miércoles, 23 de noviembre de 2011

La edad de oro de los puros argentinos 3

Nuestro asombro aumenta a cada paso de este breve estudio de la industria nacional de puros en la década de 1890 realizado por Juan Domenech en su Historia del tabaco, según hemos ido viendo en dos entradas anteriores. Y la cosa no termina allí. Bien al contrario, continúa la enumeración de las fábricas que en esa lejana época colmaban el mercado con sus productos hechos a mano a partir de los mejores tabacos argentinos (especialmente tucumanos y correntinos) y de Paraguay, Brasil y Cuba, entre otros.
"La Ciudad Condal", de A. Fuster y Cía, situada en Tucumán al 700, producía tabacos finos y eran famosas sus Brevas de La Condal, ocupando no menos de 70 u 80 operarios. "La Honradez", de don Fernando Camps, en 25 de Mayo a la altura del 250, producía imitaciones habanas y trabajaban unos 30 obreros. "
"La Sin Bombo", famosa y poderosa manufactura de los acreditados cigarrillos La Sin Bombo, Ideales y Sublimes, que tenía la marca de cigarros puros "El Globo", ocupaba en sus talleres de puros a 70 u 80 operarios. Su fabricante, don Juan Canter, aun conserva el prestigio de haber sido el primer tabaquero del país." (1)


"La Abundancia", la famosa fábrica de cigarrillos "Excelsior", que elaboraba cigarros imitaciones habanas muy finos, daba ocupación a unos 80 operarios, muchos de ellos procedentes de Cuba. "El Olimpo", del señor Santos Benítez, cubano, que elaboraba habanos de lujo, estaba situada en San Juan y San José y daba trabajo a unos 30 o 40 obreros, muchos de ellos de origen cubano y canario."
"La Habana", de Ibarra y Pagola, hacía puros habanos de calidad y ocupaba unos 40 obreros. Villalba Hnos, fábrica de los cigarrillos TeléfonoPierrot y Tómbola, situada en Flores, tenía su casa central en la esquina de Florida y Rivadavia, denominada "Cigarrería de Londres", también fabricaba puros especiales de tipo pequeño y empaquetado: "Cazadores", "Londrecitos", y daba trabajo en ese ramo a unos 50 obreros. "
"Cristóbal Colón", de don Pedro Cabrera, situada en la calle San Juan 1270, empleaba a unos 30 obreros cigarreros. Elías Pidal, en Méjico 1460, fabricaba cigarros de todo tipo y ocupaba unos 60 o 70 obreros. Juan López, fábrica de imitaciones habaneras, que estaba situada en San Juan entre Solís y Ceballos (2), ocupaba comunmente unos 40 obreros cigarreros".


"Nuestra memoria nos es infiel para recordar decenas de otras manufacturas de cigarros diseminadas por la capital, sus alrededores y en las ciudades del litoral (...) Entre éstas recordamos las de Peirano Hermanos, de San Nicolás, que ocupaba 70 u 80 obreros, o la firma Rebidiego (3), en Paraná, casa muy importante y de vasta producción de cigarros. Además, debemos agregar las fábricas de toscanos y otros tipos especiales como la manufactura de cigarros "Guazú", un tipo filipino, cuya casa estaba en la calle California y de la que era dueño Juan Otero, y otros talleres más que se han borrado de nuestra memoria".
¿Qué tal? La Argentina de fines del siglo XIX producía cigarros puros por millones, empleando a miles de personas y exportando buena parte de su prestigiosa producción de tipos locales e imitaciones habanas (4), hamburguesas, suizas, italianas, españolas, filipinas y vaya a saber cuántas más. Y siempre teniendo en cuenta, como aclaramos en la primera entrada de esta serie y como lo reconoce el propio autor, que se trata de una enumeración limitada por la memoria de Domenech, hombre de edad avanzada en 1940, cuando escribió el libro en cuestión.
Ahora bien, ¿qué paso con toda esa actividad? El mismo autor lo aclara bien, analizando los motivos que llevaron a la desaparición de tan vigorosa rama de la riqueza argentina. Pero eso... será en la próxima y última entrada de esta edad de oro de los cigarros patrios.

                                                       CONTINUARÁ...

Notas:

(1) Se refiere al primer tabaquero en escala industrial.
(2) De la lista de Domenech se deduce que los barrios que concentraban la mayor parte de las fábricas eran los actuales San Cristóbal y San Nicolás
(3) En realidad es "Reviriego", la cigarrería y fábrica de cigarros más importante de Paraná en aquellos años, ubicada en la esquina de Urquiza y Buenos Aires . Próximamente vamos a hacer una entrada especial sobre el tema, ya que su propietario, Antonio Reviriego, fue el desafortunado protagonista de un sonado y misterioso caso policial en las primeras décadas del siglo XX.
(4) El libro Tabaco en la periferia, de Jean Stubbs (La Habana, 1989), presenta algunas estadísticas de fines del siglo XIX que demuestran que la Argentina era un importante comprador de tabaco cubano en rama para manufactura de cigarros. Es muy atinado pensar que con esa materia prima se elaboraban los buenos "habanos" argentinos mencionados en la reseña.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Las bodegas perdidas de Escobar y Quilmes 1

Mucha gente escuchó hablar de los "vinos de la costa" y de otras rudimentarias iniciativas viñateras en los alrededores del la ciudad de Buenos Aires. Pero pocas personas saben que hace un siglo se habían establecido allí importantes emprendimientos, cuyos productos llegaron a ser muy exitosos (1). En ese contexto, no fueron pocas las publicaciones que dieron cuenta de los quehaceres vínicos con un alto grado de detalle. Una de ellas fue el lujoso libro "La Vitivinicultura Argentina en 1910", editado por el Centro Vitivinícola Nacional; un verdadero catálogo en donde aparecen las empresas más destacadas del país con descripciones minuciosas, fotos, cuadros y estadísticas que ayudan a comprender la dinámica del sector dentro del adecuado marco temporal. A través de sus páginas abundan las curiosidades para la sorpresa y el descubrimiento, pero una de las mayores consiste en la sección dedicada a la provincia de Buenos Aires, orientada principalmente a los partidos del conurbano y con particular énfasis en las cuatro firmas de mayor prestigio: la bodega Franklin del Dr. Barroetaveña (2) y los establecimientos de Tomás Márquez, Andrés Rosso y David Spinetto. Como veremos seguidamente, los vinos que producían no sólo eran exitosos y reconocidos, sino que lograban generar muchas expectativas sobre el futuro de la industria en esa zona del país.


El análisis de la centenaria publicación  permite inferir que la bodega Franklin era las más importante y prestigiosa en la zona norte aledaña a la Ciudad de Buenos Aires. Propiedad del Doctor Francisco Barroetaveña, destacado político y senador nacional, se ubicaba "muy próxima a la estación Escobar y a una hora de tren de la Capital Federal", y contaba con 41 hectáreas de viña de variedades europeas injertadas sobre pies americanos de Riparia Gloire. Resguardado por un cerco, el rectángulo de 500 x 830 metros de viñedo estaba dividido en cuatro secciones por calles arboladas, separadas a su vez en cuatro cuarteles cada una. El abanico de cepas, según la nomenclatura de 1910, se componía en su mayor parte de "Chasselas, Faloux, Valenciana, Luenga, Franckenstal y Matilde", para uva de mesa, y "Nebbiolo, Malbeck, Lambrusco, Vermeil, Barbera, Malvasía y Freisa", para uva de vino, con una participación de 25 y 75 por ciento, respectivamente, sobre el total de la plantación. A la hora de vinificar el establecimiento tenía todo lo necesario para cumplir con los más altos estándares de calidad requeridos hace un siglo. El edificio, "muy apropiado, con paredes gruesas de mampostería, pequeñas ventanas de ventilación y amplio sótano", cobijaba grandes cubas de roble para la fermentación, pipones y otros envases del mismo material, así como una maquinaria completa que incluía moledora, bomba, prensa, refrigerante, vaporizadores y hasta un aparato pasteurizador. La capacidad anual de producción era de mil quinientas bordalesas de vino (unos 300.000 litros), que se vendía entre 30 y 35 centavos el litro "en casco puesto en Retiro". El costo de los vinos comunes y del "Generoso Malvasía" era de 80 pesos el barril, y la venta de los embotellados se hacía por "cajón"  (12 unidades) a un valor 7 pesos para el de mesa y 10 pesos para el Malvasía.


Tomás Márquez, otro hombre político, industrial y legislador bonaerense que hoy da nombre a una de las principales arterias del partido de San Isidro, era al mismo tiempo dueño de una propiedad de mil hectáreas que el catálogo de 1910 sitúa "en las inmediaciones del pueblo de Escobar". En este caso, se trataba de una explotación absolutamente mixta que incluía ganadería, fruticultura, cultivos generales (maíz, alfalfa, avena) y vitivinicultura, con un pequeño sector dedicado al tambo. Aquí, el primer dato interesante es que la uva "americana", "Isabella" o "chinche", como se la prefiera llamar, no estaba del todo mal considerada en aquel entonces. De esa variedad era toda la extensión del viñedo de Márquez, consistente en 30 hectáreas plantadas en 1895 con una densidad que, quizás por error de los autores, alcanza un valor asombroso: 30.000 plantas por hectárea. El relato pormenorizado nos habla de un cultivo "alambrado todo con cuatro hilos" y de un notable desarrollo de las cepas. La bodega, "modesta si se quiere", tenía una capacidad operativa de 160.000 litros y contaba con cubas de roble de 1.000 a 3.000 litros, así como secciones para la fermentación, conservación, filtro y rectificación con alambique. Sus productos, no obstante esa modestia y el hecho de ser vinos "chinches", gozaban de éxito en un amplio mercado que comprendía Baradero, Campana, Ramallo, Caseros y la misma Capital Federal, "donde cuenta con clientes arraigados",  capaces de pagar "no menos de 30 centavos el litro" por los caldos en cuestión. La presentación de la bodega termina con una breve reseña de su ilustre dueño, nacido en San Fernando, "que cuenta actualmente con 55 años de edad y goza de la totalidad de las simpatías vecinales".

                                                       CONTINUARÁ...

Notas:

(1) Artículo publicado en la revista El Conocedor # 58, Agosto de 2009.
(2) Esta firma era ampliamente reconocida en la época y aparece en otras reseñas sobre la industria del vino argentino, inlcuso como una referencia internacional. Una de ellas es el libro La Vigne en Argentine, del experto francés Louis Ravaz, editado en París en 1916.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Un menú de lujo para la fundación de La Plata

Los acontecimientos políticos y militares de Julio de 1880 concluyeron con la derrota por las armas del gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Carlos Tejedor, a manos del flamante presidente electo Julio A. Roca. El estado provincial se quedaba entonces sin su capital histórica, la ciudad de Buenos Aires, que fue federalizada por ley del 20 de Septiembre del mismo año. Finalmente, en Mayo de 1881, el nuevo gobernador democrático Dardo Rocha y su gabinte se abocaron a la tarea de emplazar una nueva ciudad capital. Luego de estudiar varias propuestas (que incluían la posibilidad de utilizar para ese fin ciudades ya existentes, como Azul, Mercedes o San Nicolás), la balanza terminó inclinada hacia la construcción de una nueva metrópolis, desde sus cimientos, en un paraje totalmente agreste, situado a 60 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, en la antigua comarca de los "Altos de la Ensenada" y muy cerca de la pequeña localidad de Tolosa, fundada en 1872.
La monumental obra comenzó con un acto celebratorio de la colocación de la piedra fudamental, llevado a cabo el 19 de Noviembre de 1882. Para ello fueron invitados altos funcionarios nacionales y provinciales, los ingenieros responsables de las incipientes obras, la prensa  y el pueblo en general, que llegó al lugar en un ramal ferroviario tendido de apuro entre Ensenada y Tolosa. Desde allí, carruajes para los más importantes y caminata para el resto. Las fotos de ese día muestran a la concurrencia arribando al lugar de los actos por senderos marcados con banderas, ya que las calles aún no habían sido trazadas.


Para la masa de público "raso" (alrededor de 3000 personas) estaba pensado un gigantesco asado al aire libre que se arruinó por causa del calor, y hubo que recurrir a "fiambres y dulces" para aplacar la ansiedad de los hambrientos asistentes. Muy distinta suerte tuvieron los invitados especiales (unos 200), que fueron atendidos y servidos dentro de un pabellón especial construido para la ocasión en lo que hoy es la Plaza San Martín. Allí pudieron disfrutar de un menú al más puro estilo francés que incluía todo tipo de platos fríos y calientes, postres, helados y café, amén de los vinos y licores servidos en cada paso, cuya nomenclatura impresiona por su jerarquía. Es posible hallar numerosas fotos del pabellón de marras en su parte externa y de los festejos de ese día en general, pero la única imagen existente del selecto almuerzo (posiblemente las fotos de interiores amplios resultaban muy difíciles de sacar en ese entonces) es tan difusa como interesante.



Aun se conserva en el mueso Dardo Rocha de La Plata un original del formidable menú en cuestión. La copia en manos de quien suscribe está obtenida de un libro de historia y no es muy clara, por lo que a continuación paso a transcribirlo haciendo las debidas salvedades cuando alguna parte del texto (que además está en francés, idioma que domino muy rudimentariamente) no es legible. Las partes en negrita, imprenta (para los vinos) y cursiva, así  como la disposición de las diferentes columnas y renglones, respetan el original. (1)

MENU

Hors d´ xxxxx (ilegible) assortis
Potages
Moe Tortue , xxxxxx (ilegible) au vin - JEREZ
Retevé
Poularde a la anglaise - CHATEAU LAFITTE (2)
Poissons
Filet de Pescarey a la tártare - CHATEAU D´YQUEM
Entrées
Bouchées d´huitres
Cotelettes d´agneau Vileroy aux petit pois
Filets de Boeuf sauce madera - BOURGOGNE
Mayonaise d´xxxxx (ilegible)
Porch a la Romaine
Froids
Gelatine truffée a la gelée
Rotis
Dinde et jambon de York - CHAMPAGNE: V. CLICOT (3), L. ROEDERER
Legumes
Artichauts Barigoule
Entremets
Pudding de gabinet, Charlottes Russes
Gelees
Marasquin, Fraises - OPORTO
Desserts assortis
Frutis, Fromage frappé de creme a la vainille
Café, Chartreuse, Cognac

Ahora bien, cabe preguntarse, ¿cómo hizo el equipo de cocina para arreglárselas con cuestiones como el calor, el transporte y la falta de agua corriente, entre otras? Casi 130 años después todavía nos impacta la variedad de platos complejos servidos durante un banquete para 200 personas, nada menos que en un lugar que puede perfectamente definirse como "el medio del campo", puesto que lo era en ese momento, tal como lo demuestran las fotos del evento. Más impactante resulta la lista de vinos y bebidas servidos, con la presencia de algunas marcas francesas mitológicas.



Los interrogantes siguen surgiendo sin cesar, pero sería muy largo ponerse a analizar cada uno. A modo de ejemplo: ¿serian cocineros franceses los responsables del menú? Esto es muy probable. ¿Serían esos platos fieles a las recetas tradicionales galas? Esto es menos probale, dada la segura presencia de ingredientes vernáculos (dudo mucho que trajeran el pescado y la carne desde Francia) y la aparente invención de neologismos como "pescarey" (la tipografía es perfectamente clara allí), palabra que no existe en el idioma original y que habrá sido creada para definir de modo "afrancesado" algo que probablemente fuera pejerrey. También causa sorpresa la sopa de tortuga, un plato realmente exótico en nuestros tiempos, pero quizás no en la década de 1880.
En fin, lo lindo es poder repasar estas curiosidades poco conocidas de momentos tan trascendentes de la historia argentina.

Notas:

(1) Con mis limitaciones, la traducción aproximada sería la siguiente. Sopas: tortuga tiernizada al vino. "Retevé" (?): gallina a la inglesa. Pescados: filet de pejerrey a la tártara. Entradas: bocados de ostras, chuletas de cordero con guisantes, bife de buey a la salsa de Madeira, mayonesa, puerco a la romana. Fríos: gelatina "salpicada" de mermelada. Asado: pavo y jamón de York. Verduras: alcauciles Barigoule. Postres: budín, charlottes rusos. Helados: marrasquino, fresas. Postres surtidos: frutas, queso frio de crema a la vainilla (¿tal vez una especie de cheesecake?). Café, Chartreuse (licor), Cognac.



(2) Textual con error, es Chateau Lafite
(3) Textual con error, es Veuve Clicquot                             

martes, 8 de noviembre de 2011

Historia de los toscanos Avanti 1

Los comienzos del siglo XX encontraron a la Argentina en una situación de profundas transformaciones económicas y sociales. Mientras el país se consolidaba como un exportador de productos agrícolas y ganaderos, grandes masas de inmigrantas llegaban a estas costas en busca de un porvenir. Para ese entonces, casi la mitad de la población total estaba compuesta por extranjeros, pero esa cifra superaba el 50% en la ciudad de Buenos Aires y otras urbes como Rosario o Bahía Blanca. Y dentro de la multiplicidad de nacionalidades que formaban el esperanzado grupo humano que diariamente hacía su arribo al puerto de Buenos Aires, la italiana ganaba cómodamente en número. En efecto, desde la década de 1880, la colectividad peninsular era la más importante en nuestro territorio, con presencia masiva tanto en las colonias y pueblos del campo como en las grandes ciudades.
En forma paralela, algunas empresas del mismo origen desembarcaron aquí con el propósito de encarar actividades de diversa índole. Si bien la radicación del capital italiano estaba muy lejos de igualar a los de otras procedencias, como los poderosos capitales ingleses y franceses, tuvo su representación en varios emprendimientos que hicieron historia en diferentes rubros de la producción y el comercio. Una de ellas fue la Compañía Introductora de Buenos Aires (CIBA), que se dedicó específicamente al ramo de la sal (bajo la marca aún vigente Dos Anclas), los textiles y el tabaco. Siguiendo esa corriente, en 1902 abrió sus puertas la fábrica de toscanos "Avanti" en el barrio porteño de Villa Urquiza, exactamente en la calle Guanacache (actual Roosevelt) 5621; era una enorme instalación que ocupaba toda una manzana empleando a 1500 personas en distintas actividades que incluían la recepción del tabaco (1), el secado (2), el despalillamiento, el armado y el embalaje con vistas a la comercialzación.


La marca alcanzó un éxito casi inmediato entre la colectividad italiana y también entre los fumadores argentinos. Desde hacía algunos años, la otrora floreciente industria de los puros estaba en franca debacle y es lógico suponer que las alternativas disponibles en el mercado se habían reducido drásticamente. Por eso, el lanzamiento del tipo de cigarro más popular en Italia, a un precio muy accesible y con un número de potenciales consumidores que se contaba en millones fueron las claves de semejante suceso.
Un gran incendio destruyó la fábrica en el año 1909 (3), pero tal era el empuje y las perspectivas de crecimiento del negocio que el edificio se reconstruyó totalmente en pocos meses. Para la década de 1920, Avanti era la marca de toscanos, y de cigarros en general, más famosa del país. Sus productos se vendían profusamente en Buenos Aires y todo el interior, además de llegar a los países vecinos (4), gracias a una amplia campaña de publicidad en la calle y los medios gráficos. Los toscanos Avanti aparecían vistiendo el frente de los tranvías y en carteles de todo tipo, además de ilustrar las páginas de diarios y revistas.



Mientras esto sucedía en Buenos Aires, la CIBA iniciaba a fines de la década de 1910 una fuerte campaña de colonización y desarrollo de plantaciones tabacaleras en la provincia de Misiones. El tabaco típico del auténtico toscano italiano es el del tipo Kentucky, abundante entonces en los tabacales de Estados Unidos y también en la propia Italia, pero prácticamente inexistente en nuestro país. Evidentemente, la firma tenía entonces un marcado interés por acercar su producto lo más posible al genuino sabor itálico. Un caso que hace las veces de ejemplo de esta situación, entre tantos otros (5), es el de la colonia San Alberto, en Misiones, donde la CIBA comenzó sus cultivos experimentales de tabaco Kentucky bajo la supervisión de especialistas traídos especialmente de USA, aunque los resultados exitosos tardarían mucho en desarrollarse. Mientras tanto recurría mayormente a la variedad llamada Criollo Misionero, un tabaco negro de sabor rústico pero suficientemente contundente para satisfacer a los curtidos fumadores de su exitosa marca. Algunos registros de la época calculan la venta de "Avanti" en 20 millones de unidades hacia el año 1925, y el crecimento de la demanda no se detenía...

                                                                  CONTINUARÁ...

Notas:

(1) No hay dudas de que la CIBA se surtió de tabaco misionero desde la década de 1910 hasta la desaparición de la fábrica Avanti a fines de la década de 1950, pero resulta una incógnita saber cuál era el origen de la materia prima en sus primeros años, al menos hasta 1915, ya que no había tabacales en una provincia de Misiones aún inhóspita, poco conocida y mucho menos colonizada. ¿Sería de Tucumán, de Corrientes, de Paraguay, o acaso un mix de todos ellos? ¿Se importaría tabaco de Brasil, que era un gran proveedor de la industria nacional? Es un punto que estoy tratando de investigar.
(2) y (3) Una crónica periodística de ese tiempo asegura que el incendio de 1909 se originó en el sector de "secado" del tabaco. Y aquí surge otro interrogante: ¿se tostaría el tabaco a fuego y humo de leña en los primeros tiempos, tal como se hace con il vero toscano? La hipótesis no es descabellada si tenemos en cuenta el interés de la CIBA por "italianizar" el estilo de sus cigarros y el hecho de que (también según testimonios de la época) gran parte de los empleados eran italianos, quizás conocedores del proceso de fabricación en su país natal.
(4) En el mensuario estudiantil uruguayo "Renacimiento" de fecha septiembre de 1924 aparece un aviso de toscanos Avanti y su importador exclusivo Jaime Marques.
(5) La cantidad de pueblos, aldeas y colonias misioneras en donde la CIBA producía o compraba tabaco era ciertamente grande. San Alberto es sólo un ejemplo entre tantos, como Wanda, El Dorado y otros muchos.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Carlón, Carlín y Carlete

En la entrada inaugural de Consumos del ayer nos referimos al extraordinario libro de José Antonio Wilde, "Buenos Aires, desde 70 años atrás". Y volveremos a él en numerosas oportunidades, ya que esa obra representa uno de los pocos relatos históricos sobre las costumbres de la ciudad en los lejanos tiempos posteriores a la Revolución de Mayo, con muchas reseñas relacionadas con nuestros temas de interés. Una de ellas, por ejemplo, es la que habla de los establecimientos gastronómicos de la época, reducidos a un escaso número de hoteles con salón comedor (cita los de Faun, Keen y Smith, lo que también es señal del monopolio extranjero, y no precisamente español, en los comercios del ramo) y a los bodegones, fondines y fondas existentes en la pequeña y tranquila metrópoli de aire todavía colonial.


De éstos últimos sitios señala la Fonda de la Ratona, en la calle Cangallo, para luego describir el ambiente de tales lugares, con un fuerte hincapié en las dudosas condiciones de higiene reinantes en pisos, manteles y vajillas. Y continúa: "el menú no era muy extenso, ciertamente; se limitaba generalmente en todas partes a lo que se denominaba comida al uso del país: sopa, puchero, carbonada con zapallo, asado, guisos de carnero, de porotos, de mondongo, albóndigas, bacalao, ensalada de lechuga y poca cosa más; de postre orejones, carne de membrillo, pasas y nueces, queso (siempre del país) de inferior calidad".



Luego viene el tema del vino, del que vale la pena hacer algunas aclaraciones previas. Muchas veces, por falta de seriedad y rigor investigativo, se ha dicho que el único carlón que se consumía en Argentina era el español, cuando en realidad la palabra carlón definía a un tipo de vino tinto oscuro y pesado (para los parámetros de la época), que fue importado de la madre patria en exclusividad hasta los tiempos de la independencia. Más tarde, desaparecidas las trabas al cultivo de vides y producción de vinos en el ámbito local, un tipo similar comenzó a elaborarse en las provincias de Cuyo, que lentamente fue desplazando al antiguo carlón español, no obstante su subsistencia entre las importaciones hasta la década de 1880. Posteriormente, y como suele suceder con cualquier artículo de consumo popular, su nombre continuó sirviendo para rotular productos completamente alejados de la versión original. Sin ir más lejos, los argentinos memoriosos recordarán al Carlón Casa de Troya de la década de 1970, el cual, más allá del nombre, de carlón no tenía nada.



Precisamente, Wilde cuenta una graciosa anécdota sobre un fondero llamado Ramírez, que tenía su modesto local haciendo cruz con el Teatro Argentino, en Cangallo y Reconquista. El vino que daba era carlón, pero algunos parroquianos quisieron variar y el hombre tuvo que arreglárselas para satisfacer ese deseo. Así un día anunció con mucho aplomo que tenía en su fonda tres clases de vino: carlón, carlín y carlete. El secreto, por supuesto, era la mayor o menor cantidad de agua que agregaba al carlón verdadero.
Parece ser que la broma fue muy bien recibida, y que a partir de entonces los clientes comenzaron a consumir las tres "variedades"...

viernes, 4 de noviembre de 2011

La edad de oro de los puros argentinos 2

Continuando con el análisis de la historia en esa época situada cronológicamente entre 1880 y 1890, cuando la industria argentina de puros estaba en su apogeo, salta a la vista no solamente la cantidad de establecimientos del ramo y su envergadura, sino también la jerarquía de su producción en cuanto a variedad, calidad y precios. Había entonces una oferta generosa de cigarros nacionales, desde las imitaciones habanas hasta los toscanos, pasando por puros que emulaban a los holandeses, españoles y demás, hechos con tabacos en rama tanto importados como argentinos.
Sin perder la correlación del relato de Juan Domenech en su Historia del tabaco, el autor continúa recordando a "La Manufacturera Argentina de Tabacos", sociedad anónima que estaba situada en Buen Orden (hoy Bernardo de Irigoyen) entre Venezuela y Méjico; gran fábrica de la que era gerente el conocido industrial don Julio Nogués, daba ocupación a no menos de 600 operarios cigarreros de hoja. "La Bella Porteña", de don José Varela, se dedicaba a cigarros de diversas calidades, dando ocupación a unos 400 obreros."
"Manufactura Rivadavia" del señor Prando (1) casa importante que explotaba la marca de su nombre, que fue de gran consumo, daba trabajo a no menos de 500 operarios. "La Balanza", de Antonio Alfonsín, situada en la esquina de Buen Orden y Alsina, fabricaba exclusivamente cigarros y vendía ramas, ocupaba a unos 50 operarios."

"Martín Fierro", famosa manufactura de don Eliseo Pineda (2), con local propio en la calle Sarmiento 1346, ocupaba a no menos de 200 obreros de cigarros finos y de tipos medianos; fábrica que inició el trabajo a domicilio dando así ocupación a muchas decenas de obreros a los que compraba su producción casera. "La Proveedora" era la mayor casa del país en tabacos elaborados; además de sus picados y cigarrillos famosos La Proveedora N°1 y N°2 fabricaba cigarros de hoja, ocupando varios cientos de obreros y obreras; esta casa ocupaba el actual gran edificio de Bartolomé Mitre y Carlos Pellegrini."
"Antonio Peco, conocido fabricante de damitas, rabillos y productos de pacotilla daba trabajo a no menos de 40 o 50 obreros. "La Comercial", de don José María Suárez, situada en la calle Lima 1170, cigarrería por mayor y fábrica de cigarros, donde regularmente trabajaban 70 u 80 obreros. "La Luz de la Esperanza", de don Antonio Domínguez, situada en la calle Chile al 1300, de elaboración mediana, ocupaba a unos 40 o 50 obreros y se caracterizaba por ser una especie de escuela del oficio; allí fui a aprender a liar cigarros cuando apenas tenía 11 años (3); de esta casa salían anualmente más de 200 obreros que luego trabajaban en diversas fábricas."

"La Meridiana", de Eusebio San Marco, modesta casa que producía imitaciones holandesas y hamburguesas, situada en Matheu 52, ocupaba regularmente a unos 40 o 50 obreros."
La larga lista de establecimientos reseñados por Domenech no se agota en los mencionados, y la continuaremos en una entrada posterior, para luego dedicarnos de lleno, en una última parte, a las causas que produjeron el derrumbe de tan próspera industria durante las primeras décadas del siglo XX. Y una vez más cabe sorprenderse por la dimensión de la actividad en esos años, dado que los establecimientos más "modestos" contaban con no menos de una cincuentena de trabajadores. ¿Quién puede imaginar tal cosa hoy en día?

                                                                    CONTINUARÁ...

Notas:

(1) Hace poco tiempo encontré, en un sitio de remates de Internet no muy conocido, cierta oferta por una vieja caja de madera (vacía, desde ya) de cigarros Rivadavia. Por supuesto, y muy a mi pesar, el artículo había sido vendido hacía bastante tiempo. La imagen que ilustraba esa venta era muy pequeña, pero igualmente la salvé y guardé para este blog y la pongo aquí a título de curiosidad. No tengo la certeza de su antigüedad, pero es bastante razonable ubicarla a fines del siglo XIX o principios del XX. Los cigarros Rivadavia aparecen también en un libro contable de stock de artículos para los coches comedores del Ferrocarril del Sud del año 1898, del que ya nos ocuparemos próximamante (aquello de "atar cabos sueltos...")
(2) Hay un interesante catálogo de fabricantes argentinos de cigarrilos desde 1885 hasta hoy en la web del CPCCA (Cigarette Pack Collectors Club of Argentina). Allí se observan varios de los nombres mencionados por Domenech, ya que numerosos establecimientos elaboraban tanto puros como cigarrillos. También allí se puede seguir la evolución de ciertas marcas y empresas a través de los años. El enlace es el siguiente: http://www.cpcca.com.ar/cma/fab/FAB.HTM
(3) Exactamente el año 1893.

Cafés, Fondas, Boliches y Bodegones en el Paseo de Julio

Aunque era bien diferente a la ajetreada avenida Leandro N Alem de nuestros días, el denominado Paseo de Julio se constituía como una de las principales calles de Buenos Aires en la década de 1880. Difícil nos resulta hoy imaginar la apariencia de aquel singular entorno, empezando por la carencia total de construcciones en su lado este, ya que allí se ubicaba el mismísimo Río de la Plata, lo que convertía al paseo en una arteria ribereña. Recién hacia finales del decenio al que nos referimos comenzó la construcción del Puerto Madero con sus docks, sus depósitos, sus pescantes y sus extensiones de terreno ganadas al curso fluvial más ancho del mundo, alejando para siempre a los porteños de toda visión costera desde las inmediaciones de la Plaza de Mayo.
En ese tiempo la calle en cuestión bullía de actividades comerciales relacionadas con la hotelería y la gastronomía, gracias a su emplazamiento en la zona de desembarco de pasajeros (el llamado "muelle de pasajeros" se encontraba allí mismo, a la altura de la actual calle Sarmiento) y en forma paralela a la Estación Central, desde donde salían trenes para casi todos los destinos de la época alcanzables por ese medio, tanto hacia el norte como hacia el sur (1)


Una enumeración de los locales gastronómicos del Paseo de Julio en 1885 permite observar la notoria proliferación de cafés, boliches, fondas y bodegones. Los primeros, además, solían ofrecer alguna actividad accesoria como billares, tiro (con polígonos en el fondo) y "casas de tolerancia", que era un eufemismo para referirse a la prostitución lisa y llana. Nada de ello debe sorprendernos, puesto que tanto la portación y uso de armas como el "oficio más antiguo del mundo" eran dos actividades absolutamente legales en el lejano ayer, siempre y cuando se observaran ciertas normas que reglamentaban su práctica. Vale una aclaración respecto a la nomenclatura de los establecimientos: el café se distinguía del resto porque expendía casi exclusivamente infusiones y bebidas, mientras que los demás se ocupaban mayormente de dar de comer. La diferencia, a su vez, entre fonda, boliche y bodegón se basaba en su tamaño, importancia y categoría, de menor a mayor respectivamente. La fonda era el local básico de comidas, con un número muy acotado de platos para elegir. El boliche era algo parecido, pero con un poco más de variedad, mientras que el bodegón hacía las veces de lo que años más tarde -inmigración italiana mediante- se llamó cantina, dotado de una carta de comidas y vinos sustancialmente superior en alternativas y calidad.
La siguiente es una lista (abreviada) de esos lugares obtenida de una guía de viajeros del año 1885 (2)

Altura     Titular                             Tipo                                       Altura Alem hoy

s/n         Arnald Valanche          Confitería Estación Central  FFCC       0/100 
54         Sebastián Comas         Café                                                     126
56         José Osiliche                Café                                                     130
96         Luis Magiola                  Café y hotel Torino                              198
154       Jorge Gibson                Café                                                     292
208       Juan Papone                 Café y Fonda                                       374
228       Bernardo Dennis           Café, Tiro y Despacho de bebidas       404
230       Petrona Mateo              Café y Casa de Tolerancia                    408
296       María Marchal              Café y Casa de Tolerancia                    524
300       Rosa André                  Café y Casa de Tolerancia                    530
209 (3)     Manuel Vázquez         Boliche                                                  713 (4)
215 (3)     José de la Fuente       Boliche                                                 721 (4)
251 (3)     Jose Fernández          Bodegón                                              755 (4)

        
De este extracto (la lista completa es mucho más larga, con neto predominio de los cafés) surgen algunos datos interesantes. En primer lugar, el monopolio femenino en lo que hace a la titularidad de las "casas de tolerancia". En segundo, y teniendo en cuenta nuevamente que sólo he citado algunos ejemplos seleccionados, el abigarrado concepto de ubicación de una miríada de locales similares en una misma cuadra. Sin embargo, resulta lógico inferir que se trataba de un negocio floreciente, teniendo en cuenta que las actividades de esparcimiento de entonces se limitaban a los paseos al aire libre, si el tiempo lo permitía, especialmente para las familias. Pero para los hombres solos (verdadera multitud en esos años debido a la inmigración), el café, la copa, el tiro al blanco o el sexo pago eran actividades casi obligadas, y el Paseo de Julio el mejor lugar para ir a buscarlas.

Notas:

(1) Vale la pena detenerse en las fotos incluidas en esta entrada. La primera muestra el Muelle de Pasajeros alrededor de 1880. En la segunda se observa una excelente vista del Paseo de Julio hacia el norte, o sea hacia Retiro, con la Estación Central en primer término. La foto fue posiblemente tomada desde la Aduana de Taylor, pero sin dudas varios años más tarde que la primera (circa 1886 o 1887), ya que se alcanza a ver el incipiente relleno del río como parte de las obras iniciales del Puerto Madero. La tercera imagen, en cambio, con vista hacia el sur y tomada más o menos desde la actual Sarmiento, es mucho más antigua (1867). Por tal motivo la Estación Central aún no existe (se emplazó allí en 1873) y la construcción al final de la calle es todavía el viejo fuerte de la época colonial  que hacía las veces de Casa de Gobierno, demolido por Roca en 1882. Pero el dato más interesante de la toma, que lamentablemente no se puede ver en toda su nitidez -quien suscribe ha visto y analizado esta misma foto muchas veces con mejores resoluciones- es que luego del edificio alto en el extremo derecho viene una bocacalle (la actual Perón) y detrás se observa un pequeño comercio en la esquina, cuyo borde lateral se ve surcado por una inscripción en forma semicircular, que dice "cigarrería". Al menos para mí, es el testimonio fotográfico más antiguo de ese tipo de comercios en Buenos Aires, que tanto nos interesan en este blog.
(2) Vuelvo a insistir sobre la abreviación a título sólo ilustrativo: la lista original presenta 29 comercios. Este autor pide además disculpas por la falta de alineación de las columnas, pero era la única manera de hacerlo y el sistema no permite corregirlo.
(3) La numeración de esa época no siempre era correlativa. Evidentemente, después de su intersección con la actual calle Tucumán descendía otra vez. Esta caótica situación era muy común y se corrigió, como ya hemos señalado en alguna otra entrada anterior, en 1893.
(4) Hasta la actual Tucumán no existía más que vereda izquierda puesto que, según dijimos, del otro lado estaba el río. A partir de esa altura hasta Retiro la costa se alejaba un poco y por esa razón allí sí existían algunas construcciones sobre el costado este, derecho o vereda impar de hoy.

martes, 1 de noviembre de 2011

Viejos consumos en la literatura argentina: ginebra con bitter

La investigación histórica no es, como mucha gente piensa, una monótona rutina basada en la recopilación de datos. Bien al contrario, supone un dinamismo permamente en la tarea de darle forma a los hechos del pasado y tratar de disipar la niebla que suele ocultarlos. Y en el desarrollo de esa labor no faltan ciertos ingredientes detectivescos como "atar cabos sueltos", buscar pruebas documentales o verificar una fuente de información. Lo mismo sucede, desde luego, en el caso de los consumos, con el aditamento (y la complicación) de su escasa presencia en los principales testimonios bibliográficos del ayer.
Con todo, la lectura atenta e interesada de viejas obras literarias puede llegar a descubrir sutiles relaciones entre relatos de una misma época, capaces de reforzar cierta hipótesis o incluso, a veces, de confirmarla plenamente. Así, por ejemplo, la mención explícita del consumo de cierta bebida, alimento o tipo de tabaco en más de un relato y de manera cronológicamente paralela (es decir, en un mismo tiempo histórico), puede llegar a ser una prueba bastante fuerte de su existencia concreta, no sólo respecto a su ubicación espacial y temporal, sino también en lo que hace a su entorno social, cultural y humano.
En esta entrada nos vamos a ocupar de una mezcla de bebidas, trago, o "cóctel" que resultaba sumamente popular en la Argentina de las décadas de 1870 y 1880. Para ello citaremos un par de libros que, a pesar de sus diferencias conceptuales, tienen el mismo valor testimonial; uno desde el relato histórico, y otro desde la ficción costumbrista.


Manuel Prado (1863-1932) fue un militar argentino devenido luego en periodista y escritor. Una de sus obras más reconocidas es La guerra al malón, en la que vuelca sus recuerdos personales como bisoño oficial del Ejército de Línea en la entonces frecuente tarea de habitar los fortines ubicados en la frontera contra el indio, primero, y avanzar con las tropas en la "conquista del desierto", más tarde. Todo ello comienza una mañana de Mayo de 1877, en la que un Prado casi niño (13 años), ingresado a las armas por imposición de su padre, toma el tren que lo ha de llevar a Chivilcoy, junto a un alférez y un grupo de soldados, en la Estación del Parque (1), antigua cabecera en Buenos Aires del Ferrocarril Oeste.



Como rememora el autor, "en Merlo el tren se detenía un cuarto de hora. Bajamos del coche (2), según el alférez Requejo, para desentumir las tabas, pero en realidad era para meternos en la confitería.
- Vamos, amigo -dijo- a matar el gusano. ¿Qué toma usted?
Yo tenía un apetito de todos los diablos y le compré una empanada a una mulata que andába ofreciéndolas calientes y sabrosas por un peso. El Alférez llamó al mozo y le explicó lo que deseaba: una ginebra con bitter... para él. Para los milicos que estaban en el coche de segunda un vasito de caña con limonada, no muy lleno, porque podía hacerles daño. En seguida apuró la copa que acababan de servirle, la llevó a los labios y, volviendo a ponerla en la mesa sin tocarla, gritó:
- ¡Mozo! Tráigame un chorizo y un pan francés.
Y mirándome como si quisiera darme un buen consejo, prosiguió:
- Estos ginebrones suelen ser ariscos si se los monta en pelo... mejor es echar primero un poco de lastre en el estómago."



Este interesante y divertido relato de viaje se complementa con otra obra que analiza, de manera satírica, la vida porteña hacia 1880. Se trata de Cuadros de la Ciudad, de Fray Mocho (seudónimo de José Sixto Alzarez, 1858-1903), una verdadera radiografía descarnada (como lo son siempre, por definición, las radiografías, incluso las literarias) de las diferentes figuras humanas del Buenos Aires de entonces: el inmigrante, el "cajetilla", el estanciero venido a menos y muchos otros. Para ello recurre a cuentos breves, casi una serie de escenas teatrales o sketches donde los personajes dialogan y ponen en evidencia, a través del ridículo, todas sus flaquezas.



Una de esas historias es la de Robustiano Quiñones, un cómico personaje que pretende ocultar su magnética afición por la ginebra mediante diversas mezclas con otras bebidas, y éstas siempre en ínfimas proporciones. El personaje de marras asegura en un párrafo:
"- La ginebrita no parece mala... pero mezclada con este bitter plebeyo resulta una verdadera canallada, ¡una cañifla infame!"
"- Tómela sola, entonces", replica su interlocutor
"- ¿Yo? Pues no faltaría más. ¡Nosotros, los de mi casa, no tomamos jamás la ginebra sola, compañero, porque nos han dicho que es mala para el reumatismo..."
Y acto seguido declina la ingesta de su ginebra con bitter (con el vaso casi vacío), llama al mozo y lo instruye  para preparar un San Martín a la portuguesa de acuerdo con la siguiente receta: ginebra hasta completar el vaso y cinco gotas de Aperital, pero eso sí: tres chicas y dos grandes...

Notas:

(1) La Estación del Parque (ver foto más arriba) estaba ubicada en el solar que hoy ocupa el Teatro Colón y funcionó entre 1857 y 1882. De allí salían las vías por Plaza Lavalle, seguían luego por la arteria del mismo nombre (esa es la razón por la cual es más ancha entre Talcahuano y Callao), luego hacían curva y contracurva en lo que hoy es el pasaje Enrique Santos Discépolo (llamado entonces "curva de los olivos" o "del señor Bayo"), continuaban por Corrientes, doblaban en Pueyrredón y volvían a doblar hacia el Oeste en Plaza Miserere, donde se sitúa su actual terminal.
(2) Prado utiliza el término correcto para definir al vehículo de pasajeros en la jerga ferroviaria. De acuerdo a esa nomenclatura, vagones son los de carga y coches los de pasajeros.