martes, 28 de febrero de 2012

Cafés, Fondas, Boliches y Bodegones en Parque Patricios

La silueta histórica de algunos barrios porteños tiene una raíz muy profunda en el lejano pasado. Así, La Boca posee una estampa asociada a lo marino (a pesar de que ya no tiene barcos), y Flores a las quintas (a pesar de que desparecieron por completo hace mucho), entre otros numerosos ejemplos. En el caso de Parque Patricios, esa imagen tiene que ver con lo gauchesco, con los primeros guapos y  los malevos. No obstante, si nos trasladamos a los tres primeros tercios del siglo XIX, el vecindario de referencia era una tranquila zona de quintas donde los personajes más acaudalados de la época poseían plácidas y arboladas propiedades en las que pasaban sus fines de semana lejos del ajetreo del "centro". Pero en la década de 1870 ocurrieron dos hechos que transformaron para siempre aquella postal serena: la epidemia de fiebre amarilla de 1871 (1) y el traslado de los mataderos municipales en 1875 a la "meseta de los corrales", que era ni más ni menos el extenso solar que ocupa el Parque Patricios como tal (es decir, como espacio verde) en nuestros días.


Fue entonces cuando la comunidad barrial se vio transformada en una zona a la que arribaban tropas de vacunos con sus reseros y sus gauchos, en un ambiente áspero de gente curtida y rústica. Para la década de 1880 (2) existían allí curtiembres, graserías y otras industrias derivadas de la matanza de ganado, lo que reforzó la presencia de personajes de la mala vida que años después fueron inmortalizados a través del tango y de cierta literatura costumbrista con acento en los duelos criollos a puro facón (3).













Así las cosas, el eje arterial del suburbio, la Avenida Caseros, supo ser un polo gastronómico singular desde fines del siglo XIX hasta bien entrada la mitad del XX, con todo tipo de comercios del ramo. Una crónica de la época citada por el historiador Luis J. Martín rescata del olvido no pocos lugares perdidos en la bruma del tiempo. En la altura del 2900, esquina Zavaleta, existía un bodegón llamado Nápoles, especialista en buseca y pastifasule (4). En el número 40 de la misma cuadra se ubicaba la fonda El Pinchazo que remedaba a su similar del centro de la ciudad. Más adelante se podían encontrar la Rostisería de Suparo y luego otra llamada La Flor de Parque Patricios, en cuya vidriera se exponía una curiosa escenografía lacustre con una cascada, ranas y tortugas. En la vereda opuesta se erigía un café, bar y restaurante conocido vulgarmente como La Tapada, donde supo actuar el llamado "papá del tango", Angel Villoldo. Su verdadero nombre y el motivo de su apodo se descubren recurriendo a una publicidad de los diarios sureños que rezaba textualmente, a modo de verso con evidentes limitaciones literarias: "su gran especialidad son ñoquis, ranas, ravioles. Más limpieza que en los soles, todo bueno de verdad. Cancha de bochas tapada que evita el sol y la lluvia. La casa más afamada es la Antigua Rinconada de Don Alejandro Rubia". Hacia el oeste logró sentar querencia la Fonda y Posada de Santiago Cartasso; su existencia se remonta a los orígenes de los mataderos.


La cantidad de sitios establecidos a lo largo de 125 años es enorme, pero de todos ellos han quedado fijados en la memoria lugareña el boliche de Pipotto (Rioja y Chiclana), los almacenes La Estrella y Giacobini (Rioja y Brasil), la lechería de Cueto (Caseros y Monteagudo), el Café de Benigno (Rioja 1920) y el restaurante 43, llamado así por la fábrica de cigarrillos homónima situada en Uspallata y Antofagasta (actual Juan Carlos Gómez).


A pesar del traslado de los mataderos a su ubicación actual en 1900, la populosa barriada continuó su crecimiento y se convirtió en un activo centro comercial e industrial del sector sur de la metrópolis. Los cafés y demás modalidades del ramo de la gastronomía continuaron existiendo, aunque su mención sería tan larga como imprecisa por los muchos que seguramente han quedado sepultados frente al paso ineludible de las décadas. Sin embargo, vaya el recuerdo de los señalados en esta entrada como homenaje a todos ellos.

Notas:

(1) La epidemia provocó la virtual huida de las familias que vivían allí hasta entonces. Paralelamente, en lo que hoy es el Parque Florentino Ameghino se instaló un cementerio "de emergencia" para sepultar a las víctimas de la fiebre amarilla, que en los días más severos del azote llegaban a 500 por jornada.
(2) En 1880, la zona de los corrales fue escenario de duros combates entre las fuerzas nacionales y las porteñas, durante el levantamiento revolucionario de Carlos Tejedor.
(3) La foto de la derecha al lado de la estampa de los duelistas pertenece al Archivo General de la Nación y muestra a una especie de "pulpería al paso" ubicada en la puerta de los corrales hacia 1899. Seleccioné su extremo derecho para agrandarlo y analizar algunos puntos interesantes que no se pueden observar en el formato pequeño.


Detrás de los personajes que parecen estar jugando a las cartas (todos de neto perfil gauchesco, bien alejado del estereotipo urbano de entonces) hay dos carteles señalados con el número 1 que rezan: "los cigarrillos argentinos han sido, son y serán los mejores", uno, y "el mejor cigarrillo a diez centavos", otro. Evidentemente tenían un buen efecto entre el público, ya que los individuos 2, 3 y 4 se encuentran fumando cada uno su ejemplar. El 2, además, está tomando mate con su otra mano.
(4) La palabra pastifasule deriva del italiano Pasta e Fagioli, que significa "pasta y porotos". Se trata de una antiguo plato campesino del sur de Italia, compuesto básicamente por los dos ingredientes mencionados además de caldo, ajo, cebollas y eventualmente alguna otra verdura. También llamada "sopa de los pobres", la preparación se caracterizaba por no tener carne, lo que le daba esa aureola humilde. En algunos dialectos meridionales de la península el vocablo se acerca mucho al pastifasule señalado por las crónicas locales hace más de 100 años. En Nápoles, por ejemplo, se lo llama pasta fasul, y en Sicilia pasta fasulu.



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