viernes, 2 de marzo de 2012

Viejos consumos en la literatura argentina: una curiosa picada en Las Cañitas del siglo XIX

Eduardo Ladislao Holmberg (1852-1937) fue un escritor argentino cuyo nombre estuvo siempre vinculado al surgimiento de la investigación científica en nuestro país. En efecto, su labor como médico, zoólogo, botánico, naturalista y viajero explorador le valió numerosos honores y cargos a lo largo de su vida. Una de sus actuaciones más recordadas en el ámbito público fue la de director del Jardín Zoológico de la ciudad de Buenos Aires, función que desempeñó desde 1888 hasta 1903. No fue otro que Holmberg quien proyectó el traslado del paseo a su ubicación actual (el primitivo, mucho más precario, estaba en Libertador y Av. Sarmiento), además de dotarlo de casi toda la infraestructura que sobrevive aún en nuestros días: las "casas" para los animales, las fuentes, los senderos, las arboledas.


Sin embargo, mucho menos conocida es su obra literaria, especialmente la que está relacionada con un género casi inexplorado en esta parte del mundo por aquella época. Como afirma Antonio Pagés Larraya, "en 1875, cuando Holmberg publicó sus primeros relatos, nuestra literatura señalaba una indigencia muy grande de fantasmas (...) Había aquí demsaiado aire y demasiado sol. Faltaba humedad de viejas paredes, grietas y sombras, castillos seculares, hiedras lóbregas. Estaba reservado a este criollo de sangre teutona el trasladar a las letras nacionales esas criaturas nacidas en las nieblas del hemisferio norte".

En la década de 1950, la editorial Hachette publicó un excelente volumen con sus principales relatos de fantasía, que quien suscribe tuvo cierta vez la suerte de hallar semi perdido en una librería de viejo. De todos sus cuentos (1), hay uno que resulta particularmente atractivo no sólo por el interés de su trama, sino también por la precisa ubicación espacio temporal en el Buenos Aires del año 1889. Se trata de La casa endiablada, cuyo protagonista, Luis Fernández, se ve en la tarea de poner en condiciones una vieja propiedad familiar abandonada hace años. El detalle geográfico que realiza el autor es tan minucioso que vale la pena leerlo hoy, 120 años después: "a pocas cuadras del Puente de Maldonado (2) y muy cerca de la encrucijada en la que tenía su arranque el antiguo Camino de Las Cañitas que lleva a Belgrano (3) veíase, no hace mucho, una casa de modesta apariencia...". Luego continúa con otras precisiones sobre el emplazamiento del inmueble, a tal punto que resulta posible aventurar alguna de las calles a las que, sin nombrarlas, podría haberse referido Holmberg (4).
Más tarde sigue otra completa reseña sobre el estado bastante vetusto de la edificación, en la que se destacan algunos puntos que refuerzan la idea del abandono que reinaba en el lugar: "...a pocos metros veíanse las habitaciones de servicio, un palenque y un antiguo corral desocupado hace mucho, en el que crecían la quinua, la cepa caballo, el abrojo, el chamico, el yuyo colorado y una vieja tuna (...) Por la parte del frente bajaba a la calle un camino lleno de cascotes y fragmentos de botellas de barro y de vidrio, encerrado por dos filas de árboles, vivos y muertos, sauces y paraísos, cuyos gruesos troncos, carcomidos por los taladros, abrigaban todas las comadrejas y cucarachas de la vecindad".


Desde luego, no vamos a profundizar en la trama, sino en un párrafo posterior que pone frente a nuestra consideración un singular refrigerio elaborado "de apuro" por el sirviente del protagonista para aplacar el apetito de su amo y de otros dos amigos que habían llegado para ayudarlo en la difícil tarea de recomponer la destartalada vivienda. Veamos como sigue: "Era tarde, muy tarde, demasiado quizás para los tres amigos. Pero su trabajo  excesivo les había causado una sensación respecto a la cual quedaron de acuerdo: ¡Sentían hambre! Entonces pasaron al comedor. El sirviente abrió un tarro de caviar que comieron con deleite, después de mezclarlo con cebolla blanca, picada muy fina, y un poco de perejil y de limón. Además de ese deleite, había tajadas de pan con manteca y unas salpicaduras de mostaza. Después bebieron bastante cerveza y luego tomaron excelente café. Es claro que fumaron en seguida..."


Interesante, ¿no es verdad? Es evidente que Holmberg, hombre de buena familia desde su nacimiento(económica y socialmente hablando), describe una situación común entre la gente que componía su entorno. No hace falta aclarar que esta "picada" no era nada habitual en otros lugares de la ciudad o el país. Pero para un joven de clase alta del barrio de Las Cañitas, hacia finales del siglo XIX, matar el hambre con una colación a base de caviar era algo de lo más corriente. Se trata de un consumo del ayer distinto, elegante, tal vez algo encopetado, pero no por ello menos apreciable por su valor histórico.

Notas:

(1) Otros cuentos de la misma antología son, entre otros, El ruiseñor y el artista, La pipa de Hoffmann, Horacio Kalibang o los autómatas y La bolsa de huesos.
(2) En ese entonces, el Arroyo Maldonado, que hoy corre por debajo de la Avenida Juan B. Justo, no estaba entubado. Había varios puentes en su recorrido, pero el más famoso era el de la Avenida Santa Fe y a él se refiere Holmberg. La que sigue parece mas bien una foto de un viejo puente medieval, pero es ni más ni menos que el Puente Maldonado visto de oeste a este, es decir hacia la Avenida Bullrich.


(3) El camino es la actual Avenida Luis María Campos. La encrucijada es el nacimiento de ésta en Av. Santa Fe y Fitz Roy, frente al Regimiento 1.
(4) En otra parte del texto, el autor refiere claramente que la casa se ubica sobre una calle que corre de este a oeste, es decir que cruzaba Luis María Campos. Otras referencias sobre la cercanía del Ferrocarril y de la actual Av. Libertador sugieren que podría ser alguna de las hoy llamadas Arguibel, Arévalo, Chenaut u Ortega y Gasset.

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