martes, 1 de noviembre de 2011

Viejos consumos en la literatura argentina: ginebra con bitter

La investigación histórica no es, como mucha gente piensa, una monótona rutina basada en la recopilación de datos. Bien al contrario, supone un dinamismo permamente en la tarea de darle forma a los hechos del pasado y tratar de disipar la niebla que suele ocultarlos. Y en el desarrollo de esa labor no faltan ciertos ingredientes detectivescos como "atar cabos sueltos", buscar pruebas documentales o verificar una fuente de información. Lo mismo sucede, desde luego, en el caso de los consumos, con el aditamento (y la complicación) de su escasa presencia en los principales testimonios bibliográficos del ayer.
Con todo, la lectura atenta e interesada de viejas obras literarias puede llegar a descubrir sutiles relaciones entre relatos de una misma época, capaces de reforzar cierta hipótesis o incluso, a veces, de confirmarla plenamente. Así, por ejemplo, la mención explícita del consumo de cierta bebida, alimento o tipo de tabaco en más de un relato y de manera cronológicamente paralela (es decir, en un mismo tiempo histórico), puede llegar a ser una prueba bastante fuerte de su existencia concreta, no sólo respecto a su ubicación espacial y temporal, sino también en lo que hace a su entorno social, cultural y humano.
En esta entrada nos vamos a ocupar de una mezcla de bebidas, trago, o "cóctel" que resultaba sumamente popular en la Argentina de las décadas de 1870 y 1880. Para ello citaremos un par de libros que, a pesar de sus diferencias conceptuales, tienen el mismo valor testimonial; uno desde el relato histórico, y otro desde la ficción costumbrista.


Manuel Prado (1863-1932) fue un militar argentino devenido luego en periodista y escritor. Una de sus obras más reconocidas es La guerra al malón, en la que vuelca sus recuerdos personales como bisoño oficial del Ejército de Línea en la entonces frecuente tarea de habitar los fortines ubicados en la frontera contra el indio, primero, y avanzar con las tropas en la "conquista del desierto", más tarde. Todo ello comienza una mañana de Mayo de 1877, en la que un Prado casi niño (13 años), ingresado a las armas por imposición de su padre, toma el tren que lo ha de llevar a Chivilcoy, junto a un alférez y un grupo de soldados, en la Estación del Parque (1), antigua cabecera en Buenos Aires del Ferrocarril Oeste.



Como rememora el autor, "en Merlo el tren se detenía un cuarto de hora. Bajamos del coche (2), según el alférez Requejo, para desentumir las tabas, pero en realidad era para meternos en la confitería.
- Vamos, amigo -dijo- a matar el gusano. ¿Qué toma usted?
Yo tenía un apetito de todos los diablos y le compré una empanada a una mulata que andába ofreciéndolas calientes y sabrosas por un peso. El Alférez llamó al mozo y le explicó lo que deseaba: una ginebra con bitter... para él. Para los milicos que estaban en el coche de segunda un vasito de caña con limonada, no muy lleno, porque podía hacerles daño. En seguida apuró la copa que acababan de servirle, la llevó a los labios y, volviendo a ponerla en la mesa sin tocarla, gritó:
- ¡Mozo! Tráigame un chorizo y un pan francés.
Y mirándome como si quisiera darme un buen consejo, prosiguió:
- Estos ginebrones suelen ser ariscos si se los monta en pelo... mejor es echar primero un poco de lastre en el estómago."



Este interesante y divertido relato de viaje se complementa con otra obra que analiza, de manera satírica, la vida porteña hacia 1880. Se trata de Cuadros de la Ciudad, de Fray Mocho (seudónimo de José Sixto Alzarez, 1858-1903), una verdadera radiografía descarnada (como lo son siempre, por definición, las radiografías, incluso las literarias) de las diferentes figuras humanas del Buenos Aires de entonces: el inmigrante, el "cajetilla", el estanciero venido a menos y muchos otros. Para ello recurre a cuentos breves, casi una serie de escenas teatrales o sketches donde los personajes dialogan y ponen en evidencia, a través del ridículo, todas sus flaquezas.



Una de esas historias es la de Robustiano Quiñones, un cómico personaje que pretende ocultar su magnética afición por la ginebra mediante diversas mezclas con otras bebidas, y éstas siempre en ínfimas proporciones. El personaje de marras asegura en un párrafo:
"- La ginebrita no parece mala... pero mezclada con este bitter plebeyo resulta una verdadera canallada, ¡una cañifla infame!"
"- Tómela sola, entonces", replica su interlocutor
"- ¿Yo? Pues no faltaría más. ¡Nosotros, los de mi casa, no tomamos jamás la ginebra sola, compañero, porque nos han dicho que es mala para el reumatismo..."
Y acto seguido declina la ingesta de su ginebra con bitter (con el vaso casi vacío), llama al mozo y lo instruye  para preparar un San Martín a la portuguesa de acuerdo con la siguiente receta: ginebra hasta completar el vaso y cinco gotas de Aperital, pero eso sí: tres chicas y dos grandes...

Notas:

(1) La Estación del Parque (ver foto más arriba) estaba ubicada en el solar que hoy ocupa el Teatro Colón y funcionó entre 1857 y 1882. De allí salían las vías por Plaza Lavalle, seguían luego por la arteria del mismo nombre (esa es la razón por la cual es más ancha entre Talcahuano y Callao), luego hacían curva y contracurva en lo que hoy es el pasaje Enrique Santos Discépolo (llamado entonces "curva de los olivos" o "del señor Bayo"), continuaban por Corrientes, doblaban en Pueyrredón y volvían a doblar hacia el Oeste en Plaza Miserere, donde se sitúa su actual terminal.
(2) Prado utiliza el término correcto para definir al vehículo de pasajeros en la jerga ferroviaria. De acuerdo a esa nomenclatura, vagones son los de carga y coches los de pasajeros.

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