miércoles, 21 de diciembre de 2011

Cafés, Fondas, Boliches y Bodegones en La Boca

¿Por qué motivo - más allá de su propia historia - La Boca continúa siendo un lugar referencial de la ciudad de Buenos Aires? El escritor Abelardo Arias ha ensayado una suerte de explicación (1) al decir que "tuvo y tiene esa personailidad e individualidad de las zonas portuarias de cabotaje y pesca, o de amarre de cargueros de menor porte y calado (...) Toda la gente normal ha necesitado un día imaginar que podía evadirse, ir a comer a sus cantinas y restaurantes, probar toda la gama de pastas, pescados y mariscos preparados por la cocina italiana y también cantar al ritmo de acordeones y guitarras bajo decorados de redes, anclas, faroles y estrellas marinas"
Amén del magnetismo que producen tales imágenes, casi irresistibles para un pueblo compuesto mayormente por descendientes de inmigrantes llegados en barcos, lo cierto es que La Boca es uno de esos sitios que supo construir de manera callada una historia singular. Allí no ocurrieron batallas ni revoluciones (como sí las hubo en Barracas, Once o Parque Patricios, por ejemplo), ni tuvieron lugar grandes acontecimientos políticos que justificaran un renombre tan perdurable. Pero La Boca tiene precisamente eso, su magia, que nos llega desde el pasado para que imaginemos cómo era en sus buenos tiempos.


Desde el punto de vista que nos convoca en este blog, el barrio en cuestión supo ser un polo gastronómico singular por su variopinta composición de locales, integrada por todos los tipos posibles de comederos, cafés, prostíbulos, bailetines y peringundines imaginables. Nada sorprendente, por cierto, tratándose de un vecindario netamente portuario, como lo fue desde los tiempos de la colonia española hasta la década de 1960.
Xavier Marmier, un autor y viajero francés que visitó nuestras costas hacia 1850 (2) nos dejó un relato bastante descriptivo al respecto, especialmente en lo relativo a los fondines y pulperías que se encontraban en las cercanías de la boca del riachuelo. "Son pulperías construidas de madera, próximas a los ranchos de los peones y rodeadas de cercos de pencas", afirma. Y citando a la llamada La Gran Fonda de la Marina, continúa: "donde un cocinero francés guisa los corderos y los pollos con todas las regias artes". Otro relato, unos años más tarde, refiere lo siguiente respecto del ambiente ribereño de La Boca: "en las hosterías se come bien y se bebe mejor, desde luego más barato que en la ciudad" (3).


En las últimas décadas del siglo XIX, la explosión demográfica experimentada por Buenos Aires gracias a la inmigración tuvo mucha fuerza en el sitio de referencia, dado que allí se instaló una colectividad italiana (especialmente piamonteses, ligures y napolitanos) sumamente numerosa. Las crónicas de entonces hacen mención de la confitería de Sebastián Gambaudi, del café de Torres (un infiltrado galaico, por lo visto), del almacén y bar de Fieramosca, en la esquina de Almirante Brown y Olavarría, así como de los establecimientos de moral algo más cuestionable, como eran The Droning Maud (4), o el Café del Sur del "Tano Genaro" (5). En éstos no importaba tanto el tema gastronómico, sino el ambiente y la presencia del comercio sexual, mucho más activo en esos años de los que muchos pueden pensar hoy. Eso no significa que todo el mundo asistía allí con ese exclusivo fin, pero sí al menos para beber algo potente, divertirse al compás de alguna música y fumar cigarrillos y cigarros baratos pero fuertes.


La apertura del nuevo Puerto Madero entre 1889 y 1898 le quitó a la boca del riachuelo parte de su protagonismo, pero de todos modos siguió siendo un lugar de amarre para buques cargueros de porte pequeño y mediano, especialmente en el rubro de la lana y el tabaco (del lado de Avellaneda), los materiales de construcción (arena, cal), el carbón y otras mercaderías. La existencia de depósitos y algunas índustrias, tanto allí como en Barracas, mantuvieron el movimiento y la actividad por varias décadas más. Paralela y paradójicamente, la lenta pero inexorable desaparición del viejo ambiente marinero le dio, desde mediados del siglo XX, un renovado impulso a la actividad gastronómica y posteriormente a la turística, gracias a aquella antigua gloria (hoy desaparecida en el barrio) de la comida italiana rica y abundante.


Si bien es cierto que buena parte de esos locales tenían por objeto la diversión y daban de comer bastante mal, quien suscribe tiene plasmados en la memoria de su primera infancia algunos almuerzos y no pocas cenas en excelentes bodegones como Chiquito o La Barca de Bachicha, así como sus cazuelas de mariscos, sus arroces a la milanesa, sus gloriosos pescados fritos y sus pastas.
Hoy queda poco de aquel esplendor: sólo una pequeña fracción de la Vuelta de Rocha (6) y el célebre Caminito (7), con mucho colorido estridente, espectáculos para turistas y unos pocos locales con precios equiparables a Londres o Nueva York, aunque ya sin barcos, sin inmigrantes y sin cargas arribando a sus costas. Pero el viejo fantasma boquense sigue errando, o al menos es lo que siente el autor de este blog cada vez que se larga a caminar por esas viejas y queridas calles.

Notas:

(1) La frase de Arias data del año 1973, cuando los viajes al exterior no eran tan frecuentes y asequibles como hoy en día. Digamos que en la actualidad existen otras formas de evadirse.
(2) Autor del libro Buenos Aires y Montevideo en 1850.


(3) Hasta bien entrada la década de 1880, el barrio de La Boca era considerado un suburbio y estaba, en efecto, urbanísticamente separado de la ciudad por un amplio descampado. Para llegar a él había que ir por el denominado Cammin Vegïo (camino viejo en Genovés), es decir la calle Necochea, o bordear el Parque Lezama, doblar por la Punta de Doña Catalina (Paseo Colón y Martín García) y tomar por la actual Av. Almirante Brown.
(4) Legendario café y cabaret regenteado por Carolina Maud, una ciudadana norteamericana de color arribada a nuestro país hacia 1900. La negra Carolina, como la llamaban cariñosamente los parroquianos de su local (entre quienes figuraron Jack London y Eugene O'Neill), falleció en 1927.
(5) Sobrenombre popular de Genaro Espósito, un miembro de la legendaria "Guardia Vieja" del tango.
(6) La vuelta de Rocha se llama así debido a  la violenta curva que hace el riachuelo en ese lugar. El apelativo se remonta a los principios del siglo XIX por la denominación de una barraca situada en el paraje. Luego vienen otras dos "vueltas" del riachuelo: la de Badaracco (inmediatamente después de la de Rocha) y la de Berisso (poco antes del Puente Pueyrredón).
(7) No muchos saben que caminito fue un antiquísimo ramal ferroviario inaugurado en Octubre de 1865, desde la vías del Ferrocarril a la Ensenada hasta el puerto de La Boca. En 1922 fue desactivado, pero las vías permanecieron por muchos años y sólo fueron levantadas en 1959. Las siguientes son dos fotos de la misma sección de Caminito en 1940 y en 2010 (la segunda foto está sacada apenas unos pocos metros más atrás). Nótese la presencia de nuevas aberturas y modificaciones en la construcción de la izquierda, evidentemente hechas con posterioridad a la foto más vieja.


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