el período 1934-1942 (2).

Año
Comprador
Kilos de tabaco
Número de bultos
1934
Fernández y Sust
38.800
776
1935
Fernández y Sust
153.250
3.065
Aime y Cía.
20.000
400
1936
Fernández y Sust
120.500
2.410
Aime y Cía.
20.000
400
Vila y Tresoldi
20.000
50
1937
Fernández y Sust
107.600
2.152
1938
Fernández y Sust
67.850
1.357
1939
Fernández y Sust
94.000
1.880
1940
Fernández y Sust
166.650
3.333
S. Pampillo y Cía.
30.000
600
1941
Fernández y Sust
172.100
3.442
1942
Fernández y Sust
83.650
1.673

Una simpática nota de color relaciona además a Fernández y Sust con el fútbol rosarino. En 1927, la Muncipalidad local le cedió al club Rosario Central el predio ubicado en la intersección de la Avenida Génova (3) y la calle Cordiviola destinado a la construcción de un estadio con capacidad para 30.000 personas y plateas con butacas pullman, todo un lujo para la época. La firma que nos ocupa tomó entonces a su cargo la realización de la obra, lo que le ha valido un sitial de honor en el corazón de esa célebre institución deportiva. Las crónicas añaden además que en el primer encuentro jugado en el nuevo reducto, Rosario Central se impuso por 4 a 2 a su tradicional rival Newell's Old Boys.













Ya hemos dado cuenta en entradas pasadas de la declinación paulatina del cigarro en general, y del toscano en particular, a partir de mediados de los años cincuenta. Pese a todo, Tabacos Colón logró perdurar con cierta dignidad hasta finales de los años 1970. Luego, su realidad pasó a constituir el material que desde hace ya varios meses nos convoca en este blog: la historia de los consumos argentinos. Hoy rendimos un homenaje a esta empresa y sus marcas que acompañaron durante décadas a millones de habitantes de nuestro país en la sobremesa, en el trabajo o en las reuniones de amigos. Y lo hacemos con la expectatica de volver muy pronto sobre el tema con una degustación de toscanos "Génova" (la segunda marca de la firma) de la década de 1960. (4)

Notas:

(1) En la entrada del 16 de Marzo "Cigarrillos y Política" dimos cuenta de esa etiqueta en su debido contexto histórico.
(2) Datos obtenidos del trabajo "Tabacaleros y Acopiadores en la colonización de Alto Paraná Misonero", de María Cecilia Gallero, UNM, CONICET, Junio de 2011.
(3) No sabemos si la ubicación de la nueva cancha en la Avenida Génova fue lo que motivó la creación de la marca homónima de toscanos, pero es una posibilidad para tener en cuenta.
(4) Con esta son tres las degustaciones cuyas respectivas crónicas iremos publicando en futuras entradas: una de Avanti de la década de 1950, otra de Regia de la década de 1940 y la recién mencionada de Génova de la década de 1960.

domingo, 8 de abril de 2012

Corrientes, Avenida gastronómica

De las numerosas imágenes que sirven como estampa inconfundible de la ciudad de Buenos Aires, existe una que supera a todas las demás en términos de contundencia visual. Nos referimos, por supuesto, al Obelisco, ese particular monumento emplazado en la intersección de las también famosas avenidas 9 de Julio y Corrientes. El monolito de marras marca además el epicentro del sector más antiguo y célebre de la segunda avenida citada, cuya historia tiene que ver con la cultura, la idiosincracia y la gastronomía porteña desde el lejano ayer hasta la actualidad. Y aunque hoy existen nuevos y rutilantes "polos gastronómicos" en diferentes partes de la metrópolis, es un hecho que ninguna arteria ciudadana tiene una cronología tan rica en lo que hace a sus confiterías, cafés, restaurantes, pizzerías y otros locales semejantes que adornaron (y adornan) las populosas veredas


Como muchos saben, Corrientes fue una calle "angosta" en el sector Callao - Leandro N Alem desde sus inicios coloniales hasta 1935, cuando las obras tendientes a mejorar la infraestructura vial urbana la convirtieron en la avenida que todos conocemos. Sin embargo, no todos ubican sus glorias pasadas como eje de la vida nocturna de la ciudad, especialmente en lo relativo al desarrollo del tango. Muchos de sus cafés y confiterías supieron cobijar a las diferentes orquestas del entonces naciente género musical, lo que le dio a esos reductos una especie de leyenda que supo perdurar a través de los años. Las crónicas de finales del siglo XIX y comienzos del XX nos hablan, en principio, de El Nacional,  un sitio que ha sido dado en llamar "la catedral del tango" y que estaba situado a la altura del 980 (esquina con la actual Carlos Pellegrini), así como del Café Marzotto (1120), el Café Iglesias (1517) y el Café Domínguez (1525), entre otros innumerables locales que llegarona tener las primeras "orquestas de señoritas". Es interesante recordar que tales agrupaciones eran puramente musicales y no se dudaba de su moral hasta que, en 1936, como consecuencia de la Ley de Profilaxis Social (1), muchos cafetines de baja estofa pasaron a tener sus propios "grupos", los que en realidad escondían como único propósito alternar sexualmente con la concurrencia bajo un paraguas medianamente legal. A partir de entonces, la simpática modalidad artística se fue desvalorizando hasta desaparecer por completo a finales de esa década.
Con todo, no sólo de cafés y tango se nutría "la que nunca duerme". También fue patria de cuantiosos emplazamientos mayoritariamente gastronómicos al estilo de los cafés Los Inmortales, Paulista, Germinal y de Gerard, por mencionar solamente los más arraigados en la mitología popular. Pero el ensanche de la avenida que se llevó cabo indefectiblemente a partir de 1935 (y que afectó solamente la vereda norte) puso fin a la vida de numerosos puntos de reunión de la época, como la Confitería El Quijote, que sucumbió bajo la picota con algunas de sus semejantes.



Por suerte, el aturdimiento provocado por esa obra ligada a los avances del progreso no logró aminorar en absoluto la fama y el prestigio de Corrientes, ahora avenida en toda su extensión. Bien al contrario, ello no hizo más que multiplicar la radicación de locales: cafés, bares y restaurantes análogos a la intensa vida social y cultural representada por cines, teatros y librerías de todo tipo y tamaño. A partir de la década de 1940, nuestra arteria se trocó en lugar favorito de intelectuales y jóvenes que se aquerenciaron en los cafés El Foro, La Paz y Ramos para sus sesudas tertulias. De modo concomitante, la restauración propiamente dicha y las pizzerías hicieron lo propio de acuerdo con las nuevas exigencias. Así llegaron negocios de contraseña de la talla de El Palacio de la papa frita, Guerrín, Arturito, El Palacio de la pizza o Las cuartetas, los que, más allá de sus cualidades gastronómicas, se convirtieron en auténticas postales de la calle que nos ocupa, tan famosas como fueron en su tiempo las "cantinas" de La Boca o los "carritos" de la costanera.


El paso de las décadas ha sido ciertamente duro con otras zonas de la ciudad y sus respectivas glorias en tiempos pretéritos, pero no ha ocurrido nada así con Corrientes, que se mantiene tan vital como lo era en su período tanguero y bohemio. Desde este blog hacemos votos para que esa  afortunada realidad se mantenga igual para siempre.


Notas:

(1) Esta ley acabó con la prostitución legal que existía en Buenos Aires desde los últimos decenios del siglo XIX. Los motivos de su promulgación fueron muchos, pero sin dudas ayudaron enormemente los escándalos suscitados por el descubrimiento de numerosas redes que explotaban mujeres extranjeras arribadas al país mediante falsas promesas de trabajo. Ello produjo un hondo rechazo de la sociedad hacia el comercio sexual y dio lugar a normas restrictivas de toda índole.

lunes, 2 de abril de 2012

Un revelador libro ferroviario de stock de 1898 3

¿Por qué eran tan completos y sofisticados los servicios de bar y restaurante en los trenes y estaciones de los ferrocarriles de antaño? La respuesta es bastante compleja, pero puede sintetizarse simplemente comprendiendo la trascendencia que ese modo de viajar tenía entonces, no sólo como transporte en sí mismo, sino también como elemento fundamental en la vida de los pueblos y ciudades. Al respecto decíamos que las grandes estaciones y sus confiterías, amés de los propios convoyes ferroviarios de larga distancia, eran los principales destinatarios de los artículos asentados en nuestro viejo libro contable. Pero vale aclarar que muchas localidades que no eran tran grandes al nivel de Buenos Aires, La Plata o Bahía Blanca (1) también tenían confiterías en sus estaciones: Temperley, Las Flores o Tandil, por ejemplo, eran algunas de ellas. ¿Cómo no iban a ser destacados esos comercios ferroviarios hace más de cien años, cuando quizás se trataba de los únicos locales gastronómicos de jerarquía en tales parajes?
La estación, asimismo, era mucho más que el punto de embarque de pasajeros. También allí se despachaban y recibían cargas, hacienda, encomiendas, telegramas, periódicos y casi todos los artículos imaginables. Por eso, se trataba de un sito con actividad y movimiento durante la mayor parte del día, igual que lo eran un banco, un comercio o una repartición pública. Ir a recibir a un viajero, o a despachar un paquete, o a enviar un telegrama, constituían algunas de las muchas ocasiones para llegar a la estación y encontrarse, seguramente, con otras gentes de la vecindad en una especie de ceremonia social tan típica de la época. Y así las cosas, ¿por qué no matizar esos encuentros con un café, una copa o un refrigerio en la confitería?



Aclarado el interrogante, pasemos entonces a analizar en esta entrada lo que corresponde a la abundante variedad de todos los tipos de bitter, amargos, aperitivos, vinos quinados y vermouths que ofrecían las cartas del FCS y que fueron felizmente registradas por el increíble volumen que nos ocupa desde hace algún tiempo (y que seguirá haciéndolo por mucho más, sin dudas). Y al igual que con las cervezas o los wiskies, el detalle de las marcas da lugar al asombro por la su calidad y diversidad, con una abrumadora mayoría de etiquetas importadas de Europa, dado que la industria argentina de bebidas, si bien ya existente, no tenía a fines del siglo XIX la envergadura suficiente como para ofrecer semejante multiplicidad de opciones. En principio, vemos lo que corresponde al bitter (2) y a los amaros, con sus debidos precios de venta por botella cerrada, que era el modo en que eran entregados y registrados por la empresa desde sus depósitos en Buenos Aires.

Bitter Angostura             3,00
Bitter Secrestat               5,00
Bitter Naranja                  5,00
Bitter Gaillard                  5,00
Bitter Peach                    5,00
Bitter Argentino               5,00
Bitter Pelletier                  5,00
Amaro Felsina                 5,00
Amaro Monte Cúdine      1,60
Amaro Ejército Italiano     2,00


Sin dudas parece reiterativo, pero la cuestión de la cantidad de productos para elegir realmente no me deja de sorprender: 7 alternativas sólo en bitter es algo que quizás muy pocos sitios en el mundo ofrezcan en este mismo momento, pero en algunos trenes y estaciones de la Argentina en 1898 era posible conseguirlas sin mayores inconvenientes.


Continuemos entonces con la no menos abundante oferta en lo que hace a aperitivos, vinos quinados y vermouths, con algunos nombres que se han perpetuado en el tiempo y que llegaron a nuestros días con éxito masivo en la Argentina y el mundo entero. El repertorio, en este caso, es el siguiente:


Aperital                       5,00
Fernet Branca            5,00
Byrrh                          5,50
Alpinina                      1,70
Hesperidina                5,00
Ferro Quina Bisleri     5,00
Vermouth Cinzano      5,00
Vermouth Cora           5,00
Vermouth Noilly Prat   5,00  (3)


No seguiremos abundando en lo sorprendente de la variedad porque sería una cuestión monotemática casi obsesiva, pero sí vale la pena destacar que sólo en el caso del Fernet encontramos en la actualidad un abanico de marcas realmente valorable.  Digamos a título estadístico que de la suma de botellas asentadas entre Abril de 1898 y Julio de 1899 surge que Cinzano era ampliamente favorito en los gustos del público, con 2016 unidades apuntadas en todo ese período.


Es verdad que en la última década se viene verificando un saludable revival de este tipo de productos gracias a la explosión de la coctelería profesional, pero... ¿a quién no le hubiera gustado estar a bordo de un coche comedor de madera de los que surcaban aquellos viejos y lustrosos rieles mientras se deleitaba con alguna de tales bebidas?  En fin, la cosa no termina aquí ni muchos menos, como ya hemos advertido. Hay material para repasar durante muchas entradas más, mientras seguimos descubriendo cosas en este fabuloso testimonio de la vida cotidiana argentina hace poco más de ciento diez años.

                                                              CONTINUARÁ...
Notas:

(1) La primera foto de la entrada corresponde a la confitería de la Estación Bahía Blanca del FCS en los primeros años del siglo XX. Otra foto del mismo lugar lleva en su epígrafe la leyenda "anexo almacén", lo cual abre la posibilidad de que en allí también se pudieran comprar los productos directamente y por envase cerrado. La que sigue es esa imagen y llamo la atención sobre la vestimenta de los mozos y la impresión general de local "bien puesto".


(2) En una entrada del año pasado dimos cuenta de la popularidad del bitter (mezclado con ginebra) según varias obras de la literatura argentina. Sin dudas era una bebida muy apreciada y requerida en aquel entonces.
(3) Noilly Prat es una antigua marca francesa no demasiado conocida en el resto del mundo,  pero sí en su país de origen, especialmente su versión blanca o dry. Los otros dos señalados en la lista del FCS, Cinzano y Cora, son en cambio más famosos por sus respectivas versiones rojas.